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No dejaba de pensar en todo ni un sólo segundo, se agobiaba y agobiaba a los suyos. Le resultaba inevitable no analizar cada paso que daban los demás o incluso cada paso suyo.
No creía en la espontaneidad, quería tenerlo todo premeditado, no le gustaban las sorpresas, mucho menos dejarse llevar.
No pretendía cambiar, pero se dió cuenta de que ella no iba a entenderlo para siempre. Vió que ella era puro sentir y la admiraba, aunque jamás se animó a decirlo en voz alta.
La idea de perderla le aterraba pero no podía con su genio, aunque muchas veces ella logró que él deje de pensarlo todo tanto y se dejase llevar, le incomodaba. Le habían lastimado tanto, que no quería más cicatrices en su haber.
Por otro lado, ella seguía intentando, no se quería dar por vencida pero muy en el fondo sabía que se estaba cansando, sabía que sus excusas para no verla se debían pura y exclusivamente a él, sabía que cuando se trataba de él nada iba a cambiar pero así y todo, seguía esperando que algo cambie... Así y todo, seguía teniendo algo de esperanza.
Y fue entonces que se preguntó: ¿De verdad vale la pena seguir intentando con alguien que ni siquiera tiene ganas de intentar?

El silencio habló...

Pensando AndoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora