Capítulo 2

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Finalmente luego de 7 horas de viaje en auto desde el aeropuerto de Glasgow la tía Petronilla (— Llámame Nilla cariño. Todos en casa me llaman así.) anunció con voz alegre:
— Bienvenida a Siorraidheachd Eddie. Seguro que te encantará. — dijo dándome palmaditas en la mano izquierda.
El nombre del pueblo, exótico y en gaélico me parecía impronunciable así que me conformaba con su traducción al inglés que como mi tía reafirmó significaba “Eternidad”. La ciudad natal de mi abuela era cuánto más, encantadora. Con amplios campos que se extendían todo lo que me permitía la vista, bosques frondosos y un cielo estrellado que era imposible apreciarse desde la ciudad. La casa de la tía abuela Nilla, una sombra más en la oscuridad, era como un castillo embrujado contra el oscuro lienzo estelar. Para llegar a ella habíamos pasado por otras casas parecidas, la entrada a un seminternado de niñas gigante y tosco con pequeñas luces que se filtraban por las ventanas y una vieja gasolinera desierta a esas horas de la noche. La casa se ubicaba a la salida del pueblo y el centro de este, que bullía de actividad, aseguró mi tía, se encontraba un poco más alejado.
Las piernas me dolían por haber estado tanto tiempo inmóvil en el auto, un viejo Volkswagen amarillo perico, que para extrañeza mía llevó a cabo el viaje sin ningún desperfecto. Sin contar, por supuesto, el ruido amenazante que me hizo pensar varias veces que se encontraba en sus últimos momentos.
Tomando mi mochila más ligera seguía a la tía abuela Nilla dentro de la vieja casa que parecía a punto de derrumbarse. La luz parpadeó y con un zumbido la casa al completo se iluminó. La sala era un santuario a todo lo escocés, al menos hasta donde llegaban mis conocimientos. La cuarta parte de sangre que tenía de esta cultura no había obligado a papá y a la abuela Gresilda a contarme nada más que lo necesario aunque varias veces el cabello de horrible color zanahoria que cubría mi cabeza de forma desordenada y que tantas burlas me valía en el colegio les recordaban mis orígenes.
Las ventanas estaban cubiertas por horribles cortinas de cuadros escoceses al igual que la tapicería de los viejos muebles. La chimenea, con el fuego apagado exhibía sobre ella un montón de cuadros y portaretratos familiares. Entre ellos descubrí, con cierto placer y sorpresa, a la abuela Gresilda y a la tía abuela Petronilla muy jóvenes, ambas con el cabello llameante que yo misma había heredado y que mi abuela se empecinaba en teñir. La primera con una expresión serena y seria y la segunda, sonriente y alegre. Los ojos arrugados de placer. Desde ese entonces se sabía cómo terminaría siendo cada una. Los cuadros de las paredes me parecían aún más interesantes, llenos de paisajes de la campiña escocesa y de una mujer elegante y hermosa que miraba con ojos verdes incandescentes lo que estaría por venir.
— Era mamá. — dijo dándome un susto la tía abuela Petronilla apareciendo de repente detrás de mí.
— Era muy hermosa. — afirmé sinceramente volviendo a mirar el cuadro. La cabellera ignífuga me hizo tocar, sin darme cuenta, mi propio cabello recogido en un moño descuidado en la parte superior de mi cabeza.
— Te le pareces. — afirmó ella con una sonrisa dulce al ver mi gesto y mi ceño arrugado.
Mis mejillas se calentaron de placer y duda. Sería el fin del mundo cuando yo llegara a parecerme a la bella mujer del cuadro.
— ¿Te apetecería tomar un té y galletas antes de dormir? Creo que por ahí me quedan de la última tanda que hice antes de ir a tu casa.
— Eso me gustaría. Muchas gracias tía Pe-Nilla. — terminé diciendo y sonreí agradecida por su amabilidad.
Desde que me había invitado a ir a visitarla me lo había tomado todo como si fuera un castigo divino, echando sapos y culebras en lo más profundo de mi mente y es que alejarme de mi mejor amiga, Lila, su atractivo hermano mayor Jake y de los mil y un planes que habíamos desarrollado para estas vacaciones no me hacía ninguna gracia, sobre todo porque en este lejano lugar no había señal de móviles o Internet. Pero la tía Nilla desde el inicio no había sido nada más que amable y buena conmigo así que debía de intentar que esto funcionara.
— Debes descansar querida. — dijo la tía Nilla volviendo a aparecer después de un rato de una habitación que debía de ser la cocina pues traía entre sus manos un plato con deliciosas galletas de chocolate y una taza de humeante té.
— ¿Y el equipaje? — dije mirando golosa las galletas. La tía abuela Petronilla hizo un gesto despreocupado con la mano.
— No debes preocuparte por eso. Mañana en la mañana el señor Argus debe estar aquí para arreglar el jardín y traer a Mrs Jingles. Mi gata. — dijo respondiendo a la pregunta no dicha por mis labios pero sí por mis ojos. — El señor Argus es mi jardinero. Viene par de veces a la semana y aunque es un viejo gruñón y repelente no se negará a descargar un par de maletas para dos señoritas.
— ¿Nadie tratará de robarlas del auto mientras dormimos? — mis cejas llegaban casi hasta la raíz de mi cabello ante ese comportamiento tan despreocupado que de ninguna manera podíase permitir en mi ciudad natal, por muy tranquila que esta fuese.
La carcajada de la tía Petronilla fue estruendosa y me hizo sonrojar furiosamente. A mis mejillas pecosas no le quedaba nada bien el color rojo.
— De ninguna manera querida. A menos que fuera un hada que quiera apoderarse de algún objeto personal tuyo para manipularte creo que no habrá ningún problema.
— ¿Mñma? — fue el sonido que pude emitir cuando me atragantaba comiéndome una galleta que sabía a paraíso. La tía Nilla sonrió divertida y entonces tres golpes rápidos en la puerta anunciaban un inesperado visitante.
Al mirar el viejo reloj marrón de péndulo que había cerca de la entrada a lo que creía la cocina vi que eran las 10:48 pm. Un aturdido bostezo me tomó de imprevisto y casi me ahogo con el pedazo de galleta que estaba por tragar. Tía me miró preocupada al verme toser un par de veces.
— Toma algo de té Eddie querida o tus padres se enfadarán conmigo si les anuncio que moriste atragantada en tu primera noche aquí. — farfulló dirigiéndose a la puerta. —  ¿Quién será a estas hora?
La puerta se abrió con un crujido de goznes y frente a la tía Petronilla apareció un anciano como de setenta años con una calvicie avanzada y tan flaco que a partir de su imagen podía hacer un buen boceto perfecto de una calavera humana de tanto que se le marcaban los huesos de la cara. Entre sus manos artriticas traía un bulto de color canela que al escuchar el pequeño grito eufórico de mi tía se lanzó a sus brazos con ilimitada elegancia.
— ¡Oh, Mrs Jingles! Ya estás en casa. — la voz de la tía Petronilla era algo parecida a la que usaban los adultos cuando tenían bebés cerca. Una voz que clasifiqué automáticamente en la carpeta de mi mente llamada “Cosas que por todos los medios debo de evitar”. — Señor Argus no debía haberse molestado trayéndome a la gata tan tarde. Podría haberla traído mañana y no estar levantado a estas horas.
Mientras mi tía agradecía candorosamente al tal señor Argus puso a la gata en el suelo. El animal con inteligentes ojos rasgados verdes se sentó a dos metros de mí e inclinó la cabeza en lo que podríamos llamar una pregunta gatuna. Me estrujé los ojos e hice una mueca. Mucho sueño debía de tener para estar interpretando la expresión facial de un gato que tenía un extraño parecido con la de mi padre.
— ... Al ver la luz encendida supe que ya había llegado y quería traer a esa maldita gata. ¡Es un demonio! Me rompió la maceta donde tenía sembradas para trasplantar el mes próximos los lirios de la señora Crisobell... — siguieron hablando estos en la puerta. La voz de tía Nilla tenía un matiz calmante mientras trataba de tranquilizar al irritado señor Argus. ¿Y yo?
Pues yo seguía mirando fijamente las verdes pupilas de la gata Mrs Jingles que con un lento meneo de su cola, se paró en sus cuatro patas y caminó hacia mí. El pelaje suave y canela de Mrs Jingles me provocó cosquillas en las piernas cuando su cuerpo gatuno y ronroneante se frotó contra ellas. Con un tentativo toque la acaricié en la parte superior de su cabeza, entre las puntiagudas orejas y sentí que el pequeño cuerpecito vibraba de felino placer, casi sonreí de asombro. En casa nunca habíamos tenido una mascota a excepción de Bobby, el periquito que me regaló el abuelo Tom a los 8 años y que los mellizos en pleno aprendizaje de gatear atraparon mientras yo jugaba con él en el suelo. Lo hicieron puré de perico y por más que chillé y lloré mis padres (¡esos sádicos!) habíanse negado a buscarle reemplazo. En un ágil movimiento Mrs Jingles saltó a mi regazo provocándome un gran sobresalto que casi me hizo ponerme de pie y dejarla caer. La gata se acurrucó en mis piernas y me lamió la mano mirándome con gesto invitante que traduje en una súplica para que la acariciara. Más segura esta vez, sonreí viendo disfrutar a la señora Jingles con mis caricias.
— Le gustas mucho a la señora Jingles, Eden. No está muy acostumbrada a los desconocidos pero contigo es como si fuese amor a primera vista. — dirigióse a mí la tía Petronilla encantada al ver a su bebé (Mrs Jingles) conmigo. La mueca de asombro del señor Argus hizo que mis labios temblaran de la risa. Al parecer sus experiencias con tan encantadora gata no eran tan gratas como las mías. Con las manos en la ancha cintura y ojos amenazantes mi tía miró a su invitado. — ¿Cómo puede decir que esa maravillosa criatura podría ser capaz de maldades como esas? !Solo mírela acurrucada en las piernas de mi sobrina! Es toda dulzura.
La gata con gesto teatral alzó su cabecita peluda miró al señor Argus con una mirada llena de desdén gatuno y se dio la vuelta mostrándole el trasero mientras se acomodaba sobre mis muslos. La risa salió de mi como el repiqueteo de unas campanillas y la sonrisa de la tía Nilla demostraba mucho orgullo por las acciones de su mascota.
El señor Argus farfulló por lo bajo enfadado con mi tía por la regañina que esta le había soltado en algo que pareció “(...) dormir tranquilo (...) gata del demonio (...) vieja loca”.
— Ahora que se encuentra aquí señor Argus ¿podría usted ayudarme a cargar las maletas? Están bastante pesadas y ni mi sobrina ni yo podemos con ellas. — con un gesto de horror miró mi rostro. — Que mala educación la mía. Señor Argus le presento a mi sobrina nieta Eden Dering, pasará las vacaciones conmigo y la señora Jingles. Eddie este es el señor Argus el mejor jardinero de toda Siorraidheachd. Si buscas alguien que sepas de plantas él es el mejor. — un suave tono rosáceo coloreó las mejillas hundidas del señor Argus. Tía Nilla continuó:
» — Aunque esperaba su ayuda mañana ahora que está aquí... — la frase quedó inconclusa pero el término de esta quedaba muy claro.
Gruñendo por lo bajo, el señor Enfadado[1] salió por la puerta caminando con una cojera pronunciada. Lo miré con preocupación, el anciano era tan delgado que dudaba pudiera sacar la pequeña maleta de la tía Petronilla.
— ¿Te parece bien si lo ayudo tía Nilla? El señor Argus no parece ser un hombre muy forzudo.
— No te guíes por las apariencias querida. El señor Argus ahí donde tú lo ves tiene la fuerza de un toro. — asintió con los ojos muy abiertos mi tía, como quien cree en una verdad absoluta y aunque dudaba de sus palabras no me atreví a reírme. No aún. — Pero si quieres ayudar no te lo impediré. Solo no te tardes que debes descansar.
— Así será, tía abuela Nilla.

El jardín estaba absolutamente oscuro a excepción de una pequeña farola que iluminaba un par de metros en la esquina de la calle. El señor Argus ya estaba metido cabeza y casi el torso por completo también en el maletero tratando de sacar las tres maletas que habían allí.
— ¿Puedo ayudarlo? — pregunté acercándome a él. El anciano me miró gruñón y asintió con la cabeza mientras trataba de sacar con fuerza la vieja maleta de la tía Petronilla que pesaba más que las dos mías juntas.
— Así que eres nieta de Gresilda. — término diciendo con un tono extraño en la voz.
— ¿La conoce? — la curiosidad y la incredulidad llenando mi tono. Me miró sobre su hombro y terminó diciendo:
— Nací aquí al igual que Gresilda y Petronilla. Prácticamente nos criamos juntos. La señora Rosamund, esa sí era una señora. Tan agradable con todos y con ese espíritu tan compasivo. A diferencia de Gresilda. Eso sí era tener sangre fría. — Me miró como desafiándome a desmentir sus palabras.
— Así es ella. — admití a mi pesar el carácter frío y reservado de mi abuela. Por otro lado sentía mucha curiosidad por la comparación de esta con otra persona que nunca había oído mencionar. — ¿Quién es Rosamund?
Los ojos del viejo anciano se salieron prácticamente de sus cuencas y el impacto de mis palabras lo llevó a soltar la maleta de la tía Petronilla que tanto le había costado sacar y soltarla cayendo esta sobre uno de sus pies. Los improperios que soltó el señor Argus me dejaron boquiabierta y los guardé para un momento de mayor necesidad. Estaba segura de que estos habían podido despertar a la calle entera e incluso vi como una de las cortinas de la casa de la tía Nilla se apartaban por unos segundos.
— ¿No sabes siquiera el nombre de tu bisabuela muchacha? — dijo luego de calmarse un poco. Negué con la cabeza mientras enlazaba la imagen de una pelirroja hermosa con el nombre de Rosamund. Lo que más me extrañaba era el pensar que mi abuela nunca me la había mencionado y mi padre tampoco. Al parecer esta idea también pasó por la cabeza del enjuto señor Argus. — No puedo creer que esa mujer maldita nunca te contara de tu abuela. De tu padre (¿Ronnie?) es comprensible pues nunca la conoció, pero de Gresilda... La señorita Petronilla es muy parecida a su madre, toda bondad y empalagamiento. A menos, claro, cuando se pone en defensa de gatos poseídos por el demonio. Te digo que esa gata necesita un exorcismo.
Como me daba la espalda sacando la última maleta sonreí con libertad y estuve de acuerdo con sus opiniones de la tía Nilla. Un pequeño picor de deslealtad a mi abuela me azotó pero había verdades que no debían de negarse.
— Al menos ella no le rompió el corazón a su madre. — murmuró el señor Argus. Sus palabras aunque bajas llegaron a mis oídos.
La curiosidad enseguida prendió su mecha en mí.
— ¿Qué hizo la abuela Gresilda para romperle el corazón a su madre?
El señor Argus asombrado y desconcertado me miró como quien tomara una decisión muy difícil, pero finalmente llegó a una conclusión y esta no fue muy satisfactoria para mi.
— Toma una maleta muchacha y terminemos ya con esto. Me muero del sueño. — resolló él. Luego de eso hicimos silencio.

De vuelta a la casa la tía Petronilla agradeció al señor Argus y le dio como obsequio una caja de galletas acabadas de salir del horno. ¿Cómo era posible que hubiera hecho unas tan rápido? No lo sabía, pero ver la ilusión en los ojos del anciano y la sonrisa benévola de mi tía fueron suficiente para que me sintiera complacida. Cuando este se marchó la tía Nilla trajo un cuenco lleno de leche y lo puso frente a la chimenea que ahora crepitaba con un suave fuego. Al parecer Mrs Jingles se encontraba llena pues no se acercó a su alimento aunque su rosada lengua salió varias veces como si tuviera ganas de hacerlo.
— Vamos arriba querida Eddie. Debes estar muy cansada.
Asentí aturdida del sueño y el cansancio siguiéndola a las escaleras que crujían con cada paso que daba. Al llegar arriba me guió a la primera habitación a la derecha equipada con una pequeña cama con sábanas blancas, un mini escritorio donde reposaban mis maletas y un armario viejo. La ventana daba a la parte delantera de la casa y a la más pura oscuridad. La tía Nilla echó las cortinas.
— El baño se encuentra ahí al frente por si lo necesitas. Descansa querida.
— Igual tía Nilla. — le di una sonrisa adormilada. Cuando ella salía por la puerta de un impulso solté algo que había querido decir durante toda la noche. — Y gracias.
Se volteó sonriéndome y finalmente dijo:
— No hay de qué.
Y apenas puse la cabeza sobre la almohada, me dormí profundamente.

[1]La protagonista se refiere al parecido que tiene el nombre del personaje, Argus con la palabra inglesa “anger” (enfado).

Eden Dering y el niño cambiado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora