Capítulo 6

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Un gran bostezo sale de mi boca mientras entro en la cocina. Mi padre está sentado en la mesa, viendo las noticias en la pantalla plana de cincuenta y cinco pulgadas al mismo tiempo que come. Ni siquiera me mira.

—Buenos días, padre —. Me hace un gesto con la cabeza a manera de saludo. Probablemente la mañana es el único momento del día en que lo veo, y él a mí; y si puede evitarlo, mucho mejor.

—Hola Miranda —a ella sí la saludo con una sonrisa.

—Buenos días, señorita Reyes —suelto un suspiro, al menos esto es mejor que me llame por el apellido de mi padre. —Lo siento mucho por lo de anoche.

Me mira muy apenada.

—Oh, no. Tranquila, esas cosas pasan, no tienes que disculparte.

Me sonríe un poco y susurra un "gracias", luego me sirve el desayuno: fruta fresca y un huevo duro. Saludable.

Mi padre se levanta, dejando la servilleta usada en el plato vacío y antes de salir con su traje a medida perfecto y sin una sola arruga, me dice con voz plana:

—Jueves, cena a las siete en el club, tengo que presentarte a alguien.

Por poco y no me caigo de la silla. ¿Me tiene que presentar a alguien? ¿Será algún director de alguna universidad prestigiosa o mi futuro esposo? 

Tengo ganas de gritar. ¿Es eso lo único que tiene para decir después de días sin hablarnos? Si por mí fuera, no nos tendríamos que ver ni la cara, pero está muy obsesionado con mi futuro como para que mis deseos se cumplan. 

Pero claro, no le gritaría ni en broma porque aparte de ser mi padre y que le debo respeto, sé que tiene buenas razones para controlar mi vida día y noche.

                                                                                              ***

Al llegar al instituto mi humor no ha mejorado porque no importa que sepa bien cuáles son las razones de padre para hacer mi vida miserable. Más bien, eso hace que me enfade aún más con el maldito mundo, porque si las personas hicieran todo sin razón alguna, sería mucho más fácil odiarlas.

—Ey, parece que quieres matar a alguien —me dice Bas mientras bajo del auto. Tiene un vaso de poliestireno en cada mano. Alzo las cejas en un ademán despectivo.

—No me gusta el café —digo y echo a andar hacia el edificio moderno que es mi escuela.

—No es café —dice cuando me alcanza.

—Tampoco me gusta el té.

Se ríe.

—Oh, vamos, ¿quién toma té en estos días?

—Te sorprenderías —digo yo, pensando en la tía Carmen, a la que le gustaba todas sus comidas acompañadas de una taza de té verde. No puedo pensar en algo más raro que eso.

—Al parecer me sorprenderían muchas cosas según tu opinión —me dice sarcásticamente.

—Bueno, de todas maneras no quiero nada de ti.

—Venga, acéptalo. Es batido de chocolate.

Eso me hace pararme de golpe. Es mi favorito.

—¿Cómo lo sabes? —pregunto sin pensar.

—¿El qué?

—El batido, ¿cómo sabes que me gusta?

—Te sorprendería saber cuánto habla la gente de ti —dice irónicamente, poniendo los ojos en blanco. Por supuesto, ¿cómo no lo pensé antes?

Reacciona corazón | 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora