La densa neblina empezaba a descender lentamente sobre la solitaria y oscura calle. El invierno estaba cerca, o eso pensó Kirishima cuando una repentina ráfaga de viento frío sacudió su cabello y le obligó a meter las manos en los bolsillos de su delgada chamarra. Su cuerpo entero estaba temblando pese a que ya había caminado poco más de veinte minutos, tal vez, debido a su decadente condición física la rápida caminata no estaba surtiendo el efecto deseado o tal vez, era el miedo y la incertidumbre lo que hacía que los temblores no cesaran y que sus piernas no le estuvieran respondiendo de la forma deseada.
Kirishima dejó escapar un largo suspiro, haciendo que el vaho liberado de su boca se disolviera entre la difusa neblina que comenzaba a rodearlo cada vez más. Aminoró el paso debido a que su campo de visión se vio considerablemente disminuido a causa de esta. "Tal vez hubiese sido mejor haber tomado un taxi", pensó en voz alta, mientras se forzó a seguir caminando por las calles con las que poco a poco se había empezado a familiarizar.
Mientras caminaba se obligó a revisar la pantalla de su celular, y prestó atención en la hora, la cual marcaba las tres de la madrugada con veintidós minutos; el nudo en su estómago que desde hace un buen rato le aquejaba, se hizo más grande al ver el número de llamadas perdidas y la inmensa lista de notificaciones con decenas de mensajes de texto. Se sintió cómo la peor escoria del mundo. Sus acciones sólo hacían preocupar a la única persona que velaba por su seguridad. Y no entendía, tan solo el responder una llamada podría disminuir la ansiedad que le perforaba el pecho, pero no era capaz de hacerlo. Hacer algo tan sencillo se estaba convirtiendo en un absoluto infierno. Y es que tenía miedo, temía enfrentar las consecuencias de sus actos y omisiones, temía lidiar con la realidad que tanto se negaba a ver. Y tan solo el simple hecho de contestar esas llamadas y leer esos mensajes supondría ver cara a cara su jodida realidad. Era un maldito cobarde, uno que al más mínimo problema se quedaba congelado, incapaz de moverse e incapaz de hacer algo al respecto. El arrepentimiento era su pan de cada día.
Tenía el vago recuerdo de tiempos mejores, donde las cosas eran mucho más claras y sencillas, pero eran recuerdos difusos y nada certeros. La amarga melancolía envolvió a Kirishima, quien en un inútil intento de frenar los sollozos provenientes de lo más profundo de su garganta apretó fuertemente sus filosos dientes hasta hacerse daño. Su mente y recuerdos eran igual de difusos al igual que la espesa neblina que tanto dificultaba su andar.
A lo lejos es capaz de distinguir el débil resplandor emanado del par de viejas y oxidadas farolas que flanquean la entrada de un pequeño parque, el cual se encontraba no muy lejos de casa; Kirishima centró toda su atención en las borrosas siluetas de los pequeños dragones de metal que decoraban la punta de estas, y no le avergonzaba admitir que se habían convertido en sus favoritas solo por ese simple y banal detalle. Un vago y lastimero recuerdo surgió repentinamente de su mente, haciéndolo sentir incómodo y avergonzado al instante, ya que cierto día, hacía un par de meses, caminando junto a Tomo por ese mismo lugar, había dejado escapar el inocente comentario sobre su fascinación por los dragones de las farolas, a lo cual solo había sido merecedor de ser llamado "infantil" más algunos otros hirientes comentarios; desde ese entonces Kirishima había decidido mantenerse al margen y no molestar al otro con cosas sin relevancia.
Una vez más, la melodiosa y rítmica canción que emanaba de su celular quebró la tranquilidad de la silenciosa calle por la que aún seguía caminando. No era necesario ver la pantalla para saber de quién se trataba, después de todo esa canción la había configurado especialmente para su chico. Ya no importaba contestar, después de todo estaba cerca de casa.
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El tenue destello de la luz interior escapando por el umbral de la puerta, seguido por el violento movimiento de la misma abriéndose repentinamente y la borrosa silueta que emergió de esta le obligó a cerrar fuertemente los ojos como acto reflejo. La repentina sensación de un par de fuertes y cálidos brazos rodeando su frío y paralizado cuerpo le tomaron por sorpresa, el repentino sollozo del otro desconcertó a Kirishima, quien solo se limitó a quedarse quieto, esperando. Finalmente, después de algunos segundos de eterno silencio, el sutil llanto del contrario empezó a desvanecerse, dando paso a la calma absoluta.
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Granate (Hiatus)
FanfictionKirishima Eijirou, de 24 años, se encuentra varado en una relación que no funciona; Bakugo Katuski, de 26 años, lidia con la constante frustración de ver cómo sus sueños son absorbidos por los errores del pasado. "Granate", el viejo y anticuado ba...