I. BIENVENIDA

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"Jehová te bendiga, y te guarde; Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; Jehová alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz."

Números 6:24-26.

–¿Quién presenta? ­– Demandó la doctora encargada, su voz me recordaba a algo, era más una sensación que un momento en específico, fruncí levemente el entrecejo tratando de identificar exactamente el qué, su imagen no me decía nada. Estaba totalmente concentrada en eso y no en escuchar mi historial.

El rostro de los jóvenes parecía teñirse con algo de alegría cuando anunciaron que me darían el alta por la tarde. Las despedidas eran inevitables, y a todos los consideraba importantes porque literalmente habían sido mi primer contacto con su mundo.

"Por favor llénalos de dicha, de bendiciones." Pedí a Él, yo podría desearles el bien pero no tenía el poder del Altísimo, y aunque sé que no se olvida de ninguno, no está de más interceder en favor de algunos, de tanto en tanto.

–Doctora... ¿Puedo hablar con usted? – Pedí con duda, unos minutos más y tal vez descifraría de dónde era que Reneé la conocía. La mujer despachó a los estudiantes y se acercó a la camilla asintiendo con la cabeza. – Es algo un poco absurdo, a decir verdad, pero ¿cómo saldré de aquí?. – Pregunté temerosa, la mujer parecía confundida. – Me refiero a que no me gustaría salir con la bata del hospital. ­– Confesé con una media sonrisa, sería terriblemente incómodo exhibir todo lo que el pedazo de tela blanco con azul no cubría, la doctora soltó una risa.

–Me encargaré de eso –dijo con voz dulce mientras asentía con la cabeza.

–Gracias Doctora... Walker ­–Me frené tratando de recordar su nombre sin éxito.

–Dime Keila – Pidió salvándome del momento de vergüenza que estaba pasando, sonreí agradecida.

–Gracias Keila –repetí esta vez usando su nombre de pila, la castaña salió de la habitación sin mediar otra palabra.

De nuevo estaba sola, y días atrás había encontrado una bolsa de plástico con algunas pertenencias de Reneé que ahora suponía eran mías, un anillo en el que resaltaba una piedra azul mientras en el resto solo había brillantes, una identificación con la foto y datos básicos, un celular que no encendía y parecía inservible por la pantalla hecha añicos, y un reloj cuyo cristal había desaparecido. Por lo que sabía, basada exclusivamente en la versión de los doctores y de algunos detectives, estuve en un aparatoso accidente de autos, así lo catalogaron, en mi sangre no encontraron restos de sustancias ilegales, el auto fue pérdida total pero tampoco tenía signos de haber sido alterado, y yo no podía darles la respuesta a sus preguntas porque poco o nada recordaba de los días previos.

Era un rompecabezas que la Reneé original podría resolver, yo estaba ahogada en confusión, de cualquier modo no era mi principal objetivo indagar en su pasado, solo lo necesario para mantener cierta coherencia en el presente.

Las manecillas del reloj avanzaron tres horas más, ya estaba lista para partir aun sin saber la forma en qué haría, hasta que Anahira, la hermana de Reneé, entró a la habitación con una gran sonrisa y los brazos extendidos listos para apresar mi cuerpo en un reconfortante abrazo.

–Niñera reportándose al servicio ­–comentó una vez que me soltó, su mano derecha se mantenía sobre su frente como si de un saludo militar se tratara, elocuente como siempre, o así parecía según los recuerdos–. A un lado que el bolso pesa más de lo que debería.

–Muy graciosa –respondí con sarcasmo en la voz, no quería una niñera pero la necesitaría si planeaba seguir en este plano existencial–. Veamos que tan buen gusto tienes –murmuré alzando una ceja expectante ante el contenido del bolso de gimnasia que acababa de dejar sobre la cama.

CAELUM NIGRUMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora