eight

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Entrar en la casa Shin era como volver al hogar. Sólo que no había conocido ningún hogar. La Sra. Shin me saludó, ajustando sus pendientes, mientras sus dos hijas corrían junto a ella y se lanzaban hacia mí.

Me agarré de ellas con un jadeo, levantándolas a ambas del suelo.

—¡Seungmin! —gritaron al unísono—. ¡Te extrañamos!

—Hola, chicas —jadeé—. ¡También las extrañé!

—¿Te gustan nuestros disfraces? —Ambas se bajaron de nuevo para modelar y girar en sus trajes.

—Yo soy una catarina —anunció Yuna, con su falda de gasa negra.

Ryujin saltó varias veces para ganar mi atención. —¡Soy una princesa!

—Están impresionantes. Estos son como los mejores disfraces que he visto nunca. Ni siquiera las reconocí hasta que oí sus voces.

Me abordaron una vez más, codeándose entre sí para obtener una mejor posición. Para tener dos años, Yuna se mantuvo bastante bien contra su hermana de siete años. Me tambaleé, haciendo una mueca cuando pisé lo que se sentía como una Barbie. Miré hacia abajo. Sí.

La Sra. Shin cerró la puerta detrás de mí. —Gracias por venir, Seungmin. Me han estado molestando todo el día por saber cuándo llegarías.

Dejé caer mi mochila cerca de la puerta bajo el peso de las niñas retorciéndose y reajusté mi agarre sobre ellas. —No me perdería la oportunidad de pasar el rato con mis monos favoritos.

—Estoy lista. Permíteme animar a mi esposo. Hemos tenido una pequeña crisis hoy. El triturador de basura murió sobre nosotros. —Le lanzó una mirada con los ojos entrecerrados a su hija mayor—. Ryujin podría haber decidido tirar algunas canicas por el desagüe.

El rostro de Ryujin pasó al color rosa. Froté su pequeña espalda, reconfortándola.

Sacudiendo la cabeza, pero aún sonriendo, la señora Shin hizo un gesto con la mano para que la siguiera dentro. —Vamos. Hice espaguetis y tengo pan de ajo en el horno.

—Huele delicioso.

—Gracias. Es la receta de mi madre —dijo por encima del hombro—. Mi esposo probablemente preferiría quedarse aquí y comer eso que la cena de cinco platos en Chez Amelie esta noche.

Incluso sin el rico aroma del ajo, la carne y los tomates, la renovada casa de campo siempre olía bien. Como a vainilla y hojas secas.

Con Yuna y Ryujin pegadas, sus delgadas piernecitas envueltas alrededor de mí como ramas trepadoras, me las arreglé para seguir a su madre a través de la sala de estar (evitando Barbies adicionales) y entré en la cocina, donde el Sr. Shin se detenía sobre un tipo que estaba medio sepultado en el armario abierto debajo del fregadero de la cocina, con sus largas piernas revestidas con vaqueros sobresalían en la cocina, con varias herramientas rodeándolo.

— Nuestra reserva es en cuarenta minutos. Tenemos que irnos. ¿Puedes, por favor, dejar a Christopher en paz?

Mi estómago tocó fondo. ¿Christopher?

Mi mirada se fijó en esas largas piernas que sobresalían de debajo del fregadero. Su rostro estaba más allá de mi visión, pero podía distinguir la familiar forma de su cuerpo. Mis labios hormiguearon, recordando cómo se había movido su boca sobre la mía, y me tomó todo lo que tenía no extender la mano y tocarme los labios.

El Sr. Shin le disparó una mirada suplicante a su esposa e hizo un gesto hacia el fregadero, hacia Christopher, en realidad. —Casi hemos terminado.

⎯⎯「 ㍿ 」  あ ꠩ foreplayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora