Prólogo.

249 23 0
                                        

La noche de agosto había traído consigo una lluvia torrencial, que después de una hora eterna se detuvo. Salí del bar, acompañada de esa gente que me conocía, aún cuando estaba en el vientre de mamá.

Las luces sobre la carretera caían sobre las caras de todos, al mismo tiempo que eran ocultadas por un par de cascos. Algunos cigarrillos fueron apagados y otros, a medio terminar fueron lanzados al suelo con agilidad.

Tome la esfera redonda y la coloque sobre mi cabeza, sin pensarlo dos veces, de un brinco, subí aquella moto en color negro que conducía. Fue cuestión de segundos, uno en uno, salieron disparados a velocidades delirantes, esas que me hacían sentir la adrenalina de mi vida.

El frío golpeaba mi cuerpo y algunas gotas de lluvia caían sobre mi casco, pero no era un impedimento para seguir. Nada se comparaba con la emoción que sentía, por mi cuerpo, la euforia reinaba, mi corazón latía a mil por hora. En manada conduciamos sin retorno alguno, no teníamos un destino seguro, solo nos deteníamos cuando la situación lo requería o encontrábamos un buen lugar para pasar el rato.

Las carreteras que tomábamos, solían ser solitarias, no nos gustaban los problemas, sin embargo, si ellos nos buscaban, respondíamos. Era tarde, eso debía admitirlo, alrededor de media noche, la hora perfecta para conducir. Rodabamos horas y horas, incluso días, hasta que uno a uno, decidían descansar.

Y hoy ese era el día para mí, llevaba tres días & debía trabajar para solventar los gastos de mi pequeña. Me despedí de mi clan, con esas risas y burlas sobre que era una bebé, pero era la bebé de el grupo.

Seguí mi camino a casa, conduciendo en solitario, a todo lo que mi precioso diera. Las carreteras interminables comenzaron a acortarse, anunciando que llegaría pronto, lo cual quería decir que debía bajar la velocidad si no quería tener que pagar multas absurdas. Me detuve con sumo cuidado en el primer semáforo que apareció en mi campo de visión, una que intersectaba con la entrada a una zona residencial.

Aguarde el minuto a qué el color rojo pasará a verde, en cambio, lo único que paso en ese preciso instante fue el.

Mi corazón comenzó a latir de prisa, mis palmas sudaron como si hubiera hecho algo y estuvieran apunto de descubrirme, el tiempo parecía ir más lento de lo normal, no tenía noción de querer avanzar, tal cual supiera lo que a continuación pasaba conmigo.

Una sonrisa se escapó de mis labios, una que el no vería por mi casco. Tenía ojos marrones, barba de candado, cabello color caramelo, piel oliva y un físico perfecto: delgado, con los músculos definidos, no había espacio alguno en el que no estuviera trabajado. Era un sueño de hombre, incluso portaba un buen vestir.

Su perfecta dentadura unida en una curva me habían atrapado, me sentía hechizada, pero no fue hasta que sus ojos me notaron. El claxon de un carro me saco de mi trance, haciendo que arranque, perdiendo al muchacho bonito de vista.

Me acerque a dónde lo había visto segundos atrás, pero no había rastro alguno de el, decidí detenerme en la acera, me quite el casco, quite las llaves y baje con esperanza de encontrarlo, pero no había rastro de el. Resople cansada por la situación, no era posible de que hubiera desaparecido así de rápido.

Había algo de lo que estaba segura y era de que me había enamorado a primera vista de aquel joven, aunque parezca demasiado banal.

LO BUSCARÍA

LO ENCONTRARÍA

Y SERIA SOLO PARA MI.

No iba a descansar hasta encontrarlo, ese hombre era para mí y yo no iba a dejarlo ir así como si nada... Lo encontraría, así moviera cielo, mar y tierra, lo haría, o dejaba de llamarme Venecia Kopelioff.

Cierra los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora