|| Cap 2: Reencuentros ||

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Quince minutos...

Diez minutos...

Cinco minutos...

Dios, no se podía creer que faltase tan poco tiempo para llegar a Berlín. Sus nervios le comían por dentro, y como solía hacer cuando estaba en ese estado de intranquilidad, comenzó a jugar con sus manos, entrelazando los dedos de pianista que tenía entre ellos, tocándose los marcados nudillos y girando sus palmas a cada rato.

Rusia seguía sin poder creerse todo lo que había pasado en tan poco tiempo: primero habían ganado la guerra, su padre había vuelto victorioso y habían celebrado con alguna botella que otra, después se había vuelto a ir y a la siguiente vez que le vio, contó que Alemania estaría de nuevo a su cuidado, y él...él no pudo hacer otra cosa que sonreír como un bobo, absorto en su felicidad. Pero su alegría no terminó ahí, sino que incluso se intensificó más, ¡su padre les había llamado diciendo que viajarían a Berlín a vivir una temporada, era espectacular! En ese momento festejó con sus hermanos por todo lo alto, incluso hicieron piña y saltaron los tres juntitos en el sitio por el regocijo brindado.

Aunque toda esa seguridad y diversión se le esfumó cuando empezaron el viaje. Ahora su cabeza no paraba de volar con ideas no demasiado bonitas, inseguras.

—¿y si ya no conectamos como antes? Al fin y al cabo los dos hemos crecido, a lo mejor ha cambiado mucho...yo he cambiado mucho, ¿y si ya no le gusta como soy? Oh dios, ¿y si le parezco un picaflor? Tengo pinta de picaflor. —Rusia, ensimismado en sus propios complejos, miró al suelo con consternación.

Él había crecido de ambas formas, mental y físicamente, y la verdad es que físicamente...joder, era una buena vista, no se podía negar. A él siempre le gustó hacer ejericico y correr mucho, así que supongo que fue algo a su favor y que le benefició bastante, ya que incluso con sus todavía dieciséis años, se había construido un cuerpo bastante bien formado. Vamos a ver, normalito, con músculo pero sin pasarse, que parecer un culturista de la costa californiana tampoco era su sueño.

El caso, que el chico estaba bueno y eso él lo sabía, y aunque odiase admitirlo, sus hormonas habían jugado partido de ello y habían metido gol varias veces.

Vamos, que había follado, no nos andemos con metáforas.

Y quieras que no, y por mucho que lo hubiese disfrutado, le creaba un pequeño complejo de tener pinta de mujeriego. Era algo tonto y muchos dirían que sin sentido, pero de alguna manera, Rusia se sentía culpable y avergonzado después de haber tenido relaciones con alguna chica, como si algo le dijese que no debería de estar haciendo eso, y para finalizar, no quería presentar esa imagen de él al alemán.

A ver, no lo entendamos mal, él respetaba mucho a las mujeres, pero como su padre nunca le dio la charla, optó por aprender directamente la práctica sin saberse la teoría, y como es un suertudo, aprobó todas.

—¡Relájate Rusia, quita esa cara de amargado y pon una sonrisa, hombre!—su hermana, sentada en el asiento de al lado, le dio una palmada en el brazo, intentado disipar la depresiva sensación que desprendía el más mayor.

El albino suspiró, pretendiendo dejar de pensar en ello—Pero es que...¿y si ya no le caemos bien?

—Ya escuchaste a papá, él también quiere volver a vernos, ¿por qué tanta duda?—Bielorrusia se removió en su sitio, contenta.

A su otro lado, el ucraniano les miraba por el rabillo del ojo, ajeno a la conversación pero aún así queriendo escucharla.

—Ya pero, hemos cambiado mucho, ¿no?—Rusia miró a su hermana, la mueca insegura todavía presente en su cara.

𝑫𝒊𝒗𝒊𝒅𝒊𝒅𝒐 𝒆𝒏𝒕𝒓𝒆 𝒇𝒂𝒎𝒊𝒍𝒊𝒂𝒔 || Alemania + soviéticosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora