Capítulo I: Un lugar donde esconderse (Sam)

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Detuve el coche cerca de la salida del recinto y dejé el motor en marcha. Supongo que, en el fondo de mi mente, esperaba el momento oportuno para salir huyendo. ¿Cómo narices había dejado que me convencieran para hacer esto? Bien, el plan tenía un punto, pero ¿no podían haber elegido otro sitio? Vale, para que el plan funcionase tenía que ser aquí pero... ¡arg! Cuanto más lo pensaba, menos convencida estaba de entrar ahí. Miré la enorme construcción con pavor ― de los cuatro o cinco edificios que había, se encontraba uno tan grande y robusto que daba la impresión de que engulliría a los demás ― y sin darme cuenta empecé a murmurar para mí misma "por favor que no me descubran" repetidamente, como si fuera un mantra. Sin ningún efecto tranquilizante.

Me miré en el espejo retrovisor por centésima vez en los últimos tres días y como cada una de las veces anteriores pensé que aquello no iba a funcionar. Cerré los ojos y apoyé la cabeza en el respaldo, pensando, imaginando. Si no funcionaba.... Vi su cara, frente a mí, sonriendo, con esa sonrisa cruel que ya había visto en otras ocasiones, burlándose de mí. Su pelo, de un negro sucio, estaba atado en una coleta baja, y tan engominado que se pegaba a su cabeza como si fuera un extremadamente feo y grotesco gorro de piscina. En sus ojos había un brillo de felicidad siniestro. Las comisuras de su boca se alzaban en esa sonrisa horrible, haciendo que la cicatriz que la cursaba, semejante a un río en medio de la nada, se ensanchase. Parecía que, de un momento a otro, fuera a abrirse más y más hasta que de ella saldría un torrente de... de oscuridad procedente de su interior. Se reía mientras me decía que me lo había advertido, que yo nunca le ganaría, que todo mi esfuerzo, todo el miedo y el dolor habían sido inútiles. Por un momento, de verdad vi desbordarse algo oscuro de esa cicatriz. La repulsión que me causó esa escena me dio arcadas y tuve que bajar la cabeza, dejándola caer en el volante. De repente, me pesaba horrores. Aguanté la náusea y apreté los dientes. No, de eso nada, puede que fuera una locura pero yo iba a hacer que esto funcionara. Greg tenía razón, muy a mi pesar, éste era el sitio más seguro.

Unos golpes en el cristal de la ventana delantera me sobresaltaron, tanto, que estuve a punto de apretar el acelerador todo lo que diera de sí. Cuando miré hacia la ventana, esperando ver aquellos ojos brillosos y esa cicatriz desbordando su negro alquitrán, me encontré a un hombre de mediana edad que parecía malhumorado ―con el tiempo descubriría que siempre lo parecía y de hecho la mayoría de las veces lo estaba― de ojos oscuros entrecerrados y barbilla prominente. Tenía un mechón de pelo rebelde, que ondeaba al viento, cuya misión parecía ser disimular la calvicie. En fin, misión fallida. Me miró como si nunca hubiera visto a una persona al volante de un coche. Abrí la ventanilla, con el corazón golpeando como si fuera maquinaria pesada, sintiendo como el frío invernal ―aunque no habíamos entrado en esa estación todavía― se colaba a ráfagas por el hueco recién abierto.

―D-disculpe, soy un nuevo estudiante y... no sabía muy bien hacia donde tenía que ir. E-estaba intentando orientarme. ―intenté dar a mi voz un tono firme y seguro, tal y como había ensayado en casa, pero no lo conseguí. Las manos, agarrando fuertemente el volante, me resbalaban por el sudor y sentía el pulso bombeando sangre en algún punto cercano a mi sien. Él no pareció darse cuenta del temblor en mi voz.

― ¿Eres el nuevo estudiante? ―por supuesto cuando una persona entra a mitad de curso todo el mundo lo sabe― Tienes que seguir hasta el final, allí está el aparcamiento. ―señaló hacia el final del camino de tierra donde me encontraba, allí había uno de los pequeños edificios destinados a convertirse en comida de la estructura a la que, en mi mente, había bautizado como el Gran Ed―. Cuando te registres formalmente te darán una plaza fija. Ve a la puerta con el cartel de Secretaría ―me miró con una expresión que claramente era disgusto y chasqueó la lengua, un gesto bastante molesto, por cierto―. Soy el subdirector de la escuela, el señor Brown. Ahora ve, no me hagas perder más tiempo.

Un lugar donde esconderseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora