VIII. Visiones

27 9 2
                                    


"No escuchó la voz, ni aceptó la corrección. No confió en el Señor, ni se acercó a su Dios."
    —Sofonías 3:2

Faltaba poco para que amaneciera cuando desperté, la noche anterior Ana y yo habíamos tenido una larga charla sobre su corazón de condominio y sobre el mío que parecía enterrado en el fondo del océano. Lloramos, comimos, y reímos hasta que nos rendimos al sueño.

Ella dormía plácidamente a mi lado, envuelta en todo el edredón y ocupando tres cuartas partes del colchón, se veía mucho más joven que de costumbre, no quería despertarla o moverla desacomodarla y que comenzaran los ronquidos por lo que con cuidado me levanté por un vaso de agua.

En el marco de la puerta me detuve, ahí estaba ese ligero cosquilleo en mi barbilla que solo se hacía presente cuando Renée y yo nos fusionábamos un poco más.

"¿Prometes que la cuidarás?" Escuché en mis pensamientos el lejano susurro de la que alguna vez habitó este cuerpo.

Asentí con la cabeza, en pro de salvar la vida de Renée y su alma tenía que sacrificar parte de mí, cada vez que yo me hacía más humana, ella se acercaba un poco más a que su alma trascendiera.  Con ello venían dolores de cabeza, uno que otro mareo, y momentos de disociación.

Con el tiempo que llevaba de conocer a Ana, ya la veía como mi propia hermana menor, mi labor no era ser su ángel de la guarda pero mientras yo estuviera aquí, me encargaría de protegerla tanto como pudiera.

꧁ ━━━━━ ꧂

Entré al ascensor lamentándome haber perdido con Ana, ahora debía ser yo quien fuera a recoger el sushi a la recepción, era lo justo, ella había ganado usando piedra mientras yo me iba por las insípidas tijeras.

El elevador se detuvo un piso después de que me subiera, una mujer de la tercera edad entró, usando su bordón y acomodando los lentes sobre el puente de su nariz, de inmediato sentí un penetrante aroma a laurel mezclado con otra flor silvestre, era embriagador, casi sentía que me transportaba a otro lugar.

Bastó un parpadeo.

Ahí estaba Gabriel, envuelto por su propia luz, y ahí estaba yo, cegada por haber escondido mi luz y mis alas.

—Abadón —escuché su voz antes de poder formular mi pregunta, si el arcángel había decidido bajar era porque un mensaje traía—. No.

Volví a sentir las extremidades y la tela de la ropa sobre mi piel, el elevador se detuvo en el lobby pero a mi alrededor no había nadie más, éramos mis visiones y yo.

El mensaje había sido claro, dos palabras, una advertencia quizá.

Podía darle vueltas al asunto, rebanarme el cerebro buscándole pies o cabeza a la razón por la que había recibido el mensaje, y fue que extrañe uno de los privilegios de conocer la línea de vida de los humanos.

Entre al apartamento asustando a Ana, quien de forma poco discreta dejó mi celular sobre la encimera de la cocina, enarqué una ceja dejando la comida a un lado y esperando una explicación.

Ella me regaló una sonrisa de falsa inocencia.

—¿Qué hiciste? —ya la acusaba de algo, aún no sabía el qué.

—Tu novio pasará por ti en una hora —respondió sacando la comida de la bolsa de papel café.

—¿Novio? —cuestioné chasqueando la lengua, su risa y el registro de llamadas respondieron la pregunta—, ¡Abadón, no es mi novio! —enfaticé cada palabra mientras el rubor se expandía por mi rostro.

CAELUM NIGRUMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora