Prólogo

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Había llegado el momento, me sentía en condiciones de presentar de nuevo mi petición ante Él, tanto el valor como el dominio del tema me daban cierta seguridad y con la sensación dispersándose por mi ser, avancé hasta Su cielo.

Gabriel salía mientras yo ascendía.

–¿Alguna razón para buscarlo? –preguntó cómo quién ya conoce la respuesta.

–Solo vengo a charlar –respondí tratando de pasar sobre el arcángel, sin éxito.

–No tiene tiempo para solo "charlar" –puntualizó Gabriel, cómo si yo no fuera consciente de eso, además de que si algo tenía Él era tiempo, un concepto bastante diferente al que regía en la Tierra.

–Deja que pase –escuchamos resonar desde el interior, Gabriel se hizo a un lado y yo seguí con mi camino, entendía las razones del arcángel, si tuviera su puesto probablemente me comportaría de forma similar.

–Gracias –dije guardando cierta distancia entre mi posición y la Suya, al ver que no me acercaba más, Él me hizo una seña para hacerlo, obedecí avanzando hasta quedar a su lado. Veía un horizonte en medio de una infinidad de ellos, era difícil solo prestarle atención a uno cuando todos tenían algo que ofrecer.

–¿Y bien? –preguntó sabiendo que iba a hacer algo más que charlar, iría a pedir algo, situación con la que Él estaba íntimamente familiarizado, de la valentía que sentía un poco se esfumó.

–Creo que finalmente puedo hacerlo – solté.

–¿Lo crees? – preguntó sin sonar del todo convencido pero sin reproche en el tono.

–Lo estoy –corregí con un atisbo de duda, a pesar de Él saberlo todo, siempre nos confería privacidad en cuanto a nuestros pensamientos concernía, el libre albedrío para que cada uno llevara las riendas de su existir, quizá Él ya sabía el desenlace pero no por eso interfería de manera abrupta, la mayoría de las veces sugería alternativas, o nos enviaba señales para guiarnos.

–Allá abajo no es como los libros – aclaró y yo lo sabía, lo intuía y me había preparado para esta clase de observaciones.

–Lo entiendo –o intentaba tenerlo en cuenta la mayoría del tiempo– pero lo he analizado y considero necesario el trabajo de campo, si no lo cree conveniente puedo hacer algo más, la misión que me quiera asignar, o la persona. –dije recordándome que aún había cosas más allá de mi entendimiento, entre ellas la forma en que funcionaban los hombres. Llevaba tiempo estudiándolos y alcanzaba a vislumbrar varios aspectos de su naturaleza, de las ciencias que manejaban, y su insaciable sed por tener más: más conocimiento, más bienes, más de lo que ya tenían.

Adoptando la morfología típica de los humanos, puso sus manos sobre mí, mis alas primero se extendieron, y una sensación de desvanecimiento se apoderó del ambiente.

–Ten cuidado –Escuché antes de que sumirme en la nada.

Llegué a un bosque, lleno de neblina, la única luz que lo iluminaba no tenía un origen claro quizá por los árboles que lo rodeaban, altos y frondosos, daba una sensación de abandono y de haber tenido sentidos me atrevería a decir que era un ambiente frío. Recargada en un tronco había una joven, sus ropas estaban rasgadas y su rostro cubierto de suciedad, sus cabellos enredados y los pies desnudos, sollozaba al pie del árbol, era ajena a mi presencia o eso parecía, con cautela avancé en su dirección, cuidaba mis pasos para no alterarla, cuando conseguí estar a su lado me puse de rodillas, ya había adquirido la fisionomía de los humanos.

–¿Qué te turba? –pregunté poniendo una mano sobre su hombro.

La joven me miró con las lágrimas aún brotando de sus ojos, no me analizó mucho antes de abalanzarse sobre mi regazo, parecía necesitar consuelo y yo no iba a negárselo, permaneció en la misma posición por unos segundos antes de que de forma natural mis brazos la rodearan, acaricié su cabello y su llanto fue disminuyendo poco a poco. Tuve especial cuidado para no rozar los rasguños que decoraban sus brazos, ella permanecía en silencio y entendía que no quisiera hablar por el momento, su dolor empezaba a colarse en mi cuerpo, las piernas, los brazos, incluso lo sentía en el rostro, y en medio de mi pecho empezó a surgir una pesadez agobiante y de nuevo floté en el limbo del todo y la nada.

Abrí los ojos por segunda vez, esta vez no parecía ser dueña de mi cuerpo, que extraño es tener uno, había cables conectados, maquinas pitando a mi alrededor, y la habitación era de un blanco inmaculado. La sensación de incomodidad en mi garganta me comenzó a alterar, sabía como gritar mas no podía hacerlo, sabía como moverme pero no todo el cuerpo respondía, uno de los aparatos aumentó la velocidad del pitido logrando que una mujer entrara apresurada a la habitación.

–Necesito que te tranquilices, ¿de acuerdo? –dijo acercándose a la cama, poco faltaba para que el miedo se apoderara de mí, sin embargo la tranquilidad de la enfermera era un calmante, quería preguntarle un par de cosas que se negaban a salir de mi propia voz, algo se interponía impidiéndomelo además de que por alguna razón mis ojos volvían a cerrarse.

No sé cuánto ha pasado desde la última vez que abrí los ojos pero el entorno parecía permanecer igual, esta vez con las luces del techo encendidas, fruncí el ceño por la irritación de garganta que tenía y me quejé con un sonido gutural, por reflejo traté de aclarar las vías aéreas en un intento por hablar de forma entendible.

Había al menos una docena de cosas conectadas a mi cuerpo, electrodos, sondas, vías intravenosas, las maquinas a mis lados producían un pitido constante, un par de floreros descansaban en una repisa frente a la cama, me removí en el incómodo colchón sobre el que me encontraba provocando que uno de los cables se despegara de mi pecho, y oprimiendo un botón que descansaba a mi izquierda, esto no era para nada lo que me había imaginado pero ¿quién era yo para cuestionarlo a Él?

Los primeros días pasaron entre estudios y cuestionarios, me fui despidiendo de los cables y sondas, posteriormente vinieron las terapias, explicaciones sobre lo que debía esperar del futuro inmediato e instrucciones a seguir para retomar su vida, es decir mi vida, más correcto: esta vida.

Fui conociendo y entablando relaciones con las enfermeras y enfermeros responsables de mi cuidado, sabía cuando era el cambio de turno, sus nombres, incluso se animaban a contarme algunos de sus problemas, no hacía sino escucharlos solamente, quizá darles algunas palabras de aliento y eso bastaba para que sus semblantes se transformaran, les devolvía cierto brillo a la mirada. A los residentes fui conociéndolos de a poco, ellos me visitaban cada que encontraban un momento para tomar sus alimentos, y en vez de tumbarse en los pasillos lo hacían sobre el reclinable vacío de la habitación, la compañía me venía bien, la mayoría eran buenas personas, como humanos algunos trataban de esconder sus debilidades, otros las usaban para impulsarlos, y yo me preguntaba ¿cómo sería que las usaría "ella"?

Por las noches, cuando dormía, tenía visiones, destellos de la memoria de Renée, a quien algunas veces también le llamaban Ava, sobretodo sus padres, eran migajas que fui recolectando hasta poder crearme una idea de lo que era su vida; con cada día que pasaba sentía su esencia enlazándose a la mía, no luchábamos por el cuerpo, yo le daba paz que ella necesitaba, coexistíamos sin coexistir, y nos entendíamos en formas que superan al raciocinio del hombre.

Llevaba un rato sola, algo inquieta y por el exceso de energía me levanté de la cama, mis piernas habían respondido de maravilla a la terapia y aunque no me dejaban caminar demasiado sí podía deambular entre las cuatro paredes que me protegían. Avancé al sanitario, había una cosa picando mi curiosidad y no me había atrevido a quitarme la duda hasta ese preciso momento, entré fijando la vista en la pared de la ducha, cerré la puerta detrás de mí dejando que la oscuridad me envolviera uno segundos, quería armarme de valor y cuando creí estar lista encendí la luz, cerré los ojos como resistiéndome y me giré en dirección al espejo, despegué los parpados y me encontré con el reflejo devolviéndome la mirada, analizaba los grandes ojos que oscilaban entre el azul y el gris, las cejas finas y ligeramente arqueadas en el extremo enmarcaban el rostro y conferían cierta simetría en combinación con los pómulos, una nariz pequeña y respingada, los labios ligeramente rosados el inferior un poco más grueso que el superior, el mentón no era ni grande ni pequeño; puse ambas manos en las mejillas mientras ladeaba la cabeza para terminar de asimilar mi nuevo aspecto.

No sé si fueron minutos u horas hasta que asentí al reflejo, ahora me conocía.


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N/A: Me carcomen los nervios desde que decidí empezar a publicar mis historias y este solo es el principio de uno de mis sueños. ¿Será que tengo lo necesario? Supongo que lo descubriremos juntos.

¡Espero que les guste!, estaré actualizando seguido, gracias querubines por tomarse el tiempo de leer hasta este punto. 

Un abrazo apretado y un beso tronado de esta autora novata para ustedes. 

CAELUM NIGRUMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora