Un asesino por san valentin

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Atencion esto es un creppypasta largo

Te falta un año para odiar San Valentín. Esa es la escueta nota escrita en la tarjeta que acompaña a la única rosa de la que constaba el detalle floral.

Durante los últimos quince años, Maite ha recibido cada catorce de febrero el mismo ramo de rosas rojas y la misma nota, con la única variación en el número de rosas y de años que indicaba la nota. Era una cuenta atrás.

El primer año que recibió el ramo de flores tenía dieciséis años, el ramo constaba de quince rosas rojas y la nota rezaba: “Te faltan quince años para odiar San Valentín”.

Aquel primer año se lo tomó como una broma, lo había comentado entre sus amigas del colegio, pero nadie dijo nada. Maite pensó que era lógico que nadie lo aceptara. Al año siguiente, cuando recibió el ramo con catorce rosas rojas y la nota indicándole que le quedaban catorce años para odiar San Valentín, ya no le hizo gracia y las tiró a la basura.

Maite está muy nerviosa. Aún le tiembla todo el cuerpo desde que esa mañana ha sonado el timbre y antes de abrir la puerta ya sabía quién era y lo que le iban a entregar. Contempla la rosa que ha dejado junto a la nota encima de la barra americana de la cocina. No sabe si llamar a su marido al trabajo o esperar a que llegue. Le contó la historia de San Valentín hace tres años, cuando recibió las cuatro rosas y al llegar él del trabajo la encontró en la cama, llorando y temblando de miedo.

Se lo comunicaron a la policía, pero no pudieran hacer nada. No había ni una sola huella en la nota ni en el plástico que envolvía las flores. Cada año utilizaba un servicio diferente de envío de flores y por supuesto no dejaba ningún nombre. Pagaba al contado, pero nadie podía indicar cómo era ese hombre porque cada año se presentaba en la floristería correspondiente con una apariencia física diferente. Sin duda, se tomaba muchas molestias, le dijo la policía a Carlos, el marido de Maite, eso precisamente era lo más preocupante, pensaba Maite.

Le había rogado a Carlos que ese catorce de febrero se quedara en casa, pero le fue imposible, tenía un juicio muy importante y no podía faltar. Maite se sintió traicionada, hacía ya mucho tiempo que pensaba que para su marido el trabajo era más importante que ella o sus dos hijos.

Este era el último año, pensó Maite, el próximo catorce de febrero se cumpliría la amenaza de su acosador. No pensaba quedarse en la ciudad para comprobar si iba en serio o todo formaba parte de un macabro juego. Además, pensó, no puede ser una simple broma, esto es idea de alguien que está lo suficientemente loco para enviar año a año el tétrico presente, “nadie se toma tantas molestias”, recordó lo que les dijo el agente de policía.

Maite salió de casa para ir a buscar a sus dos hijos, no sin antes mirar a ambos lados de la calle. Necesitaba la sonrisa y los juegos de Gabriel y Muriel para distraerse y olvidar por unos instantes las rosas y el maldito San Valentín. Desde luego no hacía falta que pasara un año para odiar a San Valentín, lo odiaba desde hacía ya muchos años.

Cuando llegó a casa con sus dos hijos, de cinco y tres años, les dio de merendar y más tarde jugó un rato con ellos. Fue el único momento del día en el que no pensó en el envío que le había llegado esa mañana, a las diez, como siempre, durante los últimos quince años.

Un año después, el trece de febrero, Maite, su marido y sus dos hijos hicieron las maletas y se fueron a la cabaña del bosque, dada la inoperancia de la policía ante la inminencia de la fecha límite. “No tenemos más pruebas” “es cosa de un perturbado, seguro que sólo quiere asustarte” “no le des demasiada importancia” dijeron los policías. Maite sintió impotencia y rabia, ella sabía que todo eso iba en serio, no lo podía explicar, pero lo sabía.

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