TRISTEZA

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Japón, Tokio.

8 meses después del accidente...

Los hospitales eran lugares lúgubres e inciertos, las personas entraban y salían a cada momento y a veces, sorpresivamente, se oían gritos y llantos desesperados de familiares que llegaban entre la vida y la muerte, para luego verlos entrar a una sala y esperar un milagro.

Era aterrador ver como el destino de las personas cambiaban en un abrir y cerrar de ojos, creando en él un impacto que por más intentos de olvidarlo no podía evitar pensar que en algún momento llegaría a estar como esas personas, recibiendo la fatal noticia de que nunca despertaría.

Sacudió la cabeza quitándose los pensamientos negativos y siguió caminando, como todas las visitas diarias que hacía por la persona que quería y que lo sumían en aquel opuesto mundo que jamás creyó verse introducido.

A Kirishima no le gustaba. Siempre que entraba por la enorme puerta de vidrio, su piel se erizaba y las imágenes de personas sumergidas en el llanto por el dolor de la pérdida lo ahogaban.

Nada era cálido, no podía sentirse tranquilo al pasar la recepción y caminar por los largos y pesados pasillos de paredes blancas donde el frío se triplicaba. Las innumerables puertas celestes eran lo único que adornaban tan desolado lugar. Hubieron veces donde esas misteriosas puertas se encontraban abiertas y curiosamente se acercaba a ver lo que escondían. Lo que vio y escuchó era algo que prefería no rememorar.

¿Quién quisiera ver a un familiar, amigo o pareja en un lugar así?

Nadie.

Y más aún, si se trataba del pabellón de cuidados intensivos, justamente al lugar donde iba, al que lamentablemente Bakugo pertenecía.

No había día que no fuera a verlo, incluso si él no lo hacía, pues sus ojos se encontraban cerrados e inertes, sumergidos en una oscuridad sin retorno o eso fue lo que dijeron los médicos tres días después del accidente.

Nadie sabe exactamente qué fue lo que pasó, porque nadie estuvo con ellos ese día, lo que sí se sabe, era que jamás llegaron a la sorpresa de bienvenida que se les organizó.

Paso por el umbral que daba al comedor central del hospital donde la gran mayoría de personas en espera de noticias se quedaban. Era el único lugar donde el color aún seguía con vida y la cafetería servía a enfermeros y familias que esperaban sentados en enormes mesas con numerosas sillas.

Debía traspasar al tumulto de gente y llegar al ascensor que lo llevaría al quinto piso donde su amigo se encontraba, pero un repentino llamado lo detuvo.

Sorprendido se giró a ver quién era y al instante su rostro fue cubierto por un tono rojizo de la vergüenza.

En medio del comedor rodeado de personas, se encontraba un pequeño grupo a los cuales identificó como amigos, aquellos a quienes había descuidado.

Algo incómodo camino hacia ellos. Había estado escuchando que algunos de sus amigos se reunían los fines de semana en el comedor del hospital, pero siempre terminaba olvidándolo.

Cuando llegó a ellos, los saludo con una pequeña sonrisa.

—¿No te sentaras? –pregunto Sero.

Negó con la cabeza en un movimiento tranquilo y observó a los presentes.

Kaminari, Iida, Sero y Ochako eran las personas que conformaban la mesa. Se les veía tan tranquilos que los envidiaba, él también deseaba esa paz, pero mientras los ojos de Bakugo siguieran cerrados, jamás la tendría.

Memorias OlvidadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora