Epílogo

46 10 27
                                    

Bas

Ocho años después

El viento soplaba, las hojas secas volaban por aquí y allá. Mis piernas temblaban, pero no me permití caer. Ella jamás hubiera querido que me pasara eso. Quedarme estancado, hundido en un bucle de dolor.

Raquel Vera

13 de Abril de 2001

28 de Febrero de 2026

"Amada esposa, hija y hermana"

Ha pasado casi un año, pero recuerdo con cada detalle la noche en que sucedió. Hasta el momento había soportado tres ataques cardíacos más. Jamás conocí a alguien que luchara por su vida tanto como ella lo hizo. Esa noche su corazón simplemente ya no pudo más.

Era un día como cualquier otro y como siempre, discutíamos.

—Es el lugar perfecto para ir de vacaciones —dije.

—¡No! No quiero ir a París, Bas —me miró con unos ojos grises relampagueantes.

—Dime una buena razón y quitaré la ciudad del amor de la lista —la reté y no se echó atrás.

—Aparte de que en esta época del año podría morir congelada de frío allí, está el hecho de que no me gusta lo que significa.

—¿Qué? Que es la ciudad del amor —pregunté con una risa.

—Sí. Es todo tan cliché y no lo soporto. Ese no es un lugar para nosotros —me dijo con un tono que te llevaba a darle toda la razón, pero que a mí simplemente me parecía absurdo. Quiero decir, ¿a quién no le gustaría ir a París?

—A mí no me gustaría ir, Bas, y no me pidas que te repita las razones de nuevo porque no lo haré —me leyó el pensamiento y no pude evitar reír de nuevo. Ella se rindió conmigo, suspirando.

—Mientras dejas de burlarte de mí, voy por un trozo de la torta de chocolate que sobró —avisó con las manos en sus caderas y se dirigió a la cocina, no sin antes darme un golpe en el brazo. Tardé unos minutos en volver a respirar regularmente sin que me dieran ganas de reír por las explicaciones tan raras de mi esposa.

Esos minutos pudieron salvarle la vida.

—¡Eh, amor! No te enojes, si quieres ahora mismo elimino a París de nuestra lista, ¿okay? —decía mientras iba a la cocina de nuestro pequeño y cómodo departamento.

La encontré sentada en el suelo, sosteniendo con sus manos su pecho mientras lloraba. No me imaginaba cuánto le dolían esos ataques, pero cada vez que la veía así, me daban ganas de gritarle a alguien por qué eso tenía que pasarle a ella, a ella que jamás había hecho nada para merecerlo. En menos de un segundo ya estaba regresando a la sala de estar para llamar al 911, pero ella tomó la tela de mi pantalón de chándal y me jaló.

—Quédate conmigo, por favor —dijo con la voz temblorosa—. No te vayas.

—Mely, tengo que llevarte al hospital ahora, tienes que recibir el tratamiento —traté de razonar con ella, entrando en desesperación porque me estaba haciendo perder un tiempo muy valioso.

—No, Bas... —trató de respirar profundamente, pero no pudo tomar mucho aire—. Esta vez es diferente. Duele. Duele demasiado. No puedo... no...

—Raquel, que no se te ocurra irte ahora —caí de rodillas, tratando de cargarla para llevarla yo mismo al hospital como había hecho hace tantos años—. No puedes hacerlo, todavía tenemos que recorrer el mundo juntos. No te vayas, por favor —le supliqué, le supliqué a Dios y a cualquiera que pudiera escucharme.

Reacciona corazón | 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora