Capítulo 00.

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00.

Boston. Cambridge, Massachusetts.
2020.

El olor a canela y pan recién horneado entró por mis fosas nasales haciendo que sonriera levemente y mirando la forma de mis pequeños cinnamon rolls llena de orgullo o como bien los había apodado Charlie's dessert.

Amaba hornear, amaba el olor y el sabor al dulce y sobre todo al chocolate.

El lema de Charlie hacia mi era: “eres tan dulcemente amable, que ese es el ingrediente secreto en tus pasteles”.
Mientras más dulce consumes más dulce se vuelve tu vida. Y era lo que realmente ayudaba.

Mirando el reloj que se encontraba en la cocina de la pastelería mientras cocinaba, me di cuenta que marcaban las 09:26 a.m., faltaban 4 minutos para que fuera la hora de abrir Sweet Kindness, mi preciada pastelería y por lo que había estado soñando tanto tiempo. Por la que me había prometido salir adelante y dedicarle este triunfo a Charlie.

Esto era para él.

Suspiré con nostalgia.

Me dirigí a abrir la puerta y cambiar el cartel que se mantenía con las letras "CERRADO" para ahora dejarlo del lado donde decía "ABIERTO".

Salude a través de la ventana de cristal a la Señora Connelly, la dulce anciana que se dedicaba a vender flores en el local de a un lado, mientras veía como Luna baja de su coche y entraba por la puerta.

— No puedo creer que el tráfico sea tanto a estas horas de la mañana Emm — dijo mientras se tocaba la cabeza desesperadamente — ¿Tienes una aspirina? — preguntó.

— En el cajón de primeros auxilios — respondí apuntando hacia el baño de empleados mientras camina al mostrador — ¿Cómo está el pequeño Chase? — pregunté al ver como Luna salía del baño.

— Bien, creo que tiene novia y no sé cómo sentirme — dijo haciendo una mueca graciosa.

Trate de evitar y no soltar la carcajada pero solo salió una mueca graciosa, a lo que Luna solo me miraba como si tuviera monos en la cara.

— ¿Novia?, ese niño se las verá conmigo, dijimos que cuando él tuviera 10 — digo haciendo un puchero.

— Emma, ¿qué dijimos acerca de darle permiso a mi hijo de 5 años sobre hablar de novias? — me miró con la ceja alzada.

— Lo siento Lunita — sonreí tímidamente como si no hubiera roto ningún plato.

Luna solo se dedicó a mirarme con cara de pocos amigos mientras caminaba a limpiar las mesas del local.

A Luna la conocía desde hace 4 años, al quinto día de haber llegado a Boston, para ser exactos. En el curso de repostería que tomamos en ese entonces. Nos hicimos tan buenas amigas que desde el primer instante mantuvimos contacto. Si bien ella desertó en el curso pero eso no nos impidió dejar de contactarnos y que ella me contara de su pequeño bebé y su amado novio. Hicimos clic tan rápido que fue como tener un respiro. Me apoyo y me animo tanto a tener este logro, ella sabía para quien iba dedicado y le agardecia tanto por haber estado conmigo desde hace 4 años.

El transcurso del día fue lento pero productivo. Hace tiempo se nos ocurrió a mi madre y a mi implementar mesas, algo así como estilo cafetería. Solo unas cuantas mesas, esto seguía siendo una pastelería. Me alegraba ver a los adolescentes venir y convivir con sus amigos y parejas, a madres con sus hijos eligiendo qué cup-cakes llevar. Me ponía feliz ver que personas desconocidas hicieran recuerdos en mi pastelería.

— Gracias por venir, esperamos que le gusten los pastelillos Señora Connelly — digo sonriéndole a la anciana a la que le había entregado recién su pedido.

— Gracias Emma, estoy segura que a los de la florería les gustaran... — pauso — Pero sobre todo a mi esposo — susurro en modo de secreto poniéndose la mano en la boca.

Sonreí mientras veía alejarse a la Señora Connelly con una sonrisa.

— ¡Sigue haciendo estos — señaló su empaque de su compra — con amor, cariño.

— ¡Claro! Ese es el ingrediente secreto — grite  sonriendo.

— ¡Pon atención cariño! — dijo.

— Siempre lo hago, saludos al Señor Connelly de mi parte — digo casi gritando viendo como salía del local.

— ¿Me puede atender? — murmuró una voz gruesa a mis espaldas.

— Oh, claro que sí, lo lamento — sonreí mirando hacia la dirección de la voz que había demandado por mi atención, para encontrarme con un hombre muy guapo.

Muy guapo a decir verdad, sus lindos ojos eran como el océano. No, como el océano no, quiero decir, como el mismísimo cielo, de un azul tan bonito que combinaba con todas las facciones de su cara. Sus pestañas eran tan largas al igual que rubias y su cabello de un castaño rubio. No le calculaba más de 35 años. Vestía de traje, que le quedaba exactamente a la medida de color azul marino, haciendo que sus sorprendentes globos oculares resaltarán aún más.

He inmediatamente a mi cabeza solo se pudo venir un verso que le quedaba tan bien;

Ocean blue eyes looking in mine
I feel like I might sink and drown and die

You're so gorgeousI can't say anything to your face.

Sí, mi fantástica Taylor Swift.

¿Ocean blue eyes?, Señorita, ¿me va a atender? — pregunta él hombre con una mueca de evidente fastidio en su cara.

— Claro que sí, lo lamento — respondo de nuevo ahora con leve sonrojo en mis mejillas — ¿Qué desea ordenar? — pregunté tratando de no hacer contacto visual.

— Quiero un Charlie's dessert ¿así se llama? — pregunto a lo que yo asentí aturdida — y un café americano sin azúcar, por favor — dijo con fastidio.

— Claro, permítame un momento — presione el pedido en la caja registradora — ¿A nombre de quien pongo la orden? — pregunté viéndolo a los ojos ahora. Realmente preguntar su nombre no era necesario, simplemente me gano la curiosidad y recurrí a medidas algo ¿blandas?.

— Blake — dijo devolviéndome el contacto visual.

Bonito nombre, me gusta.

— Bien, serían ocho dólares con treinta y cinco centavos — mencioné entregándole su ticket.

Extendió su mano acercando un billete de 10 dólares, que al tomarlos hizo que nuestros dedos se tocaran un poco.

— Conserve el cambio señorita — dijo finalizando nuestra conversación.

— Gracias, ¿Desea comer aquí? — pregunté.

— Si — mencionó antes de darse la vuelta.

Parece que cuando te vuelves el hijo predilecto de Dios, dándote tan buenos genes, debes de tener una personalidad tan fría. El tal Blake parecía un Iceberg andante — Pensé al ver como tomaba asiento en la mesa que estaba junto a la ventana de cristal mientras él veía el asiento de enfrente absorto en sus pensamientos.

Personas como el causaban intriga en mí, pero había algo en el que dé sobre manera me hacía verlo de más. No era sólo que él fuera demasiado guapo, si no que su porte era muy imponente pero con un deje de tristeza.

A little bit of sugar, darling Donde viven las historias. Descúbrelo ahora