CAPITULO VIII

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Papá entró aterrado abriéndose camino escaleras arriba. Miguel, mamá y el abuelo lo vieron pasar desde la cocina a toda velocidad. Papá al parecer los había alcanzado a ver con el rabillo del ojo, así que con ayuda del pasamano se detuvo para explicar.

–¡Algo le pasó a Santiago! –contó mirando a mamá.

Sin decir nada más, volvió a las escaleras y subió hasta la habitación, tomó su chaqueta y las llaves del auto para luego, volver sobre sus pasos hasta abajo. Mamá, mi tío y el abuelo se habían posicionado justo frente a las escaleras mientras mamá le preguntaba que sucedía. Mi abuelo se puso al frente, entre las escaleras y mamá, mientras mi tío la sujetaba a ella. Papá los miró y sin detenerse comenzó a bajar a toda prisa con las llaves entre sus manos y su chaqueta de cuero negra puesta.

–¿Qué pasó? ¿Qué pasó con Santiago? –Preguntó mi tío, y luego mamá mientras se abrían para dejarlos pasar.

–¡Tienen a Santiago! –dijo volteándose frente a la puerta.

–Necesito ir a Ciudad Tovar.

–Pero ¿qué sucedió? Mi padre no dijo al menos nada por cinco segundos.

–A ver quizás no es nada –intentó mentir papá– Es solo que... la llamada se cayó de repente mientras hablaba con él.

–Pero ¿cómo? ¿Por qué se cayó la llamada? –le preguntó de nuevo por lo que papá se acercó a ella y la miró a los ojos.

–¡Alguien atacó a Santiago dentro de la casa? –explicó luego de un corto silencio–, al escucharlo mamá se llevó las manos a la boca dando algunos pasos hacia atrás. –¡Mi amor! –Interrumpió sosteniéndola–, debo irme, estaré de regreso antes del anochecer, te lo prometo. ¡Por favor cuiden de ella!

–Añadió mirando a mi abuelo y a mi tío, y luego a ella. Papá tras mirarla inmediatamente la besó, y la abrazó de una manera que parecía querer guardarla dentro de él. Luego de soltarla dio media vuelta para irse–.

–Alejandro, yo te acompaño... –le pidió mi tío tomándolo del antebrazo–.

–No Miguel. Gaby no puede quedarse sola con tu papá. Luego de pensarlo mi tío soltó el brazo de papa y lo dejo ir. Los tres salieron al porche para verlo partir. Papá encendió y aceleró el auto como si ambas fueran una misma cosa. El abuelo y mi tío vieron partir a papá en medio de una nube de polvo, mientras mi madre se abrazaba a sí misma, con la mirada perdida. Esa era la última vez que ella vería a su esposo, o al menos así lo sentía mamá. Tras dejar atrás Montalbán, mi padre condujo por 47 minutos hasta ciudad Tovar, y luego le tomo 15 minutos más llegar a la casa. Al estacionar afuera todo parecía normal, pero luego de poner un poco más de atención, observó la puerta principal entreabierta. Al igual que muchas casas de la cuadra, la suya no tenía pared en el frente. Él luego de abandonar el vehículo se detuvo para volver su mirada al auto, y luego a la ventana de su habitación en la parte superior. Las cortinas estaban irregularmente corridas. Papá recordaba muy bien haberlas cerrado antes de irse, él había adoptado el hábito de cerrarlas ventanas antes de salir, ya que un sedán gris había comenzado a merodear la cuadra, por lo que papá no salía de su habitación sin asegurarse de correr las cortinas y pasar las clavijas. Luego de mirarla ventana papá observó en ambas direcciones. Un auto negro venía desde la derecha a baja velocidad. Pasó a un lado del auto mientras mi papá lo seguía con la mirada. Asustado y nervioso, mi padre fue hasta el garaje, a un costado de la pared que colindaba con la perimetral del vecino, para tomar de un montón de herramientas, una barra maciza de metal. La sujetó e inmediatamente se acercó hasta la entrada de la casa. Desde un costado, podía verse con mayor facilidad el espacio entre la puerta y el marco de la casa. En el interior no podía verse demasiado. Todo estaba muy oscuro. Mi padre posó su mano sobre la puerta para empujarla. Sus manos estaban frías, tanto como la madera de la puerta. Nervioso volvió un par de metros hacia atrás para mirar alrededor del lugar y tomar con mayor firmeza la barra de metal. Luego de volver la mirada a la fachada de su casa, papá volvió a tomar la manilla de la puerta, para empujarla muy lentamente, mientras el frecuente y casi indetectable rechinido que siempre escuchaba cuando llegaba a casa, esta vez parecía sonar con mucha más fuerza. Deteniendo la puerta al instante, asomó su cabeza dentro de la casa sosteniendo la barra delante de él. El lugar estaba hecho un desastre en su interior. El piso estaba cubierto de hojas y trozos de cristales rotos. Casi sin darse cuenta se encontró sorprendido y aterrado avanzando tras el desastre. Tras mirar las escaleras, papá siguió hacia ellas girando constantemente, pronunciando tímidamente el nombre de Santiago una y otra vez. A pesar de su temor, mi padre sentía que la casa había sido abandonada, aun así no dejó de llamar a Santiago.

Más allá de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora