Tres minutos después, un Alfa muy enfadado de dos metros estaba lanzando bolas de fuego a un campo de fuerza para que este se debilitara y pudiera entrar a la casa de su Omega.
— ¿Pero por qué narices esto no funciona! — gritó frustrado mientras creaba un ejército de soldados de fuego para que le ayudaran a debilitar la barrera. — Demoler esta mierda, chicos — se dio la vuelta mientras intentaba pensar en un plan en el que no fuera imprescindible transformarse y quemar el bosque entero.
Esto no va a funcionar, se dijo.
— Todo sería más fácil si tuviera un espíritu de esos interiores como los que tienen los lobos, pero no, a la Diosa Luna le hizo gracia privarme de tener compañía... — refunfuñaba mientras veía todo el caos que sus soldados estaban causando. Nickolay se cruzó de brazos y ladeó la cabeza a la par que fruncía el ceño.
Algo lo sacó de su trance mental. Un árbol se estaba quemando a escasos metros de él.
A los costados del roble, estaban apiñados cinco soldados intentando apagar el fuego. Pero tal vez no se daban cuenta de que ellos mismos eran de ese específico elemento.
Resultado: ahora eran diez árboles los que estaban en llamas y las criaturas estaban corriendo de un lado a otro con los brazos en alto y gritando en un idioma que solo ellas parecían entender.
El Alfa se puso la mano en la frente al mismo tiempo que cerraba los ojos.
No sé que es peor, que eso lo haya creado yo o que estén huyendo del fuego, suspiró. Nada parecía salirle bien.
Nick se replanteó la posibilidad de llamar al padre de Adara para torturarlo hasta la muerte en los calabozos que tenían cerca de las fronteras. Mientras tanto, su respiración iba en aumento y sus sentidos se agudizaron. Se dio cuenta de que algo iba mal dentro de la casa.
Tras acercarse a la barrera y rodearla hasta lograr asomarse y poder mirar por la ventana, se puso furioso.
De hecho, furioso no es la palabra que mejor lo definiría en ese momento.
Enfadado, traicionado, frustrado por culpa de esa maldita barrera, asustado... Y toda una mezcla de emociones más que él en ese momento no lograba describir.
Adara. Su Omega. Su futura esposa. El amor de su vida. Siendo cargada por su padre junto a una maleta gigante. El armario abierto de par en par y sin nada adentro. La cama completamente hecha con una nota encima de esta misma. Y una camiseta doblada debajo de la nota. Una camiseta que extrañamente le recordaba a una que él tenía en su casa. Era una de sus favoritas.
Pero entre todo ese revoltijo de sentimientos y pensamientos, alcanzó a oír algo que lo dejó petrificado.
Un llanto. Un lamento de una voz que se le hacía muy conocida. Un gimoteo. Se estremeció al escuchar la voz de su pequeña suplicando que no le hicieran daño y que la dejaran de nuevo en la cama.
En ese momento se enfureció de verdad.
Hizo desaparecer por completo todo su ejército de llamas. Si es que a esa tanda de subnormales se les podía llamar así, y se escondió como buen depredador que era.
Agazapado en la cima de uno de los tantos árboles que recorrían el terreno. Uno que casualmente no se encontraba quemado. Nadie lo podría ver.
Hizo desaparecer su olor y se quedó inmóvil a la espera de que el captor de su Omega apareciera por allí y lo pillara con las manos en la masa.
Eso sí. Apagó el fuego que sus criaturas habían creado para que este no siguiera su curso y quemara a su Adara.
Nick comenzó a pensar que tal vez Damil se había olvidado de que Adara estaba enferma y habían adelantado el viaje familiar, o que por fin le había hecho caso y la estaba llevando al palacio, para vivir con él. Cosa que le había estado repitiendo y pidiendo desde que tenía memoria.
Hasta que una nueva voz se escuchó por todo el recinto.
— ¡Shuri!, ¿cómo está usted, señor? — La voz del rey resonó e hizo eco en los oídos de Nick sin parar, una y otra vez. Eso sí que lo había desorientado.
•••
A la pequeña le dolía todo el cuerpo.
Este no es mi día de suerte, se dijo.
Intentaba mantenerse despierta mientras su padre y el rey conversaban.
Todavía recordaba la llamada de Nick y el momento exacto en el que tras colgar, su padre ya estaba abriendo su maleta y hechando todo su armario en ella.
Su Alfa le había avisado de que llegaría en cinco minutos. Pero al transcurrir ese tiempo, ella seguía en los brazos de su padre y a punto de subir a uno de los coches que se utilizaban para cuando la familia real tenía que salir de la ciudad de incógnito.
No, pensó. No se la llevarían lejos de su Nick esta vez.
Su Nick, ese título sonaba tan lejano tras escuchar como Hans aseguraba que su hijo se casaría una vez cumpliera la edad necesaria y que por eso mismo para ir preparándolo había que sacarla a ella del medio.
No nos vamos a rendir. — exclamó su dragón interno. — Ya nos intentaron separar de él hace un año, la noche del congreso y esta vez no lo van a conseguir. — gruñó amenazante en su interior. — No siempre vendrá Nick al rescate. Hay que valernos por nosotras mismas.
Pero estamos enfermas, le contestó mientras su padre le cargaba hacia el coche.
¿Pero tú quieres estar con nuestro Alfa o acaso quieres que se case con alguna de esas zorras que siempre quieren su atención mientras paseamos por el parque, eh? — Issi le dio un empujoncito mencionando lo que más rabia le daba a la Omega.
¿Sabes qué Issi?, tienes toda la razón, se preparó mientras abría al completo sus ojos y sonreía ladina al tener una vista clara de la espalda del rey.
Que comience el show. Dicho esto, con toda la fuerza que le quedaba empujó a su padre a un lado y le lanzó uno de los ataques que la pequeña mejor dominaba, una trampa de fuego azul.
El rey se volteó en el momento exacto para que la joven le asentara un puñetazo, que más que doler le distrajo lo justo, y tras lanzar otra trampa de fuego azul pero esta vez para el rey, se transformó y se impulsó hacia el cielo. Donde cierta brecha sin protección alguna se formó en uno de los muchos entrenamientos exhaustivos, que realizaba la Omega debido a su gran poder, formó.
Lo hemos conseguido, se dijo mientras, tras llegar a los lados de afuera de la barrera, se desplomaba en el suelo.
Adara notaba su temperatura corporal demasiado alta y le costaba respirar. Por esa misma razón no notó a la persona que se acercaba rápidamente a ella.
Solo pudo cerrar sus ojos mientras alguien, con un olor similar al de su Alfa pero con restos de humo, le cargaba en unos brazos sorpresivamente cómodos y quedaba dormida.
Lo que la Omega tampoco notó, fue la mirada de orgullo que se distinguía en los ojos de Nickolay.
•••
¡Hola! ¿Cómo están?
1201 palabras ;)
Espero que os haya gustado el capítulo.
María Jesús.
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El quinto eslabón
Teen Fiction¿Qué pasaría si de repente, en los cuentos donde el valeroso príncipe salva a la princesa de un temible dragón, algo fallara? ¿Cómo se quedaría el mundo al descubrir que el malo, quien en todo momento fue el audaz, gigante y macabro dragón, fuera e...