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Se permitió pensar que ella no, que jamás iba a querer a medias.
Se permitió aceptar que nunca le había salido tal cosa. Nunca supo querer a medias porque ella no era de matices cuando se trataba de sentimientos.

Su teoría de que las personas acostumbradas a querer con miedo, se espantaban categóricamente de aquellos que lo daban todo cuando de sentimientos se hablaba, tomaba cada vez más forma.

Esos seres temían la espontaneidad de aquellos que gritaban tan a la ligera su sentir.
Aprendió que estar de un lado o del otro no era ni mejor, ni peor. Simplemente eran lados opuestos.
Unos tan te quiero pero no me lastimes.

Otros tan te quiero y no me importa todo lo que eso signifique.

En el mundo de las etiquetas (buenas y malas, mejores y peores, lindo y feo) a ella le resultaba dificultoso hacerse entender.

Ella era muy del te quiero tanto y no me importa lo que se venga, pero sí, tengo miedo.

A pesar de que seguía sintiendo sin medida alguna, dejó de culparse por aquello y así evitaba martirizarse cuando alguien se alejaba sin ningún tipo de aviso.

Y recordó aquella frase: Estoy dispuesta a perder todo. Porque si lo pierdo por ser quien soy, entonces lo que perdí no valía la pena.

Se felicitó por sentirse triste y decepcionada, sonrió mientras se le caían las lágrimas y se sintió más viva que nunca. Porque sí, alguien se alejó y si, le dolía. Pero no dejaba de aprender y sentirse plenamente sincera consigo misma.

Pensando AndoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora