02. ʟᴀ ᴘʀɪᴍᴇʀᴀ ᴄɪᴛᴀ

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Mal

Vacié mi armario tratando de encontrar algo decente y adecuado para hoy en la noche, y no encontraba nada. Por un momento pensé en revisar el armario de Maléfica, pero no quería terminar calcinada antes de poder salir de este lugar. Aunque a estas alturas quizá hubiese sido lo mejor.

Eran las once en punto cuando por fin terminé de acomodarme las botas y de vestirme, delineé mis ojos de morado y me arreglé el cabello dejándolo suelto, antes de verme frente al espejo, roto y polvoriento, de mi habitación.

—Bien, Mal, no vayas a cagar lo que sea que vayas a tener hoy con esa chica. Es solo una princesa, ¿qué puede salir mal? Eres irresistible, que esto no te sorprenda. Es solo una cita. — Inmediatamente fruncí el ceño y sentí repulsión de repetirme la palabra en voz alta—. No, claro que no iré. ¿En qué estaba pensando?

Comencé a quitarme las botas de vuelta y me tiré en la cama viendo hacia el techo, mis dedos bailaban sobre mi estómago, sentía una sensación extraña que no pude controlar. Me imaginé a Evie parada bajo la luna esperando a que llegara, seguro nunca me perdonaría algo así. Se miraba ilusionada cuando dijo «cita».

Vamos, ¿en serio una princesita te va a poner así? ¿El dragón que llevas dentro no sabe controlar las hormonas como para comportarte frente a ella? ¿A qué le temes?, ¿a enamorarte? Tú ni crees en esas cosas.

Solo sabía que tenía una gran intrigaba por la chica de labios rojos y cabello azul. Y mis preguntas se aclararon cuando la vi, parada debajo de un faro de luz. Llevaba una chaqueta roja, una falda aterciopelada azul y unas zapatillas más perfectas que las de Cenicienta. Su cabello estaba tan lindo que imaginé que era como el mismo océano azul a media noche.

—Hey — Sus labios curvearon una perfecta sonrisa cuando me acerqué hasta ella—. Al fin llegas. Por un momento dudé que llegarías.

—¿Yo? Nunca haría algo así. Tengo palabra, así somos los dragones.

Evie arqueó ambas cejas, antes de verme con cierto sonrojo.

—¿Un dragón?

Asentí.

—Nunca salí con uno —admitió—. Pero mi madre tenía un libro viejo en su repisa y lo leí todo.

—¿Y qué decía ese libro? —Me crucé de brazos mientras ella no alejaba su mirada de mí.

—Que sus alas simbolizan la libertad, y que vigilan el cielo y atraen la lluvia sobre la tierra. Los negros se relacionan con el invierno, el poder y las tormentas, así como tu madre y tú.

No pude evitar impresionarme.

—Sí, existen muchos libros sobre mitología, pero te recomiendo salir con uno, así no te pierdes de la experiencia —le guiñé el ojo.

—¿Tu madre no te enseña sobre tu descendencia y esas cosas?

—Maléfica —corregí—. Y no, apenas y me dirige la palabra si no es que más bien me grita y me lanza cosas.

—Mi madre tampoco convive mucho conmigo. Solo para pedirme que retoque su maquillaje o le haga un facial.

—¿Facial?

Ella asintió, luego ambas nos quedamos un momento viéndonos a los ojos.

—¿Nos vamos? Se hará tarde —apunté hacia el camino rompiendo el contacto.

—Sí, vámonos.

Cuando llegamos por fin a uno de los tejados menos sucios y sin hoyos, nos sentamos para presenciar el gran espectáculo de Auradon. La mayoría de los villanos lo mirarían por la televisión, pues desde la Isla apenas se miraba algo.

Dos amantes | +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora