Capítulo 10

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La tarde estuvo llena de actividades. Almuerzo con la princesa Marguerite, pruebas del vestido y reunión con el obispo que celebraría la ceremonia.

Llegó el miércoles y ____ estaba angustiada. Se acercaba el día de la boda y no había conseguido encontrar una esposa para Harry. Lo único bueno del día fue que su madre llamó para decir que había huelga de pilotos en el aeropuerto De Gaulle y no llegaría a San Montico hasta el día siguiente.

Una vez en su habitación, se quitó los guantes y los zapatos y se dejó caer sobre el sofá. No tenía ganas de ponerse a buscar nombres en el registro de la nobleza y, tomando su cuaderno de dibujo, empezó a hacer unos trazos. No sabía por qué, pero había empezado a dibujar el rostro del príncipe. Los ojos claros, la barbilla cuadrada, a veces arrogante. ____ lo pintó con armadura y una espada. Harry, como un caballero galante, preparado para la batalla, dejando atrás a su amada.

¿Qué estaba haciendo? ____ soltó el cuaderno. No podía seguir mezclando la realidad con la fantasía. Era demasiado peligroso. La realidad eran los flashes de los fotógrafos, buscando una fotografía que la avergonzara.

La realidad era que Harry deseaba encontrar otra esposa. La realidad era...

Alguien llamó a la puerta en ese momento.

–Pase.

Era Didier.

–Buenas tardes, señorita Armstrong. ¿Cómo van las pruebas del vestido?

____ recordó entonces a Delia y sus ayudantes corriendo de un lado para otro y recordó también el vestido, hecho para una princesa de cuento. Un vestido que ella nunca se pondría.

–Bien.

–Me alegro mucho. Tengo una sorpresa para usted.

Kelsey Armstrong Waters entró en la habitación, con una cestita.

–¡Sorpresa! ¡Mira lo que he traído para ti!

–¡Kelsey! –exclamó ____–. ¡Me has traído a Francis!

–Después de la boda, tendrás que vivir aquí y Francis va a tener que empezar a acostumbrarse al palacio.

–Gracias, Kelsey –murmuró ____, con un nudo en la garganta.

Mientras ____ abría la cestita de viaje para acariciar a su mascota, observó por el rabillo del ojo que Didier miraba a Kelsey con admiración. Era normal. La mayoría de los hombres se enamoraban de sus ojos de color violeta y su melena rubia.

–¿Ese es el anillo? –preguntó Kelsey. –

Sí –contestó ____–. El anillo real de San Montico.

–¿Dónde están los guantes?

–¿Cómo sabes lo de los guantes?

Didier dio un paso adelante.

–Le he contado a la señorita Waters que usted ha creado una nueva moda en la isla.

–¿Yo? –preguntó ____. Ella no era una mujer elegante; todo lo contrario. Solía estar en la lista de las diez mujeres peor vestidas de Estados Unidos, para disgusto de su madre. –

Todas las mujeres de San Montico quieren usar guantes. Están desapareciendo de las tiendas.

–Mi prima tiene mucho estilo -sonrió Kelsey, echándose la melena hacia atrás, un movimiento cuidadosamente estudiado–. Tendré que comprarme un par.

–Estaré encantado de ayudarla –dijo el consejero.

–Es usted muy amable –sonrió Kelsey, pestañeando.

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