La primera mañana en casa de la tía abuela Petronilla no empezó tan bien como hubiese querido. A primera hora de la mañana fui despertada por una masa peluda de color canela que se trepó a mi cama y comenzó a asearse rigurosamente encima de mi cuerpo cubierto por una colcha de cuadros escoceses. Agradecí esa cobertura que protegió a mi cuerpo de ser usado como baño público para gatos.
Más tarde mientras me duchaba el calentador falló y agua tan fría como el hielo cayó de imprevisto dejándome congelada y temblorosa, cosa que me obligó a llamar a la tía Nilla y al oír sus palabras confiadas de que pronto lo arreglaría me relajé. Minutos después la vi traer al baño una olla repleta de agua caliente para que terminara de bañarme.
Cuando estuve lista lancé la toalla mojada a una silla y bajé con rapidez las traqueteantes escaleras. Un delicioso olor a pan recién horneado me recibió. Quizás mi mañana empezara a mejorar después de todo.
La tía abuela Petronilla tenía una pequeña panadería en el centro de “Eternidad”. Siempre le había apasionado la cocina y adoraba el olor del pan y las galletas recién horneadas hasta el punto de que había creado cientos de variedades de formas y sabores y no había un día en que la tienda se encontrara vacía. Eso fue lo que me contó mientras caminábamos lentamente hasta el local, que no quedaba tan lejos y que la caminata que realizaba a diario para llegar allí la ayudaba a estirar las piernas para prepararse para el nuevo día. El centro del pueblo natal de mi tía era tan pintoresco como una aldea de cuentos de hadas. Si había visto un complejo de apartamentos ya era un milagro y aunque me quedé sorprendida no encontré ni uno de esos edificios que todos los jóvenes adorábamos y que mi madre llamaba “de intromisión americana”[1]. La ciudad era tan pintoresca como diferentes eran cada una de las casas que existían en el lugar. Cosa que de inmediato adoré.
“El centro” como mi tía lo llamaba no era más que una calle llena de pequeños y vistosos negocios que ella no dudó en señalarme alegremente y de paso contarme sobre sus dueños y sus vidas privadas (como la boutique de la señora Crisobell, a la que su esposo abandonó por la secretaria del dentista y la zapatería del señor Orestes, un español que llegó a Eternidad envuelto en un escándalo tan turbulento que mejor no se los cuento porque se perturbarían. Solo de recordarlo me sonrojo).
El horno de Nilla era un pequeño edificio pintado de lila y amarillo ubicado entre un hotel antiguo de tres pisos y una tienda de antigüedades de aspecto dudoso y sombrío. De inmediato noté que la tía Nilla tenía razón y su panadería no se encontraba en absoluto vacía aunque la clientela parecía habitual ya que todos saludaron calurosamente a mi tía abuela. La tía Petronilla muy sonriente me presentó a no menos de diez personas mientras yo olfateaba discretamente los exquisitos aromas que se colaban de una puerta entreabierta detrás del mostrador y observaba anonadada la gran cantidad de bandejas y platillos llenos de panecillos, galletas de diferentes formas, muffins y otras delicias que se exponían en el lugar.
— Espérame aquí querida. — dijo señalándome un sillón viejo y mullido de color naranja que con una anticuada mesita de patas de metal torneadas se ubicaban en un agradable rinconcito del local, justo en frente de uno de los grandes ventanales del frente de este. Lo hallé completamente encantador. — Debo ayudar a Maisry con los clientes. A esta hora siempre nos encontramos repletos y la pobre se hace un lío con la cocina. No sé cómo ha podido atender todo ella sola estos dos días. De paso te traeré un chocolate caliente y unos panecillos de miel.
Su mirada penetrante se fijó en el pedazo de cielo gris que podía verse por la ventana, evaluando las posibles amenazas que traía este. Terminó con este comentario:
— Para el mediodía estará lloviendo.
Y se marchó. Sin dudar de su suposición sobre el clima me repantigué cómodamente en el sillón y disfruté de la vista y el movimiento constante del local. Definitivamente El horno de Nilla tenía su propio ritmo que fue disminuyendo a medida que la tía Petronilla y una mujer bajita en la segunda mitad de la treintena que debía de ser Maisry se ocupaban de todo.
Mientras bebía un sorbo del caliente y espeso chocolate que Maisry me había traído y mordisqueaba uno de los panecillos me lamenté por no haber llevado mi cuaderno de dibujos. Era fascinante ver y escuchar a cada cliente que entraba a la panadería y lo diferentes que eran de las personas que yo conocía y veía a diario en Southampton. Parecían conocerse y la familiaridad con la que todos se trataban me parecía acogedora. Quería dibujarlos mientras imaginaba como serían sus vidas. ¿Acaso la señora regordeta con cara avinagrada sería una bibliotecaria viuda? ¿El joven de gafas y cabellos del color del pelaje de un zorrillo de vacilante sonrisa de hoyuelos era nuevo en el lugar? ¿O esa chica de aspecto andrógino y descuidado sería una cansada madre joven?
Observar, captar emociones y sensaciones en las personas era lo que mejor se me daba en el mundo, y desde la esquina tranquila en la que me encontraba podía hacerlo con todo placer ya que podía ver tanto dentro como afuera de la panadería de la tía Nilla, ubicación que facilitaba mi pasatiempo favorito. Seguí con mi vista la figura alta y desgarbada de un chico moreno que entraba en el salón de té que quedaba frente a la panadería. Pocos minutos después lo vi salir y dirigirse directamente hacia la puerta de la panadería.
El dulce sonido de la campanilla que anunciaba un nuevo cliente resonó en el lugar. Luego de examinar el estado del local la mirada del chico que debía de tener mi edad se fijó en mí y pude jurar que el aire se detenía en mis pulmones y mi corazón dejaba de latir por un ínfimo milisegundo. Era absolutamente hermoso de una forma etérea. Quería pintarlo.
Los cabellos de un castaño oscuro se agrupaban en perfectos rizos. Uno de ellos se revelaba dulcemente cayendo sobre la frente amplia y despejada. Las orejas, ligeramente puntiagudas eran absolutamente encantadoras. Las arqueadas cejas daban paso a unos ojos juguetones del color del chocolate espeso como el que yo había estado bebiendo, color que en cualquier otra persona hubiese parecido rematadamente vulgar. La nariz recta precedía a unos hermosos labios que sonreían formando un perfecto arco de Cupido.
Entonces me sonrió y se acercó a donde me encontraba, todavía mirándolo embobada y evaluando como pedirle que me dejara pintarlo.
— Hola. ¿Eres nueva por aquí? Porque estoy seguro que habría reconocido un cabello como el tuyo. — dijo sonriente.
Avergonzada aparté la mirada y traté de responder sin tartamudear.
— Hola. Y sí, soy nueva por aquí. Vine a pasar las vacaciones con mi tía.
— ¿Puedo sentarme contigo? — preguntó con una perenne sonrisa simpática.
— Adelante. — le devolví la sonrisa.
Buscó una banqueta y la colocó de forma que quedáramos frente a frente con la mesa separándonos.
— Soy Allen por cierto.
— Mi nombre es Eden. Es un placer conocerte.
— Igual. Buena elección la que tienes ahí. — señaló uno de los pastelillos que me sobró y que se encontraba un poco mordisqueado tal cual haría una rata con su comida (traducción: no me había dado tiempo comérmelo antes de que él se acercase, pero esperaba hacerlo pronto). — La receta secreta de los pastelillos de miel de abuelita Nilla es muy codiciada en la ciudad.
— ¿Eres nieto de la tía Nilla? — dije completamente asombrada por esta nueva información. Este chico que acababa de robarme la respiración ¡era mi primo!
— ¡Ah! Así que tu eres la sobrina nieta de la abuelita Nilla. Ella no paraba de hablar de como le gustaría que la visitaras. Y ahora estás aquí. — dijo sonando repentinamente más animado. — Y no, no soy su nieto de sangre por más que quisiera serlo. Pero la abuelita Nilla me conoce desde que nací y mi mamá lleva años trabajando aquí con ella así que es como si lo fuera.
Mi parte adolescente hormonada interior primero gritó ¡No es mi primo! Entonces empecé a hilar con un poco de asombro la información que me acababa de ser revelada.
— ¿Eres hijo de Maisry?
— Si, ella es mi mamá.
Y me quedé en shock de nuevo después de esta confirmación. La verdad es que no veía ningún parecido entre la mujer bajita y delgada con rostro marcado por el acné y nariz achatada a este joven de impresionante belleza. Aunque mirándolo bien, la barbilla con cierto aire decidido era muy parecida a la de su madre y los ojos que en ella se veían como el excremento de Mrs Jingles y en él parecían maravillosos poseían el mismo tono achocolatado.
— Así que eres inglesa. Me imagino que serás de uno de esos lugares con nombre insoportablemente-elitista terminado-en-shire. — dijo de corrido tratando de picarme pero terminé riendo con él.
— La verdad es que no. Soy de Southampton. Al sur de Inglaterra.
— Esa era mi segunda opción. — abrió los ojos de forma exagerada como si hubiera adivinado exactamente lo que pensaba. — ¿Cuándo llegaron? Lo último que supe es que la abuelita Nilla fue a visitar a tu familia dos días atrás y supongo que vendrías con ella.
— Bastante tarde en la noche. Mis ojos de mapache te lo habrán confirmado. — dije en ese momento, laméntando de repente haber rechazado la crema para las ojeras de fuentes naturales que me había ofrecido mi tía antes de salir.
Sentía una profunda repulsión por el maquillaje y creía a pies juntillas los anuncios que lo señalaban como el causante del envejecimiento prematuro en las jóvenes por lo que me conformaba con una simple capa de brillo labial la mayor parte del tiempo.
— ¡Bah! Yo te veo muy guapa. — sonrió dulcemente él.
Me sonrojé. Estarán gritando “¡no de nuevo!” Pero no puedo evitarlo y ustedes tampoco podrían si un chico como Allen les hubiera dicho lo mismo.
— Entonces ¿hasta ahora que te ha parecido Siorraidheachd? — cambió de tema abruptamente pareciendo un poco avergonzado por su anterior comentario, lo que me ayudó a recuperarme.
— Muy bien. — respondí rápidamente. Demasiado rápidamente y pude notar su sonrisa burlona.
— Tienes suerte de que esté yo aquí para darte un recorrido guiado. Yo soy él que hace las entregas de los encargos. Ahora debo hablar con mi madre y la abuelita Nilla y recoger lo que debo llevar y luego si quieres puedes acompañarme. Así aprovechamos y te muestro todo. Este lugar puede ser realmente hermoso una vez lo conoces.
— ¿A la tía Nilla no lo molestará? — pregunté, de repente entusiasmada.
— Para nada. — con un gesto despreocupado señaló. — Entonces ¿la respuesta es si?
— Sin dudarlo. — Y compartimos radiantes sonrisas.
Para mí nunca había sido fácil tener amigos. Siempre había sido del tipo solitario, prefiriendo ante todo quedarme en casa pintando un cuadro que salir por ahí. Así que a excepción de Lila y ocasionalmente Jake me encontraba muy sola, pero con Allen todo hizo click con rapidez.
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Eden Dering y el niño cambiado
FantasyEden Dering tiene catorce años, dos hermanos menores a los que de vez en cuando quisiera matar, una alergia fingida al orden y una tía abuela excéntrica a la que no veía desde que tenía 2 años y con la cual pasaría sus vacaciones en un pueblo perdid...