CAPÍTULO 6

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Crash&burn - Bea miller

Cuando me despierto al día siguiente, siento que mis sienes están apunto de explotar. Mi nivel de borrachera no ha sido tan alto como para que olvide todo lo que pasó anoche, pero si para dejarme un bonito dolor de cabeza hoy.

Voy hasta el mueble del baño y de uno de los cajones saco una tableta de pastillas, me pongo una en la boca y me la trago rápidamente. No me molesto ni en buscar agua, solo quiero que este dolor de cabeza infernal se vaya lo antes posible. Por suerte es domingo lo que significa que el club está cerrado y puedo seguir en la cama compadeciéndome de mi misma.

Cuando anoche entré en casa después de ese encuentro tan desafortunado con Aiden, quise que la tierra se abriese en ese mismo momento, me tragara y me escupiese en mitad del desierto. A ser posible un desierto alejado de toda civilización humana y que me garantizase la muerte. Sigo convencida de mis palabras, no está bien que utilice a Nicole y le mienta. Mucho menos que me meta a mi en medio de esas mentiras. Tengo más que suficiente con los problemas que me está ocasionando el tema de su padre como para que también me meta en medio de sus asuntos amorosos. Claro que una voz, una voz muy molesta, me grita que soy una hipócrita. Anoche intenté camuflar la verdad con excusas, la verdad es que había montado una escenita de celos.

¿Celos de que Katherine?

Supongo que una parte de mi lo desea más de lo que estoy dispuesta a reconocer. Es normal, Aiden Volkov parece un maldito modelo de Kalvin Klein y yo llevo meses camino del convento. Tal vez he sentido celos porque no era yo a la que besaba anoche. Me parece un tipo moralmente cuestionable pero el cuerpo a veces quiere lo que quiere. Tampoco ayuda mucho el hecho de que unos días atrás hubiese recorrido mi cuerpo con esas manos suyas tan atractivas.

Katherine, te estás desviando. Empiezas a ver sexys unas manos. Por favor, cómprate un consolador. Lo agradecerás en algún momento.

Fuera escucho algunos ruidos así que decido asomarme. John se encuentra también en su día libre, pero en vez de descansar o hacer algo que no sea trabajo, está revisando quien sabe que en la parte delantera del coche. Decido bajar un rato y charlar con el pero no sin antes cambiarme. Sigo llevando el vestido rojo de anoche y mi pelo parece un nido de pájaros. Antes de bajar necesito cambiarme y asearme para parecer un ser humano cuerdo.

Quince minutos más tarde desciendo las escaleras de la entrada principal y observo como John trabaja en lo que sea que está haciendo. Puesto a ser sinceros, los coches y yo no nos llevamos muy bien. Es un milagro que tenga el permiso de conducir. En serio, un maldito milagro.

—John, ¿Sabes lo que es tener el día libre? —John saca la cabeza de debajo del capó del coche y me mira por encima del hombro. Tiene una mancha de aceite en la mejilla. —En serio, deberías descansar de vez en cuando.

—¿Tú descansas alguna vez, señorita?

Sonrío sabiendo que me ha descubierto y le paso un trapo que había a su lado para que se limpie la mancha de aceite.

—Supongo que desconectar la mente es un poco difícil. —Admito.

—¿Te apetece un taza de café?

—Oh Dios, sí. Mil veces sí.

Suelta una risa profunda y empieza a caminar dirección de la que es su casa. O la más parecido a una. John lleva trabajando para nuestra familia desde antes de que naciera, es por eso que se había ganado una pequeña casa anexa a la nuestra. Aunque personalmente más que un regalo, a mi me parecía una manera de atarle una correa al cuello para obligarlo a consagrar su vida a nosotros las veinticuatro horas. No tiene esposa ni hijos, no se marcha de viaje en su tiempo de vacaciones ni se va a ningún sitio por Navidad. Para John, la familia Montgomery lo es todo. El agradecimiento y la pena me invaden a partes iguales.

El Juego de la ArañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora