IX. Satan

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Lenta y progresivamente, el amargo letargo provocado por la espera comenzó a adormecer sus sentidos, y por un breve instante embriagado por la ausencia de sensaciones se permitió olvidar. Dejó pasar la angustia y la desesperación, el inmenso abismo en su pecho causado por la soledad fue erradicado por la calma absoluta. Sin embargo, de forma abrupta y dolorosa, una serie de tormentosas e irreales imágenes mancillaron sus pensamientos, quebrando todo rastro de calma y autocontrol. Dolorido y cegado por la inminente rabia, buscó en vano entre las frías sábanas aquel único cuerpo capaz de brindarle el consuelo que en ese momento necesitaba. No lo encontró.

¿Cuánto tiempo había pasado desde que su ser amado se había marchado? ¿Días, horas, semanas, minutos? No estaba seguro, en ese momento la confusión reinaba en su caótica mente, y a su vez alimentaba la ira junto a la indescriptible sensación de desamparo. Molesto, tomó con fuerza la inerte almohada que yacía a su lado y en esta ahogó un lastimero grito que desgarró su garganta.

Desesperado, tomó su teléfono de la mesita de noche que se encontraba a un lado y dirigió sus temblorosos dedos a la brillante pantalla, tragó bilis al notar su registro de llamadas completamente vacío. Un fuerte sentimiento de genuina preocupación se hizo presente haciendo que marcará impulsivamente el número que se sabía de memoria. Conforme los segundos pasaban y la llamada no era atendida, el miedo comenzaba a emerger en lo profundo de su pecho, cada vez que él salía, era inevitable pensar que jamás regresaría.

El tiempo de espera de la llamada se agotó sin que fuera atendida. Fue ahí cuando su mente evocó pequeños fragmentos de charlas pasadas, de mensajes de texto a medio terminar y sobre todo, la voz familiar de él haciéndole saber que probablemente llegaría tarde y que no le esperase despierto.

Tomo mordió su labio en un patético intento de callar el caos en su mente. De forma automática sus temblorosos dedos guiados por molestos impulsos vehementes comenzaron a desahogarse en el teclado del frágil aparato, se detuvo después de unos minutos, miró con recelo la brillante pantalla, la cual yacía plagada de viscerales palabras sin sentido. Decidió no enviarlo, ¿Qué caso tenía perder el tiempo de esa forma? ¿Acaso Ei comprendería la soledad por la que le hacía pasar cada vez que iba a trabajar a ese jodido lugar? No y de seguro nunca lo haría, Eijiro tenía la maldita costumbre de ser necio e impulsivo, nunca pensaba en las consecuencias que sus decisiones le causaban a otros.

Simplemente estaba cansado. Agotado de la creciente frustración causada por su demandante trabajo, por los constantes roces con Ei, por su incapacidad por hacer que la persona que amaba y necesitaba se quedara a su lado, por no ser capaz de tener el control de su patética vida y que, de alguna forma, las cosas no estuviesen tomando el rumbo que alguna vez deseó para ellos dos. Resignado, se dejó caer en la cama. No tenía caso sobre pensar las cosas, por más que le doliera, Eijiro estaba ausente, como casi todos los días y no podía hacer nada más al respecto más que lidiar con ello. Al menos era lo ideal, pero no sabía por cuánto tiempo más estaba dispuesto a tolerar todo ello.

Apagó el pequeño aparato y lo guardó debajo de su almohada, solo se concentraría en dormir, por el momento todo lo demás se podía ir a la mierda.

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Los acordes de Light My Fire de The Doors revoloteaban armoniosamente entre las paredes del bar, Bakugo lanzó una mirada plagada de hostilidad hacia los tres pares de ojos curiosos que le observaban fijamente.

— Puta madre, ¿Acaso no hago esto todo el tiempo? ¿Por qué jodidas no dejan de mirarme?

— No, no. Calla y sigue con lo tuyo — Denki deslizó un billete de bajo valor sobre la superficie de la barra — lo estás haciendo excelente, cariño. — sonrió de forma coqueta mientras le lanzaba un fugaz guiño al furioso rubio que sostenía peligrosamente un batidor de metal.

Granate (Hiatus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora