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Hans, el rey de las bestias, se asomó por el gran ventanal del amplio salón en el que se encontraba admirando el fúnebre escenario que se desarrollaba en el reino. Rebuscó en su bolsillo con la mano derecha, al mismo tiempo que mantenía la mano izquierda perfectamente posicionada en su espalda antes de comenzar a andar hacia el sillón. Giró su cabeza hacia su pequeño primogénito.

- Muchos te verán como quieras que te vean. - decía sentándose, con un poco de dificultad por su avanzada edad en el mueble con cojines rojos y de tela negra - Pocos sabrán el verdadero poder que albergas y algunos. - señaló con una acentuada pausa, mirando su cuerpecito en el suelo de la sala- Solo los más inteligentes, podrán apreciarte sin quererte utilizar para artimañas, estafas al por mayor, o toda clase de maldades pensadas y por pensar del ser humano. ¿Comprendes eso, hijo?

- Me he dado cuenta en el momento en el que esos hipócritas se acercaban para despedir el cuerpo y el alma de madre. - comentó con una expresión inescrutable, a la vez que levantaba su brillante mirada de sus trenes de juguete - Los humanos no son malos, ¿verdad?. - preguntó con un ápice de inocencia mientras se levantaba y limpiaba sus rodillas con sus pequeñas manitos regordetas - La sociedad los hizo así, los alimentó de poder y los cebó el tiempo suficiente como para que empezaran a sentir la ambición y la codicia típica de los Nellan, ¿cierto? - Alcanzó a sentarse en el lado derecho del sillón mientras comentaba la existencia de aquellos a los que al nacer se les había privado de poder transformarse en animales y poder cambiar de apariencia física siempre que quisieran.

El más viejo de la sala sintió un alivio tremendo al reconocer que su pequeño, de nombre Nikolay, seguía teniendo esperanzas en la humanidad y no había dejado sacar todas sus bestias a relucir. Algo le decía que si, ese pequeño cerebrito y gran luchador a sus cortos 4 años, dejaba de creer en la esperanza, algo muy grande se desataría en Arkewy, y ese algo sería aun más devastador y catastrófico, de lo que este mundo pudiera llegar a soportar.

- Claro que sí, pequeño - contestó sonriendo mientras agarraba el periódico de la semana de la mesita de estar con su mano derecha.

Su primogénito se levantó tras darle un beso de despedida en la mejilla a su padre y se dirigió a su cuarto.

Hans suspiró.

No por nada llamaban a Hans, La Bestia. Mucho menos le habrían puesto al pequeño Nick, el Arky, ¨el quinto¨. Porque todos conocían la leyenda, y aquel pelinegro de ojos verdes tóxicos cada que crecía, prometía estar demasiado cerca de convertirse en una.

Aunque si nada hubiera pasado, entonces yo no estaría contando su historia.

Estaos atentos pequeños/as exploradores, porque a la mínima que os mováis, respiréis o intentéis siquiera huir, recordar:

¨Las bestias solo se adueñan de mentes frágiles, débiles, sin fundamentos y prácticamente ingenuas¨. Porque, ¨¿de qué le sirve a la bruja engordar a los pequeños si no los engatusa, los lleva a dormir y los encierra, antes? ¿Cómo, si no, los podría hacer sentir en confianza para después traicionarlos?¨

El quinto eslabónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora