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Era la una de la madrugada cuando lo que aparentó ser un trueno le despertó. El costurero abrió sus brillantes ojos, alerta.

No estaba lloviendo, el ambiente no era tormentoso. Pero sabía que no había sido su imaginación: se escuchó como si el cielo se partiera en dos.

Entonces allí, acostado boca arriba, no tardó en darse cuenta de lo que estaba pasando. Reprimió un grito: estaba en problemas. Y no sólo él, sino todo ser viviente del cosmos... todo por su culpa, por un simple capricho.

—Mierda —exclamó.

Se levantó lo más rápido que pudo para luego correr hacia su cajón de emergencia. Allí estaba la primer aguja jamás creada y el hilo más resistente del universo. Guardó los utensilios en el bolsillo de su pijama y se dispuso a salir de la tienda.

No había nadie en las calles, como solía suceder a esas horas. Solo estaban los hilos, enredados y tensados por doquier. Pero lo importante no era mirar al suelo, sino arriba.

Y nunca había presenciado tal cosa, nunca. Ni en sus más grandes descuidos:
Una enorme grieta de vacío separaba al firmamento. Como una estría en el espacio exterior.

—Mierda, mierda, mierda... —repetía una y otra vez, sintiéndose más nervioso en cada reiteración.

Le provocaba una rara sensación en el cuerpo, cosa que obviamente no notaban los mortales. Era como una fuerza absorbente que se quería llevar todo a su paso.

Sabía lo que tenía que hacer, pero sería imposible desde el punto en el que estaba. Miró alrededor en busca de una posición más estratégica, encontrándose con una escalera de metal instalada en la pared de un edificio. Sin pensarlo mucho, empezó a escalar. Fueron treinta pisos hasta llegar a la terraza.

Allí arriba el ambiente era incluso más pesado y sofocante. Sentía más la potencia de la grieta. Tenía que acabar con ella cuanto antes.

Ahora, con la vista más despejada, podía proceder.

Enebró la aguja en el primer intento, como siempre. Lo siguiente que hizo fue apuntar con ella hacia el cielo, sosteniendo el ovillo con la otra mano.

Cerró los ojos, intentando concentrar la mayor energía divina en su cuerpo. Necesitaría toda la que estuviese a su alcance. Empezó a sentir un gran poder emerger desde su interior. Ya conocía esa sensación, pero cada vez era especial. Era una inusual calidez que lo recorría de pies a cabeza, dándole la fuerza que necesitaba.

Cuando se sintió preparado abrió sus ojos, los cuales desplegaron una pequeña onda expansiva de luz. Y al instante  todo su cuerpo se iluminó. Se encendió en un resplandeciente dorado.

Con el seño fruncido, calculó su tiro. Y cuando supo que daría en el blanco tomó impulso y lanzó la aguja como si de un proyectil se tratara. Esta se elevó y se elevó hasta que la perdió de vista, a una gran velocidad. Lo único que podía distinguir era el rastro de fibra que dejaba, cual estela.

El filo de esta atravesó uno de los bordes de la grieta y, debido a la curvatura , salió por el borde opuesto al caer.

Aún con esa aura brillante rodeándolo y con ese semblante tan inexpresivo e inhumano, atrapó la aguja. Tiró con fuerza de ambos extremos del hilo, generando que la partidura quedara con forma de ocho.

Repitió el procedimiento unas veces más, sintiendo cada vez menos el vacío, hasta que la costura fue suficientemente resistente.

Al terminar con su labor, suspiró. Estaba agotado. La luz que emanaba de él, se apagó.

Guardó los utensilios en sus bolsillos y, cerrando los ojos, dejó que su cuerpo cayera por la cornisa: era una forma más fácil de bajar. Su cuerpo era muy liviano, así que aterrizó sin hacerse daño... como una cama de malvaviscos.

Una vez en tierra firme, se puso de pie y volvió a mirar al cielo.

—Mis días en la Tierra terminaron —pensó en voz alta, asumiendo la responsabilidad de lo que acababa de pasar.

Pensar en volver con las manos vacías, le entristecía.

Era cierto que podía coser más compañía, podía coser un ejército si quería. Sin embargo, no sería lo mismo.

Aún así, debía priorizar el bien mayor. No podía seguir poniendo en peligro al universo. Estaba mal. Literalmente su única razón de existir era evitar que ese tipo de cosas sucedieran, y estaba fallando.

Resignado, empezó a caminar de regreso a la tienda. Cabizbajo.

—¡Jimin! —escuchó que le llamaba una voz conocida, a sus espaldas.

Dió media vuelta para encontrarse a un sonriente Jungkook trotando hacia él. Estaba vestido con ropa típica de modelo de revista, ¿cómo no?

—¿Qué haces aquí? —le preguntó extrañado el costurero en cuando estuvieron frente a frente.

—Yo acabo de salir de una sesión de fotos, iba a mi casa —respondió, arqueando una ceja—. ¿Qué haces TÚ aquí en medio de la madrugada? De pijama, además.

—No me podía dormir —mintió como si nada, retomando la marcha hacia la mercería.

—Con que también te gusta caminar de noche... —le siguió el paso. Se cruzó de brazos, pues la noche estaba bastante fresca. No entendía cómo Jimin podía estar bien con una tela tan fina.

—Es más tranquilo de lo que esperaba —observó el más bajo.

Y allí estaba nuevamente esa sensación tan extraña, con Jungkook a su lado. Lo miraba y al hacerlo lo admiraba. Cada uno de sus gestos, cada rasgo.

Si había otra cosa que le entristecía sobre tener que irse, era que ya no lo vería más... al menos no físicamente.

—Eres muy misterioso —soltó Jungkook, de pronto.

Ambos pararon de caminar, pues habían llegado a la tienda.

—¿Eso crees? —preguntó el costurero, casi en un susurro, perdido en los ojos del pelinegro.

Sabía cuáles eran las sensaciones que dominaban su cuerpo ahora. Eran típicas de los mundanos. Las había observado centenares de veces, pero nunca había llegado a comprenderlas... hasta ahora.

Esas sensaciones habían llegado hasta tal nivel, que su respiración se descolocó cuando Jungkook entrelazó sus manos con las suyas.

—Sí... —asintió Jungkook con suavidad, perdido también.

—¿Eso es bueno o malo? —estaba siendo coqueto. Descubrió que le gustaba serlo. Dió un paso al frente, quedando más cerca del contrario.

—Bueno —ronroneó, soltando las manos de Jimin para rodearle el cuello con sus antebrazos—, muy bueno.

La boca de Jungkook estaba tan cerca, que no se pudo contener. ¿Cómo lo haría? Si sabía lo deliciosos que esos labios podrían llegar a ser.

Y cuando por fin lo besó las piezas volvieron a encajar.
Y sus manos fueron a parar en la cintura del hombre, acortando aún más la distancia.
Y esa cercanía le volvía loco.
Y el roce de sus labios le hacía perder el control.

De haber sabido que se disfrutaba tanto, hubiese bajado a la Tierra antes.

Sensuales chasquidos llegaban a sus oídos, y el calor del cuerpo de Jungkook lo tenía casi aturdido. Quería más, mucho más. Quería todo.

Tal vez fue el shock por lo que había pasado antes, tal vez fué porque sabía que se iría. Pero cuando se separaron de aquel beso, solo una cosa rondaba por la mente del costurero:

—¿Qué tan lejos queda tu casa?

»•«

Volví~

espero que les haya gustado el edit de multimedia, porque a mí sí <3






El Costurero [JiKook] [mini-fic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora