II

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Los dedos inquietos jugaban con la pluma, la sostenía con tres dedos; con el dedo mayor la impulsaba para que diera una vuelta alrededor del pulgar y después, volvía a su lugar sostenido por su pulgar y su índice. No se trataba de otra persona tan más pensativa en ese momento que Tyler Joseph. Tenía en mente la vez en que se encontró en el cementerio repartiendo rosas y flores como cada día trece. También volvió a visualizar el momento en el que se dió vuelta y no había nada más que gran sauce llorón y lápidas. Desde ayer se cuestiona sobre si fue prudente salir de allí o era mejor investigar y contárselo a la abuela. Ayer no pudo preguntarle qué pasó, ella estuvo ocupada todo el día en la librería al igual que sus padres en Canadá.

La señorita Jones está dando consejos para utilizar la garganta y cantar una nota alta, Tyler se da el permiso de ignorarla un poco pues, para el canto presumiblemente era el mejor de la clase. De vez en cuando se daba algún lujo como no poner atención y seguir pensando y planeando, cuando fuera el momento de cantar su voz lo haría todo por él. Todos se sorprenden por su habilidad vocal pero se preocupan por la técnica poco profesional que usa pero, tampoco es perfecto para el canto. Las notas altas y afinadas no le salían de su voz hace meses y de hecho, le costaron bastante trabajo.

Sus orejas parecieron hacerse agudas cuando escucharon un timbre muy agudo avisando la hora de salida. La señorita Jones dejó sus papeles de guía en su escritorio y empezó a borrar su pizarrón. Todos con esta campaña empiezan a hablar y recogen sus cosas. Joseph les sigue la corriente en lo último y rápidamente, sale del aula y con pasos acelerados logra conseguir salir de la escuela con otra poca multitud de alumnos. Parece un chico solitario pero tiene a sus amigos y conocidos, tiene muy bien identificados a sus amigos pero hoy es un día que le gustaría dedicarselo para él.

Caminó hasta la librería D' Picasso. Cuando llegó empujó esa puerta de vidrio y sonó una sutil campaña que él mismo había puesto en el techo con un sencillo mecanismo. La abuela Nicki estaba hasta el fondo, del otro lado del mostrador y sonrió cuando vio a su querido nieto llegar.

—Cielo, qué bueno que llegas temprano. —La tía caminó hasta él, desatendiendo la caja y besó la frente de su niño. Con el poco sol que entra hace que su piel se vea un poco palida, como todos los demás. El aspecto de la tía era aún más joven para la edad que tiene, tiene cincuenta años en este mundo y parece una señora de cuarenta, hay gente que no envejece muy rápido. Como las brujas. —Tu tía Zelda está arriba. Te hizo un filete.

La tía Nicki es una persona dulce, con una voz muy dulce. Descrita por los vecinos como una persona muy simpática y optimista. Por nada es la favorita del barrio, la más popular entre las señoras.

—Abuela, quería deci-

—Cielo, ahora tengo que hacer el inventario. En un momento me subo. —La tía se fue y empezó a escribir nombres de los libros que se encontraban en una gran pila. Tenían una altura adivinable como de 1.70 metros.

Tyler caminó por el largo pasillo, rodeado por dos grandes estantes de libros y subió por las escaleras detrás de la caja. El piso de arriba parece más grande que el de abajo, él pensaba que era una ilusión por las estantanterías, en cambio, aquí en su hogar había pequeños muebles. La tía Zelda estaba sentada en la mesa, tenía un periodico en ambas manos y un plato lleno de filete y puré de papa. La tía ni siquiera tuvo que quitar la vista del periodico para saber que su sobrino había sido el de los pasos.

—Llegas justo a tiempo, acabo de servir tu plato, Tyler. —La voz de la tía era seria al igual que su carácter, pero es buena persona.

—Tía Zel, quería decirte algo —Tyler dejó su mochila en un viejo perchero que esta a un lado de las escaleras— bueno, quería decirles algo. —añadió.

Hasta que la muerte nos una.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora