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No quiso decir algo, a sabiendas de que eso la delataría también. Tenía dudas, dudas que no se podían resolver con un simple "¿Por qué?" O con evitar la situación y todo contacto con esa persona.

Pero si hablamos de los hechos, pues él tenía razón. Joder si la tenía, y no sabía cómo, si se había esforzado porque nadie quitara las cadenas y desenterrara esa verdad que yacía guardada en su conciencia.

Entonces, sin que lo esperara, habló:

—No vas a negarme lo que te digo, ¿O me equivoco?

Aciaga tierra. Lo sabía bien.
Él sabía toda la verdad, y eso significaba que tendría que contarle, porque si es que él exigía saber lo que había pasado, porque si lo revelaba si no le decía... No. Él simplemente no podía hacerlo, y ella no podía dejar que lo hiciera.

—¿Qué quieres saber? –preguntó con precaución y los ojos fijos en él. Sonrió, o al menos pensó que lo hacía por el tono en que le contestó.

—Si sé de algo que intentaste ocultar con todas tus fuerzas, ¿Que te asegura que no sé lo demás? –dijo, con el fin de desestabilizar su mente. Lo logró, y la razón era muy obvia.

Creo que ya dejé en claro que ella había tratado de ocultar ese hecho, y ese era sólo uno superficial. Se puede deducir entonces que los intentos por esconder los secretos que ocultaba iban a ser mayores, sobre todo si hasta el más mínimo podía desatar una tormenta. Era algo que conocía bien (¿Por qué crees que sus brazos sangraban?).

—No hay forma de que puedas saberlo –gruñó con rabia. Era a lo único que podía recurrir para defenderse en ese instante.
A pesar de todo, agregó:

—Pero sé que eres una persona sensata, así que ¿te parece si me cuentas cómo lo has descubierto y yo te doy lo que necesitas de mi?

Y ahí lo vió. Sus ojos.

Vió un destello de diversión y malicia, de travesura y maldad, de misterio y una escencia que aunque no saber el por qué, le decía que era una invitación a un juego muy interesante. Y si eso era lo que quería, entonces aceptaría para que le dijera lo que necesitaba. Lo usaría de ser necesario. Se adentraría en las profundidades de su mente y haría todo lo que estuviera a su alcance para lograr su cometido.

Debía hacerlo, porque no podía dejar que la verdad saliera a la luz.

De repente, ya no se sentía tan asustada como antes. Así que reunió parte del valor que había ido flaqueando con el tiempo, y en vez de sentirse impotente ante la situación, sonrió. Sonrió astutamente y con la misma malicia que había visto en esos ojos, y dijo:

—¿Y bien, señorito? ¿Acaso te comió la lengua el gato?

—En lo absoluto –respondió en un tono neutro que trataba de ocultar su diversión.– Pero no me sentaré a hablar contigo con una invitación tan crédula tonta y como esa.

Bueno. Eso iba a ser difícil.

—Entonces, si no es así ¿que ganas sabiendo mi pasado y diciendomelo en cara? –preguntó con algo de curiosidad. Si no buscaba arruinarla aún (suponiendo que eso quisiera) entonces, ¿qué método usaría para sacar lo que necesitaba? No todos los días escudriñas a una persona como si fuera una rutina –. Porque si buscabas solamente arruinarme, pudiste haberselo contado a todos y ya. Pero aquí estás, en frente de mi, diciéndome todo esto.

—En efecto –admitió sonriendo, y al hacerlo volteó su cabeza hacia la ventana. Ahí es cuando pudo apreciar sus facciones gracias a la luz del sol que se posaba entre las últimas nubes del atardecer.
Se trataba de alguien con con una tez blanca y facciones hermosas pero definidas, cejas marcadas y para nada frondosas pero tampoco delgadas; con un cabello negro azabache, y con unos inesperados ojos grises. Y si queremos agregarle algo más, tenía los labios con las proporciones sufientes para no ser ni tan delgados, ni tan grandes.
De pronto, hizo una pregunta que desconcertó la charla que llevaban hasta ahora. Dijo entonces, con un tono mas calmado que antes:

Recuerdos FragmentadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora