CAPÍTULO 1

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El agudo olor de perfume golpeó la nariz de Camila antes de ver a la Consejera Clara.
Mierda. Justo lo que necesito en este momento. Camila acalló un gruñido, y mantuvo una sonrisa diplomática pegada en su rostro.
La Consejera Clara era oficialmente otro de los " consejeros" del Rey Regente Víctor. A diferencia de Camila, quien se aseguró de que Víctor supiera que su relación era platónica, a punta de cuchillo si fuera necesario, Clara aceptó por completo su papel de Amante Principal y Amiga de Cogidas de Víctor, y con esto dominaba despóticamente a cualquiera que la escuchara.
Camila aceleró su paso por el pasillo, con la esperanza de que si ella caminaba con decisión, la Consejera Clara no la detendría. Clara disfrutaba detallar todos los trucos que ella usaba para asegurar que Víctor la mantuviera parada el tiempo suficiente para así ella fingir un orgasmo de forma realista.
El solo oír una de las explícitas narraciones de sus noches con el Rey Regente fue más que suficiente para toda una vida.
Camila frunció el ceño tan pronto pudo ver de cerca a la mujer.
La expresión de la Consejera Clara era aún más vaga de lo normal y no dejaba de hipar. Sus tacones, más estiletes que zapatos, zigzagueaban para atrás y para delante mientras vagaba por el pasillo.
Camila checó la posición del sol a través de una ventana: apenas pasaba del mediodía. Clara debió haber tenido una noche realmente frustrante si ya estaba bebiendo.
—¡Cuidado! —Clara masculló cuando se tropezó con Camila, casi tumbándola al piso.
—¡Eey! —Camila le dijo, pero Clara ni siquiera le estaba poniendo atención.
La amante del Regente simplemente continuó balanceándose caminando por el piso embaldosado.Eso fue extraño.
Camila observó a Clara trastabillándose por el resto del pasillo y dando la vuelta por el corredor que llevaba a las cámaras del rey. Ella se encogió de hombros y continuó hacia el cuartel del Capitán de la Guardia, entonces se detuvo.
No se oía el sonido crujiente. Camila volteó el bolsillo oculto de su chaqueta.Estaba vacío.
—Perra —Camila masculló, y corrió por el pasillo detrás de Clara. Ella dio vuelta en la esquina del corredor, pero ahí no había nadie. O Clara había estado fingiendo su borrachera todo el tiempo, o la mujer podía moverse mucho más rápidamente en esos tacones de lo que físicamente parecía posible. Camila podía oír voces viniendo de la habitación de Víctor al final del pasillo, y jaló uno de los candelabros en la pared junto a ella. Una puerta secreta se abrió deslizándose, revelando uno de los muchos pasillos secretos que corrían a través de todo el castillo.
Camila siempre sonreía un poco cuando recordaba el día en que Snow le enseñó por primera vez estos pasajes secretos. Víctor estaba tan obsesionado con asegurarse de que Snow nunca estuviera preparado para ser reina que le negó una educación apropiada, dejando ala joven mujer con incontables horas para hacer lo que ella quisiera.
Camila solo había estado en el palacio por unas pocas semanas antes de que Snow viniera corriendo alegremente hasta ella con toda la energía de un cachorrito solitario y le preguntara si quería ver algo " súper secreto" .
Una vez que ella estuvo escondida dentro del pasaje secreto, Camila se permitió sonreír completamente. En el año que ella había vivido en el castillo, Snow nunca había dejado de sorprenderla.
Camila siguió las fuertes voces hasta que encontró una de las mirillas en la recámara de Víctor.
El corazón de Camila se acongojó. Víctor ya había abierto la carta y le leía pasajes en voz alta a Clara, quien casi se veía más molesta acerca de ello que Víctor.
—¿Cómo se atreven? —Víctor gritó, su voz aguda y gangosa. Él barrió con su brazo a lo largo de su escritorio, esparciendo las estatuas brillantes y los papeles por el piso—. ¡Yo soy su líder! ¡Yo soy perfecto! ¡Soy el más bello en todo el jodido reino! —él gritó.
—Por supuesto que lo eres, mi amor —Clara le dijo cariñosamente, frotando el brazo de él—. Todos ellos son feas brujas y gente pobre y miserable que no pueden apreciar lo guapo y perfecto que eres —ella dijo. Una caricia y otra más. Las manos de Clara frotaron el pecho de Víctor y se movieron hacia abajo hasta tomar el duro bulto en sus pantalones.
Camila volteó a mirar a otro lado, sintiéndose un poco enferma. Esto no fue lo que ella vino a ver. Aun viendo fijamente a un candelabro de pared, Camila todavía podía oírlos: ruidos de besos cuando Clara chupaba el rostro de Víctor, y un sonido de piel contra piel como si ellos estuvieran dándose de nalgadas.
—Eso es, bebé, muéstrales que tú eres el verdadero rey — Clara dijo con voz ronca, lo suficientemente fuerte para Camila oír cada palabra, incómodamente.
Ya es suficiente, Camila pensó, moviéndose calladamente para
alejarse.
—No. Ellos nunca verán mi grandiosidad hasta que la ridicula
de mi hijastra esté muerta —Víctor dijo.
Camila se detuvo, y volvió a asomarse por la mirilla de la habitación.
Víctor le mostró a Clara una botellita negra. Colgaba de un cordón que él puso cuidadosamente alrededor del cuello de Clara. Rebotó ligeramente cuando hizo contacto con sus voluptuosos pechos. Las manos de Víctor permanecieron en su piel, trazando el sendero del cordón, y el escote de Clara se alzó como si buscara más de su toque. Él la empujó hacia atrás hasta que Clara se sentó en el borde de la mesa, y sus piernas se movieron hacia arriba para envolverse en la cintura de Víctor.
—Tan solo un poco de esto y los problemas de ambos se resolverán, mi amor —Víctor dijo, con una de sus manos deslizándose hacia abajo del frente de su vestido y tocando los pezones de ella con sus pulgares. Sus ojos permanecieron en la botella mientras se inclinaba más cerca de ella—. Si haces esto por mí, mi paloma, nadie sospechará nada.
Necesito que seas mi cazadora y elimines al enemigo por mí —su otra mano se deslizó hacia arriba de su muslo, dentro de su vestido. Camila supo el momento en que él encontró la esencia de Clara: la cabeza de la mujer cayó hacia atrás, su largo cabello rojo se derramó en olas detrás de ella. Clara empujó sus caderas acercándose a Víctor y gimió.
—Pero... —los ojos de Clara brillaban con lujuria. Si era lujuria por Víctor o por el poder de Víctor, Camila podía adivinar fácilmente—. Ella es la princesa heredera. Si la mato, es traición, bebé — ella dijo, desabotonando los pantalones de Víctor y dejando que su polla saltara libre.
Ella lamió la palma de su mano, humedeciéndola, y entonces comenzó a acariciar su bastón.
Apesar de sí misma, Camila cambió su posición cuando sintió el calor entre sus piernas observando al rey seduciendo a Clara.
Antes de mudarse a vivir al palacio de Víctor, Camila vivió en un castillo maldecido en donde ella era satisfecha frecuentemente por su ama y los varios pretendientes ahí aprisionados.
Había sido un largo año desde que Camila dejó su hogar, y desde entonces, no había habido nada placentero entre sus muslos, con excepción de su mano.
Camila se figuró que debía estar en una situación más desesperada de lo que ella se había percatado si el ver al adulón de Víctor con la aún más adulona de Clara, podía calentarla y alterarla.
Víctor se inclinó hacia delante y corrió sus labios por el cuello de Clara, su lengua empujando sobre el pulso en su cuello.
—Una vez que ella esté muerta, yo seré el rey sin rival —él dijo mientras las piernas de Clara se abrían y se acomodaba para que su cintura quedara en el borde de la mesa—. La traición es solo cuestión de tiempo, mi amor —él posicionó su polla en su esencia y empujó dentro de Clara con un rápido golpe. Ella gimió—. Y tú serás mi reina — él bombeó dentro de ella mientras las caderas de Clara se sacudieron contra él y sus dedos se agarraron fuerte de la parte posterior de la cabeza de Víctor—. Cualquiera que te toque sería traición —sus empujones aumentaron en velocidad mientras ella comenzaba a gritar sonidos incoherentes—. Tú serás la mujer más poderosa en el reino — Víctor dijo.
Clara se vino gritando: — ¡Sí! ¡Dame el poder bebé, dámelo!
Estos dos están desmadrados, Camila pensó. Tengo que prevenir a Snow.
En ése momento, se abrió una puerta posterior a la cámara privada de Víctor y un guardia se apuró a entrar. El rostro del pobre hombre se sonrojó en un tono rojo brillante cuando se dio cuenta de lo que estaba interrumpiendo. Víctor se retiró de Clara, ajustando sus pantalones rápidamente.
—Usted no vio nada, soldado —le dijo seriamente al hombre.
—En lo absoluto, Rey Regente —el soldado tartamudeó—. No vi nada entre usted o la Consejera Clara, en lo absoluto. Solo estoy aquí para reportarle que tenemos una pista sobre las enanas perdidas. Por primera vez en meses, pudimos vislumbrar a una de ellas. Fuimos capaces de seguir su rastro fuera del castillo por unas pocas horas, pero la perdimos en el bosque.
—¡Qué! —Víctor gritó, golpeando la mesa con su puño—. ¡No pueden haber desaparecido!
—Es solo cuestión de tiempo antes de que las encontremos, se lo aseguro, señor. Las enanas nos eludieron esta vez porque ellas tienen magia. Seguramente que ellas...
—Las enanas ya no tienen ninguna magia de importancia — Víctor interrumpió—. Yo me he encargado de ello —él jugó con su collar, una gema roja en medio casi tan grande como un puño.
Mientras tanto, Clara estaba reajustando sus faldas, y se bajó de la mesa de un salto, parándose cerca de la pared, justo debajo de un candelabro apagado.
—Bebé —Clara ronroneó, y Víctor volteó hacia ella—. No creo que este guardia merezca estar en tu servicio. Parece un poco pazguato.
El rostro del guardia se puso aún más rojo, y Camila pudo ver su boca trabajando con esfuerzo para decir algo, cualquier cosa para redimirse. Él no miró a Clara. Sus ojos permanecieron enfocados en Víctor.
Camila deseó a todos los dioses en quienes ella pudo pensar, que ella hubiera impedido que Clara le quitara la maldita carta. Si el Capitán de la Guardia supiera que la gente no quería que Víctor permaneciera como el Rey Regente, él jamás habría permitido que este pobre bruto estuviera a merced de éstos dos. Habiendo visto a otros guardias trayendo noticias indeseables a Víctor, Camila pudo predecir demasiado bien a dónde se dirigiría esta conversación.
—Acérquese guardia —Víctor dijo, caminando hasta el centro de la habitación para pararse en el centro de uno de los tapetes decorativos que ocupaban la mayor parte del piso. A dos pasos del borde de la alfombra había una piedra cuadrada, ligeramente más descolorida que el resto. Víctor hizo señas al guardia para que se adelantara hasta quedar de pie directamente sobre el cuadrado descolorido—. Ahora, dígame de nuevo. ¿Por qué se les permitió escapar a las enanas?

—Los bosques están llenos de bestias peligrosas. Quizás las enanas ya han sido devoradas —el guardia dijo, moviéndose inquieto.
Vamos hombre, Camila pensó, deseando desesperadamente que él se moviera lo suficiente hacia un lado para ya no estar parado directamente sobre el cuadrado descolorido. Por el rabillo del ojo, Camila vio la mano de Clara acercándose hacia el candelero de pared.
Muévete chico, muévete, Camila oró.
La mirada de Víctor era dura. —Y aun así no me traes evidencia. Quiero o su trabajo o sus corazones sobre mi escritorio. Tú no me traes nada —él sujetó la gema en su cuello—. Yo no ocupo un guardia incompetente —él chasqueó sus dedos y Clara jaló hacia abajo el candelabro de pared.
El suelo bajo el guardia se desprendió, y los gritos del hombre fueron silenciados inmediatamente cuando la placa del piso se deslizó de regreso en su lugar. Camila hizo una mueca. El pobre guardia no habría muerto de la caída, pero los calabozos bajo el castillo no eran un lugar agradable para aterrizar.
La sonrisa de Víctor era positivamente alegre mientras hacía cabriolas de gusto hasta donde Clara estaba de pie regodeándose, a un lado de la palanca del panel del piso. Él levantó sus faldas alrededor de su cintura y la empujó contra la pared lo suficientemente fuerte que un retrato junto a la cabeza de Clara cayó al suelo. Camila se volteó. Había visto suficiente.

Tengo que salvar a Snow.

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La Princesa Snow (Adaptación  Camren G!p)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora