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El día de la comarca cada vez estaba más próximo. La mayoría se arremolinaba a los costados de las grandes embarcaciones de marineros y pescadores que llegaban al puerto de Glizzu. Bien para dar la bienvenida a los que regresaban con vida de aquel largo trayecto, o bien para preguntar los precios de los pescados que iban sacando de las redes y canastas.

En cambio, los dueños de los puestos, que estaban montados y listos para comenzar con la fiesta de ese año, se impacientaban dando los últimos detalles a sus tiendas y terminando de poner sus tartas, pasteles, pinturas o esculturas a la vista para que la gente se detuviera a mirarlos más de lo debido y compraran algo esa misma noche. 

Abastecían sus mesitas de madera con un millar de flores de colores, galletas en forma de grandes alas de dragón, pastelillos con dibujos de la luna... Todo en conmemoración de sus grandes dioses. Los mismos en los que cada uno de los aldeanos del pueblo depositaban sus esperanzas al ir a la guerra o cuando se vestían lo mejor posible para ir a los templos sagrados de la región. 

La tradición era simple. Los pequeños Alfas de la comunidad cazaban con sus padres presas que entregar de ofrenda a la diosa Luna en la fogata anual del día de la comarca.

Los Betas, preparaban sus mejores obras de arte o sus mejores platillos para sorprender a sus vecinos, al rey o simplemente para que la velada se hiciera más llevadera. Al fin y al cabo eran seis horas. De las 18:00 pm a las 12:00 am.

A esa hora todos estaban confinados en sus casas por miedo a que el Gélido llegara y arrasara con sus ágiles y huesudas manos a sus cachorros. Todo un espanto.

Por último, pero no menos importante, estaban los Omegas.

Los cachorros que nacían con esa condición tenían prohibido salir de sus casas a partir de las cinco de la tarde. Así que, se perdían la fiesta año tras año. Cuestiones de seguridad por el reciente secuestro, maltrato y asesinato de la reina. Una Omega. Y por los secuestros y mutilaciones llevadas a cabo a grupos de la misma especie que esta.

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El joven Nikolay estaba dando un paseo por los alrededores de la finca que comprendía el inmenso castillo del rey. Él no entendía porque su padre no lo había dejado salir de su casa e ir al pueblo en busca de los demás para jugar un rato al pilla pilla o tan solo al escondite. Tan solo quería estar ahí jugando con los demás en lo que sería su último día de libertad. Uff, libertad... Una palabra tan inspiradora y extraordinaria que solía utilizarse a la ligera por muchos y que otros cuantos no podían siquiera mencionar debido a que no contaban con ella.

Todos sus amigos estaban o bien ayudando a sus padres con los dulces de la fiesta, los que nacían con condición de Beta, o bien pescando con sus padres, los que nacían con condición de Alfa.

Hace meses había dejado de luchar contra lo inevitable. Su ascenso al trono. Todo lo que los ciudadanos desean tener y que él desearía regalarles si pudiera.

¡Vamos! Que todavía quedaban varios años o incluso una década y unos cuantos años más para llegar a ser rey. Pero su padre lo consideraba necesario debido a su carácter distintivo. Como siempre mencionaba.

Nikolay estaba enfadado.

Lo único que pedía era ser tratado cómo los demás. Y en el caso de que esa petición le fuera denegada, vivir tranquilo hasta que cumpliera la mayoría de edad.

¿Acaso pedía demasiado?

Desde hacía exactamente 5 meses había comenzado con la fase 1. La explotación del tacto. En esta fase el sujeto en cuestión era sometido a pruebas de riesgo extremo con solo la utilización de ese sentido, el tacto.

El quinto eslabónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora