Harry observaba el movimiento frenético a las puertas de palacio. Paparazzi Al menos treinta personas con cámaras y micrófonos intentaban hacerse sitio para conseguir la mejor fotografía mientras un helicóptero sobrevolaba la escena para mantener el orden.
Estaba furioso. Su tío Phillippe se lo había contado a todo el mundo, incluida su madre Si alguna vez el palacio había necesitado una cámara de torturas, aquel era el momento
–Después de la ceremonia, podemos tener un desfile en carroza cubierta y después un baile de gala –la voz de su madre estallaba de alegría–. Ah, y fuegos artificiales.
–No olvides las esculturas de hielo –añadió su tío Phillippe–. Me encantan las esculturas de hielo.
–Los fuegos artificiales y las esculturas de hielo le darán al día la majestad que merece –intervino Alan Armstrong.
–Yo diría que treinta esculturas –dijo Didier–. Una por cada año de vida del príncipe Harry.
Increíble. Didier estaba participando de aquella locura. Apartándose de la ventana, Harry observó a los que estaban planeando su boda, o sus «nupcias» como decía su madre. Parecían entusiasmados, enloquecidos de alegría. Ni siquiera él podía permanecer ajeno a tanto desatino.
Caos fuera de palacio, caos dentro. Harry era la única persona sensata que quedaba en aquella isla. La necesidad de salir a navegar en su yate para olvidarse de todo era casi insoportable, pero no podía hacerlo. Tenía el deber de quedarse.
–Palomas. Necesitamos palomas blancas –dijo entonces su tío. Todos asintieron, encantados y Didier lo anotó en un cuaderno.
Harry miró al cielo. Parecían un grupo de jueces a punto de condenarlo a cadena perpetua con una mujer a la que no conocía.
Si aquello fuera una guerra, él estaría perdiéndola. Sus tropas se habían retirado, dejándole solo para luchar. Pero Harry no pensaba rendirse.
Tenía que encontrar una salida, pensaba, paseando por el salón a grandes zancadas.
–Harry, por favor, siéntate –suspiró su madre.
¿Sentarse? ¿En un momento como ese? La vida para él se había terminado.
–No me mires así, hijo. Debería ser yo quien estuviera enfadada. No puedo creer que no me lo hayas contado.
¿Cómo era posible que nadie lo entendiera? Harry apretó los puños.
–Madre, el anillo está atascado en el dedo de ____. ¡No le vale!
–Claro que no –sonrió su tío.
–¿No es adorable? –rió su madre.
–Yo le quitaré el anillo –insistió Harry.
Didier volvió a sonreír, una sonrisa que casi hizo olvidar al príncipe que era su mejor amigo, además de consejero real.
–La leyenda dice que el anillo solo se podrá quitar una vez que la pareja haya encontrado el verdadero amor. Alteza.
____ y él nunca serían una pareja. Y el amor verdadero no existía.
–La leyenda no es más que una historia inventada hace siglos por gente que no tenía otra cosa que hacer. Yo quiero elegir a mi esposa.
–Has tenido treinta años para hacerlo, Harry. Ya no puedes elegir. El anillo ha encontrado una esposa para ti y lo único que queda es que os enamoréis.
Nunca.
–Estoy seguro de que dejará de preocuparse cuando conozca un poco mejor a ____ –dijo Alan Armstrong-. Es una chica estupenda. Un poco desastre, pero si se toman las debidas precauciones todo irá bien.