Los ángeles en el mundo árabe

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Las naciones islámicas forman parte de los pueblos cuyo tronco se remonta a los descendientes de Abraham; la creencia sobre los ángeles es similar a judíos y cristianos, con algunas diferencias menores. En el mundo árabe ángeles y los yinn aparecen en muchos de sus mitos y leyendas.

Jairat Al-Saleh refiere lo siguiente sobre estos seres dentro de la creencia musulmán:

Se dice que tanto los ángeles como los yinn poseen poderes sobrenaturales, pero mientras que los yinn, al igual que los humanos, tienen la libertad de escoger entre el bien y el mal, los ángeles son, por naturaleza, santos. Del mismo modo que los planetas giran alrededor del sol, y de él reciben luz y calor, los ángeles se mueven en la órbita de Dios; su luz y su poder derivan de El, y su hermosura es un reflejo de su esplendor.

Según definiciones tradicionales, los ángeles son seres inteligentes, etéreos y transparentes, creados a partir de la luz. Son invisibles para los humanos, pero son capaces de adoptar distintas formas, lo que posibilita el que se hagan visibles a nuestros sentidos. Tienen una naturaleza impecable, pura y sagrada; no codician ni sucumben a la ira o la pasión. La esencia de su carácter es la obediencia a su Señor. La oración es su alimento y el glorificar y alabar al Creador es su bebida. A menudo se habla de los ángeles como de la hueste celestial o la multitud celeste; son los habitantes del cielo, al cual protegen de los yinn que escuchan a escondidas, subiéndose unos encima de otros para llegar al cielo.

Se dice que los ángeles están organizados por jerarquías, comenzando por el ángel supremo, el Espíritu, continuando por los cuatro arcángeles, los cuatro (u ocho) ángeles que atienden el Trono Divino, y siguiendo con las diversas jerarquías angélicas. Los ángeles de mayor grado están dotados de magnitudes cósmicas. Su inmenso esplendor, si bien no es nada comparado con la majestuosidad de Dios, se representa siempre en términos de tamaño inimaginable y una terrible y deslumbrante luz.

El Espíritu (Al-Ruh) se considera, a veces, como el más imponente y el más santo de entre la multitud celestial, y se encuentra en el centro divino del universo; muchos incluso creen que es una creación más poderosa que los ángeles. Se le llama Espíritu porque a él se le confían todos los espíritus; cada aliento que exhala se convierte en el espíritu de un animal. El Señor le ha asignado a él el control de las esferas y de los planetas, los cuales se mueven y giran por orden suya y dejarán de hacerlo si El ordena que permanezcan inmóviles. También preside el reino mineral, animal y vegetal y controla los cuatro elementos: la tierra, el fuego, el aire y el agua.

Los cuatro arcángeles son Jibril (Gabriel), Mikail (Miguel), Israfil (Rafael) y el Ángel de la Muerte. Hay veces que a Jibril, el que le reveló al profeta Mahoma el Corán, se le llama el Santo Espíritu o el Santo Guardián. También se le conoce por el Pavo real de los ángeles. Jibril es el mensajero de Dios a los profetas, a quienes les trajo la revelación y a quienes prestó ayuda. Se llama Jibril porque participa de jabarui, la omnipotencia divina. Preside los terremotos, las tormentas, los volcanes y otros desastres naturales parecidos con los que Dios castiga a los pecadores.

Se dijo que después de que Adán fuera expulsado del paraíso, Jibril le consoló y le enseñó diversas habilidades, tales como el cultivo del trigo, el alfabeto y a trabajar el hierro. Después le acompañó a la Morada Divina de la Meca y le enseñó los ritos de la oración y de la peregrinación. También fue el guía del profeta Mahoma en su viaje nocturno al cielo y le trajo la yegua Buraq para que la montara. Se describe a Buraq como un animal alado, parecido a un caballo con el rostro de un. Sus ojos son como dos brillantes estrellas celestes que arden con una luz similar a la del sol; sus orejas son verde esmeralda y tiene una crin trenzada con perlas y rubíes que emiten una luz celestial. Es blanca entremezclada con negro, predominando el blanco en las cuatro patas. Buraq lleva en la cabeza una corona incrustada de perlas, símbolo de su origen divino.

En la literatura y en las leyendas religiosas se encuentran muchas descripciones de Jibril. A veces se le representa llevando un gran turbante blanco o una gran corona de oro adornada de perlas preciosas. Tiene seis alas, cada una de las cuales está formada por otras cien alas más pequeñas. Cada par de alas de Jibril podría abarcar el espacio comprendido entre el este y el oeste. Además, Jibril posee un par de alas más, que tan sólo desplegará el Día del Juicio final, cuando Israfil haga sonar su trompeta.

Se dice que Mikail lleva su nombre por la naturaleza de las tareas que tiene encomendadas; preside las nubes, el viento y la lluvia, pesando las aguas a fin de distribuirlas por todos los rincones del mundo. Mide las cantidades (makayil) asignadas a las plantas y a los árboles, luego les ordena a sus ayudantes que las echen a las nubes, ocasionando la lluvia, que proporcionará vida a la tierra y alimentos para todos los seres vivos.

También se encarga de las almas de los humanos, inspirándoles conocimientos, sabiduría y el deseo de alcanzar la perfección. En el séptimo cielo existe un mar denominado el Mar Retenido, a cuyas orillas se alza Mikail en todo su fabuloso esplendor, desafiando cualquier descripción con sus innumerables alas e inmensa magnitud. Ni siquiera la hueste celestial puede soportar la magnificencia de Mikail y quedarían convertidos en cenizas si se acercaran demasiado a él.

En cuanto al Señor de la Trompeta de la Resurección, Israfil, se dice de él que fue el primero de los ángeles en postrarse ante Dios. Como resultado de esto, el Señor le confió la custodia de la Tabla Guardada, que lleva suspendida sobre la frente. A veces se le asocia con el Trono Divino, como uno de los ángeles portadores de éste. También se entiende que Israfil es el ángel que transmite las decisiones divinas que, primero, la Pluma escribe en la Tabla Guardada y, más tarde, Israfil comunica al resto de los arcángeles y a sus ayudantes. Israfil se yergue con los pies asomando por debajo del séptimo cielo y la cabeza rozando los pilares del Trono Divino. Tiene cuatro alas principales, una tapando el este, otra tapando el oeste, otra con la que vuela a la tierra y una cuarta que utiliza a modo de velo para protegerse del esplendor y la majestuosidad de Dios. Con los ojos fijos en el Trono, sostiene eternamente la Trompeta junto a sus labios, dispuesto a hacerla sonar tan pronto como lo ordene su Señor. La trompeta de Israfil es monumental, y su longitud equivale a la distancia que hay entre el cielo y la tierra. Según la leyenda las almas de los difuntos permanecen en las oquedades de esta trompeta, aguardando el momento en que Dios le ordenará a Israfil que haga sonar tres veces la trompeta: el primer trompetazo será el del temor, el segundo será el del trueno y la aniquilación, y el tercero el de la resurrección. Al tercer sonido de la trompeta, las almas de los difuntos saldrán de allí, ardiendo ferozmente, en busca de los cuerpos que solían habitar en la tierra. Entonces a la orden dada por Dios, las almas volverán a entrar en los cuerpos de los difuntos ocupándolos por completo, extendiéndose por ellos con la rapidez del veneno. Los difuntos se levantarán de sus tumbas y avanzarán, en espera del juicio de su Señor. Tres veces durante el día y otras tres durante la noche, Israfil dirige su mirada hacia el infierno y llora de pena y dolor, temblando violentamente, las lágrimas corriéndole por las mejillas.

Izrail (Azrael), el Arcángel de la Muerte, no es menos magnífico ni inspira menos temor que los demás arcángeles. Es el ángel que jamás se ríe, el destructor del placer y de las alegrías, el dispersador de los amigos y los amantes; es el temido visitante que vacía los hogares y puebla las tumbas, dejando tras sí un grupo de desconsolados padres, de huérfanos y de viudas. (...) El guardián del paraíso es el ángel Radwán, cuyo asiento está hecho de luz. Su rostro y su figura brillan con una hermosura celestial y con el resplandor de su vestido, repleto de espléndidas joyas. Contrastando con él está el ángel del infierno, Malik, a quien Dios creó como emanación de su ira y venganza. Al igual que el Ángel de la Muerte, jamás sonríe; tiene un ceño tan ferozmente fruncido que, de sernos revelado, aniquilaría a la humanidad, hundiría los mares y descuajaría a las montañas de sus cimientos.

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