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Se irguió. Ya había pasado una hora desde que había llegado y llorado. No estaba bien, no podía estarlo, sin embargo haría como que lo estaba. En verdad nunca funcionaba, pero vamos a aparentar que si.
Se levantó, y miró por la ventana.
Se encontró con un paisaje hermoso. La luz del atardecer bañaba todo a su alrededor con un color naranja precioso.
La naturaleza nunca le pareció increíble, y esa no era la excepción.
Ella solo veía una escala de grises y tonos oscuros; tan oscuros que podían confundirse con negro.

No, no tenía ninguna enfermedad a la vista, por si se lo preguntan. Había empezado a ver el mundo así desde hace tiempo y después no había parado. Su mundo estaba rodeado de gris.

Entre tantos pensamientos que se acumulaban, empezó a cantar. No podía hacer nada en esa situación. Era una simple distracción

Quizás por eso no oyó a alguien que se aproximaba a la distancia, alertado por el sonido de su voz.

*•*•*

Miró la hora. Eran las 6:00 pm, hacía mucho que los estudiantes se habían marchado a sus casas y él tenía seguía ahí divagando por la academia.
Pero estaba bien, ¿no? Él era el secretario del consejo. Podía decir que se quedó ahí trabajando por unos asuntos pendientes del consejo y todos lo iban a dejar en paz. Era seguro que además lo elogiarían por tal responsabilidad.
Al fin y al cabo, estaba todo planeado.

Paseando por los pasillos en sus mares de pensamientos, alcanzó a escuchar un leve murmullo de una voz que cantaba a lo lejos.
Al parecer alguien se había quedado en ese lugar fuera del horario de clases.
Esto podía resultar interesante, o por el contrario una experiencia que seguramente resultaría amarga al tratarse de ser una clase de fantasma raro.
O tal vez estaba alucinando, y tendría que ir a terapia.

Ambas eran bastante buenas. Quizás. Reconoció que, en una posibilidad, se había vuelto loco con el paso de sus pensamientos, no tenía por que descartar la posibilidad.

Mientras más se acercaba, más podía escuchar con claridad aquella voz que, en efecto era de una chica.
Siguió avanzando. Pero de pronto le surgió una duda.
En efecto, ya hacía una hora que la academia Wellinstong había cerrado sus puertas para abrirlas al siguiente día, y nadie se quedaba hasta tan tarde.
Nadie podía quedarse.

Entonces, asumiendo que este extraño había entrado por quien sabe dónde y se había puesto a cantar, toca preguntar a que clase de persona extraña se le ocurriría hacer eso. ¿Por qué lo haría?

De pronto la idea de ir a indagar no le parecía tan atractiva como antes.

Ahora, con más temor que curiosidad, había llegado a la puerta de la que provenía aquel canto. Se le erizó la piel al tocar la manilla de la puerta del salón de clases (principalmente porque estaba en el último piso y nadie lo iba a escuchar si gritaba por ayuda).

Se asomó por la puerta de la sala de clases, asustado ya de quien se podía encontrar.

...

¿Quién se hubiera esperado que la alumna que usualmente se saltaba en las clases estaría allí? (¿Y de esto tenías miedo estúpido?) Era una ironía de situación.

Sonrió, y se limitó a observar.

De pies a cabeza se encontraba allí, sentada mirando hacia un punto del cual no tenía claro porque su mirada se perdía entre los tonos anaranjados y amarillentos de aquella tarde.
Tenía la ventana abierta, por lo que podía oler lo que solo se le ocurría describir cómo un ambiente melancólico.

Mientras más veía, más comprendía que postura de ella no reflejaba una tristeza incomprensible, algo que se podía notar por como sostenía sus rodillas y lo rojizo que se encontraba la comisura de sus ojos.

Ya que su vista se había fijado allí, decidió centrarse un poco más en ellos. En sus ojos. Sus ojerosos ojos.

Es ahí cuando se percató de aquel sentimiento.

Un sentimiento que conocía muy bien. No hacia falta azotar la puerta e ir en busca de ella para agitarla y preguntarle el por que miraba así, el que le había llegado a sostener esos ojos llenos de un corazón dolorosamente agrietado.

Entre tanto gris y su mirada apagada, la chica susurró algo que solo sirvió para confirmar sus sospechas:

—Por favor -dijo, con la voz más apagada que podía escuchar.
Se estremeció. No quería confirmar su inquietud, pero ella ni siquiera sabía que estaba ahí, por lo tanto no podía darse cuenta de que, cada segundo más que avanzaba analizando la situación, a él lo resquebrajaba por dentro.

—Ya no quiero estar aquí –. Dijo, y eso fue lo mismo que una declaración de suicidio.

Recuerdos FragmentadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora