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Aún con aquel fuerte deseo de tirarse en su mullida  cama, decidió caminar a paso lento hasta su hogar, no era porque las espinas le lastimasen, no, por primera vez en bastantes años, solo quería pasar un rato afuera, viendo las calles de la ciudad, casi muertas, pasear sin sentir todas esas miradas sobre su piel, pero sobretodo, ver el estrellado cielo azul, que no mentiría, lo tenía decepcionado; quizás se debía a que aún con el pasar del tiempo, seguía poseyendo aquel vívido recuerdo del cielo a medianoche, el único testigo de su mayor “pecado„ uno tan puro, que seguía cuestionandose la gravedad de amar a otro hombre, claro que ahora no se veía tan grave, pero él, que había vivido con tantas generaciones humanas, fue testigo del castigo impartido a los amantes, aquellos que no podían ocultarse más y terminaban dejándolo todo, quizás de ahí tomó aquella actitud de aguantar en silencio, quizás aún tenía miedo de lo que dirían, de lo que él español creyera sobre su amor, de que después de todo, aquel cariño que le tenía, no fuera lo suficiente para llegar a él, por lo que soltó una traicionera lágrima antes de llegar a casa, una que se vio obligado a limpiar al instante, al ver a quien se encontraba frente su hogar, mirando como él, las estrellas.

— Nicaragua– decidió pronunciar con suavidad, extendiendo la mano al “pequeño„ país que se encontraba sentado en su pórtico y veía casi ido el cielo– ¿Por qué no has entrado a casa?– regaño, como si de una madre se tratase, mientras le ayudaba a levantarse, sintiendo aquel frío tacto de su piel.

— No lo sé, tenía miedo– respondió, no muy convencido antes de abrazarle con fuerza– tenía miedo de entrar y no me recordarás– sé sincero, mientras su cuerpo temblaba, o eso, hasta ser reconfortado por las pequeñas caricias que le daba el italiano en su esponjoso cabello.

— Yo jamás los olvidaría mí niño– aclaró, dándole un pequeño beso en la frente– pase lo que pase, siempre los recordaré– mintió, sabía que eso no era verdad del todo, pero no quería generar malos sentimientos, no ahora que el pequeño estaba tan vulnerable.

— ¿Me lo prometes?– habló bajo, aferrándose aquellas palabras que su “madre„ le daba, después de todo, aún tenía miedo de las viejas leyendas que contaban respecto a esas malditas flores, fueran ciertas o no, ahora solo quería creer en algo.

— Es una promesa– murmuró, viéndolo fijamente a los ojos, en verdad, no podía decir que no extrañaría aquellos bellos momentos con sus “hijos„ pero debía ver por su pueblo ¿No?

      Después de un acogedor silencio, el italiano lo invitó a pasar, dirigiéndose a la cocina, algo le decía que esta noche no dormiría tampoco, pero a diferencia de las noches dónde sufría entre amargos pensamientos, quizás hoy podría sentirse en una familia como hace siglos no hacía.

— ¿Y bien, me dirás por qué has venido tan abruptamente?– preguntó cómo si nada, preparando dos tazas de café, una con leche y dos cucharaditas de azúcar y otra un poco más robusta, casi sin nada de endulzante.

— No voy a mentirte– habló por fin el bicolor después de meditar sus palabras, jugando nerviosamente con sus manos– después de sentir aquel punzante dolor en mi interior me hizo cuestionarme ¿Por qué lo sigues amando? ¿Por qué soportas este dolor en silencio?– pareció rogar a una respuesta, pero antes de darle espacio a alguna respuesta continúo hablando– incluso yo, que no lo he vivido por tanto tiempo, ya me quiero deshacer de él, y se que decirlo es una opción, de hecho venía como excusa aquí, para luego enfrentarme a ella, y se que soy egoísta, pues podría romper muchos de nuestros acuerdos– hablo cada vez más rápido y en un tono bastante temeroso– incluso se que puedo estar condenando a mi gente, pero– guardó silencio, mientras apretaba fuertemente sus manos, levantando la mirada a un sorprendido italiano que lo miraba atentamente– no quiero temer más, odio tener miedo, pensar que pasará, tengo mucho terror de perder el tiempo, fuimos tan inestables, que mira como nos separamos, no quiero que vuelva a pasar y no poder jamás haber dicho lo que siento, no una segunda vez– confesó, antes de soltar pequeñas lágrimas que solo salir de sus hermosos ojos avellana eran limpiadas con rapidez, pero lo que no espero, fue que Italia tomará sus manos y lo mirara con aquella sonrisa, tan dulce que lo hacía sentir comprendido.

Pétalos de esperanza ❀ [Italia & España] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora