CAPITULO VII

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Luego del rapto de mamá, papá no volvió a saber de ella ni ella de él. Tendrían que pasar muchos años antes de que volvieran a tener noticias el uno del otro. Mi madre tampoco supo nada de mi abuelo, no hasta que se enteró de su muerte pasados 8 meses de su llegada a la sede secreta del Centro Clínico Especializado La Nación, región Sur. El abuelo, simplemente nunca pudo recuperarse de todo lo que significó perder a su hija aquella noche. Los hombres tenían un instinto natural de protección que había sido ultrajado en todas las maneras, y muchos simplemente no podían superarlo, ni soportarlo. Luego de lo sucedido aquella noche en la casa de mi abuelo, mi madre fue trasladada a la sede número 1 de LA NACIÓN de Puerto Ayacucho esa misma madrugada. Pasaron varias semanas antes de que mamá supiera donde se encontraba. Ella permaneció con otras mujeres hasta el día después que me dio a luz: el 18 de diciembre del 2079. Al nacer, mamá me colocó un nombre que esa misma noche juró que nunca iba a pronunciar, no mientras estuviese recluida, desde entonces, yo fui sólo su hija, y así sería llamada. Creo que esa también era una forma de afirmarle a ese lugar que ella era mi madre. Luego de estar en Puerto Ayacucho fue trasladada conmigo a Ciudad Bolívar. Tras cumplir seis años recluida en ese lugar, ambas fuimos devueltas a la ciudad de Bejuma, al mismo lugar rodeado de muros que formaban parte del paisaje de la casa de mi abuelo. Mientras sobrevolábamos la ciudad desde la nave, mamá, ala distancia, alcanzó a ver la casa de su padre, o lo que quedaba de ella. Incluso desde el aire podían verse las ruinas. Durante todo el viaje mi madre estuvo atenta a la ventanilla sin decir una palabra. Fue la primera vez en la que no le importó mostrarse así conmigo. Yo era solo una niña, pero de alguna forma recuerdo ese momento como adolescente; era la primera vez que la veía llorar de ese modo. Su mano acariciaba el cristal de la ventana como si quisiera sentir ala distancia, se abrazaba a si misma mientras sollozaba como una niña. Luego de perder de vista la hacienda del abuelo, mamá bajó el rostro, se secó las lágrimas y me abrazó. Juro que todo a mí alrededor desapareció cuando nos vimos a los ojos después de ese abrazo. Luego de desembarcar y ubicarnos por separado en una fila, una de mujeres para ella y otra de niñas para mí, ambas ingresamos dentro de un hospital de cinco pisos, vigilado como si se tratase de lo que en realidad era: una prisión. Por momentos no supimos una de la otra, pero ya en el tercer piso, donde se encontraba nuestra habitación, nos volvimos a juntar; nos abrazamos como si nos hubiéramos reencontrado luego de un desastre natural. Desde ese día mi vida en el Ce-CELN fue como girar dentro de una bola de hámster: corría y corría y siempre estaba encerrada en el mismo lugar. Los días tenían demasiadas horas, pasábamos de exámenes a estudios médicos, de estudios médicos a pruebas, luego a clases, y en las tardes, bajábamos al patio junto con el resto de las mujeres recluidas. Mi madre se juntaba con su clan a tomar té y cuidar de las plantas o los animales, mientras yo me reunía con las chicas, que éramos 6 en total. Rara vez compartíamos con chicas de otros pisos u otros edificios, y viceversa. El patio era el único lugar en el que podía sentir lo que era tener una vida. Vivir el resto del tiempo era una maldición para mí y mi madre, que una que otra noche cuando me invadía la desesperación, solía verme llorar. Ella, siempre me hablaba de papá y de nuestro reencuentro para calmarme; esa era la razón de mis ataques de ansiedad, pero era también lo único que me calmaba una vez que los tenía. Papá era tan hermoso en las palabras de mi madre, que no podía dejar de pensarlo. Verlos juntos había sido el único sueño con el que crecí. Una vez que me bajó el periodo por primera vez, y me desarrollé oficialmente, a mí y a mi madre nos colocaron en habitaciones diferentes. Era algo que ambas sabíamos que iba a ocurrir, sin embargo, nunca pude prepararme, aunque creía que lo estaba. A ambas nos reubicaron en una habitación conjunta. Mi primera noche sola, fue la peor noche en ese lugar, y vaya que tuve bastantes. Ambas nos veíamos desde el amanecer hasta que llegaba la hora de dormir, pero dejar de sentirla en mi cama como lo único importante que tenía, hacía que conciliar el sueño fuera algo complicado. Sin embargo, eventualmente terminaría por acostumbrarme, como siempre. Yo y las chicas del lugar nos hicimos amigas. Todas imaginábamos y charlábamos de cómo debía ser la vida fuera de los muros, pero sobre lo que más hablábamos: era de los hombres. Ese era un tema prohibido así que nos comunicábamos usando claves de árboles, troncos, naranjas y cualquier cosa que se nos viniese a la mente. Ninguna de nosotras había visto a un chico en nuestras vidas, lo más parecido a un hombre eran las mujeres de guardia, unas señoras un tanto robustas e intimidantes, que solían llevar el cabello corto, y que al igual que los hombres, también le gustaban las mujeres. Samítia y Arly eran las dibujantes de nuestro grupo. Ellas discretamente, veían imágenes de las computadoras o de la tv en las oficinas, y las grababan como si se tratara de una cámara fotográfica. Todas pasábamos horas viendo hombres que, por ser retratos, podían verse como quisiéramos. Cada una se reunía y decía que ponerle o quitarle, incluso Anny y Karla que no eran heterosexuales y eran parejas, lo hacían. A veces sentíamos que éramos demasiado obvias y que, en más de una ocasión, caímos en el error de descuidar nuestros secretos y pasatiempos, pero, aun así, las guardias nos mantenían a raya haciendo parecer que no estaban enteradas de nada. Eran firmes y calladas, pero también había algo de complicidad en ellas. Anny y Karla lo llamaban maternidad con cierta picardía. Cuando la hora de estar en el patio terminaba, todas íbamos a nuestras "vidas" de nuevo. Del grupo, todas teníamos madres, todas excepto Fernanda, quien había perdido a su madre durante el parto. Todos teníamos especial empatía por ella, y nuestras madres la acogían como su hija, al punto de no llegar a saber si era la más desafortunada o la más afortunada del grupo. Todas, incluyendo mamá, habíamos afinado la capacidad de observación de nuestro entorno. Estar tanto tiempo encerradas nos hizo entender que todo tenía una debilidad. Si prestabas atención alas detalles, cada puerta y cada pasillo, tenían un punto que, sumado con la debilidad o fortaleza de otros puntos, los hacia completamente vulnerables. Todas y cada una de las evaluaciones que hacía en mi cabeza, eran almacenadas como un plano mental, que se unía con la deconstrucción de todo el piso que había conseguido mamá a lo largo de los años; si para algo la había preparado mi padre, había sido para el momento que estuviese encerrada. Él era ingeniero Civil, y conocía los puntos débiles de las construcciones del Ce-CELN; no por que hubiese trabajado en ellos, sino porque dedicó parte de su vida a investigarlos para su esposa. Durante años mamá había planeado nuestra huida, lo hizo todo el tiempo que estuvimos juntas. Ese era también el bálsamo que me calmaba durante mis ataques de ansiedad, y también, al igual que mi padre, era lo que me los causaba, aunque el principal detonante erala fecha de mi cumpleaños número 15, o en realidad la semana antes de mi cumpleaños número 15, pues mi madre había soñado concelebrar mis quince años junto con papá por 14 años. Era irreal, ver que después de haber esperado por tanto tiempo, al fin llegara la "semana antes". Yo recién acababa de subir del patio y no podía contener lo que me pasaba. Afortunadamente las chicas creyeron que se debía a la video llamada que tendría con mi padre el día de mi cumpleaños, cosa que en realidad iba a suceder porque formaba parte del plan, así que, de no existir el plan de escape, seguramente hubiese estado igual de nerviosa ese día. Yo no podía contenerme en lo absoluto: no podía siquiera describir el remolino que había dentro de mí. Esa noche como la de todos los jueves, un pequeño grupo de mujeres era trasladado a los laboratorios de "control menstrual "ubicados en el ala "A" del piso. Ese era un régimen que cumplían todas las recluidas incluso nosotras que éramos enfrentantes. Las enfrentantes eran mujeres que a diferencia del resto, no eran recluidas para concebir, ya que su trabajo era el de aportar valores de sangre que permitían generar una especie de anticuerpo que contrarrestaba la inhibición H. Sólo las mujeres que descendían de la población de mujeres inyectadas con la primera vacuna, podían ser enfrentantes. El programa de visitas al laboratorio por parte de las convivientes, estaba regido por su ciclo menstrual, por lo que al menos una vez al mes debían cumplir el proceso de recolección demuestras. "A las 19:15 mamá iba a dejar su habitación, y justo después de cruzar la puerta, desde su habitación, yo subiría hasta los ductos de aire ubicados sobre el techo, dirigiéndome cuidadosamente "al pasillo de las dos puertas" como lo llamábamos últimamente. Justo en el pasillo que va a una de las tantas habitaciones de los laboratorios de "control menstrual", había un pasillo clausurado con dos puertas en ambos extremos, las cuales siempre permanecían cerradas, y podían abrirse sin llaves sólo desde adentro. Estas puertas estaban separadas entre sí por unos 12 metros de pasillo que iban del ala "B" al ala "C", donde se encontraban las escaleras de emergencia que llevaban al estacionamiento. El acceso a esas escaleras siempre estaba vigilado por dos mujeres enormes; no obstante, justo 15 minutos antes de las 21:00 horas, estas mujeres realizaban el protocolo habitual de seguridad, el cual incluía el recorrido e inspección de todos los pasillos del piso, lo que dejaba libre el acceso de las escaleras. Ambas tendríamos un lapso de 8minutos para salir del "pasillo de las dos puertas", cruzar el acceso y continuar escaleras abajo hasta llegar a la entrada del estacionamiento. Era en ese punto donde Anna, la coordinadora del tercer piso, entraba en juego. Anna era desde hace un año, la actual pareja de mi madre. Mamá nunca había tenido ningún tipo de relación homosexual, pero una vez que se presentó la oportunidad, mamá accedió a dejarse cortejar por ella para ganarla como cómplice. No sé cómo, pero consiguió que ella fuese el enlace entre nosotras y papá, además de ser la llave que nos abriría las puertas durante todo el proceso de escape; la única condición era que Anna iba a huir con nosotras. Que Anna escapara con mamá y conmigo sin duda complicaba un tanto la situación estando afuera, pero poco nos preocupaba, sin Anna dentro del Ce-CELN, el plan de escape habría sido insostenible. Una vez que mi madre pudiera salir del laboratorio se encontraría conmigo en "el pasillo de las dos puertas", nuestro punto de encuentro. Ese pasillo, no era un lugar de acceso frecuente, había quedado fuera de funcionamiento cuando el edificio fue remodelado para convertirlo en sede del "Centro Clínico de Estudios La Nación". Ese espacio estaba ocupado por varios artefactos obsoletos, y una gran cantidad de cajas de embalajes. Las cámaras en ese lugar también estaban fuera de servicio, por lo que era un punto de encuentro perfecto para ambas. Llegar a él era algo que había ensayado en mi mente infinidad de veces, y no solo en mi mente, también había realizado el recorrido por los ductos del aire acondicionado en muchas oportunidades cuando dormía con mamá. Usaba mis ataques de ansiedad por las noches para encerrarme en el baño y escabullirme durante horas. A veces hacia el recorrido hasta el pasillo de las dos puertas, ensayaba como abriría las cerraduras desde adentro y volvía de nuevo. Otras veces subía solo para pensar, trepaba por las tuberías hasta una esquina a la que me gustaba ir, para sentir que podía desaparecer del mundo sin tener que morir. Allí imaginaba mi vida con papá y mamá fuera; solo cerraba los ojos y escapaba de ese lugar. Nunca lloré tanto como la tarde de mi último día en el Ce-CELN. Me afectó al punto que sentada sobre la cama de mamá, observando la puerta, me pasmé, no supe que iba hacer. Mi mente se había nublado mientras que el tiempo parecía correr rápidamente despacio. Faltaban segundos para que todo comenzara y yo, aun intentaba recordar los planes: "B", "C" y "D". Me perdí en el recuadro de la puerta cuando de pronto, un ligero bip que provenía del otro lado de la puerta me hizo volver de mi letargo. Nadie intentaba abrir todavía, pero escuchar ese sonido hizo que mi corazón se acelerara. El último segundo de mi pasado había muerto, y el juego de nuestras vidas, comenzaba.

–¡Ey! –me sorprendió mamá saliendo del baño. Yo por reflejo aparté la mirada de la ranura debajo de la puerta y la miré–, "Esto es unhospital, no una cárcel", –aclaró moviendo sus labios–, "nadie nunca ha intentado siquiera escaparse de aquí, y de seguro siguen pensando que nadie lo hará. No te preocupes. Todo va salir bien"–concluyó agachada frente a mi mientras acomodaba mis zapatos.

Mi madre y yo habíamos desarrollado la habilidad de leer nuestros labios para comunicarnos sin necesidad de hablar. Luego de respirar hondo, representé un "está bien" asintiendo con mi cabeza y la abracé. Había comenzado a sentirme cómoda cuando de pronto sonó el bip de la puerta desactivándose.

-Ok, –exhaló mamá mientras se levantaba–, llegó la hora –susurró dando media vuelta, alisando su uniforme–.

–¿Buenas noches? –nos saludó Armenia ya con la puerta abierta, ¿Lista?

–Siempre –contestó mi madre pasando a su lado.

–Hija.

–Armenia.

–Ya debes irte a tu habitación.

–Sí... –respondí resignada poniéndome de pie–, lo sé.

Ya del lado de afuera volví a ver a mi madre, yo estaba un tanto nerviosa y preocupada. Armenia activó la cerradura de la habitación, me miró a los ojos con buen semblante y se alejó con mamá en sentido opuesto. Lo último que pude ver de mamá fue su sonrisa. Estaba muy confiada y contenta. Juro que al verla así mi actitud cambió por completo en ese instante. Yo sonreí de vuelta y las miré alejarse, luego, tomé aire y me dirigí hasta mi habitación, me quité la ropa, me enrollé una toalla en el cuerpo y entré al baño, allí abrí la ducha y me encaramé encima de la poceta para acceder al interior del techo por el cielo raso. Una vez arriba, tomé el bolso de provisiones que había guardado en mi rincón para pensar y me vestí; tomé agua a tope sin respirar, me hice una cola de caballo, limpié mis labios y con el corazón en los dientes, di los primeros pasos por los tubos y el conducto de aire, rumbo al pasillo de las dos puertas.

Más allá de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora