LA CHICA DEL ESCAPARATE

68 10 12
                                    

Todo el mundo ha escuchado la voz en la cabeza, esa que te dice cosas juiciosas. Esa voz te habla entre oreja y oreja para decirte: «No toques eso que quema»; «No digas eso que no es apropiado», o «No le pegues a aquel que es más grande que tú». La conciencia, ese implacable juez interior que nos dicta aquello que está bien o está mal. Aquella voz que nos guía, que nos habla y nos recrimina cuando hacemos algo en contra de sus directrices morales. En el caso de Víctor, él la escuchó hasta los treinta y tres años; inclusive entonces, era un tío bastante aburrido. Hasta que la conoció, el fatal momento en el que la conoció a ella.

Aba, con su pelo teñido de rosa y un cuerpo que invitaba al pecado, conseguía llamar la atención de cualquiera. Aquella morenaza entró con Víctor en un picadero situado en un espacio-puerto de segunda; ella solo quería sacarle algo de información, saber qué llevaba su carguero y si era digno de robar. A cambio, le daría algo de amor y un pequeño vacío en sus recuerdos. Un lapsus en el cual ella entraría en su mente para recabar algunos datos que abrirían las puertas de su nave más que las piernas de esa morena teñida. La cosa no salió bien para ninguno de los dos.

En lugar de un hueco en su memoria, Víctor recibió un gran problema con nombre y apellido. Ahora dentro de su cabeza estaba Sam Borg, violando hasta la muerte a esa voz tan juiciosa que ya no le hablaba. En este momento la voz de su conciencia se llama Sam. El nombre de Aba llevaba bien ese cuerpazo; pero puestas las cartas sobre la mesa, aquel nombre prestado ya no era necesario.

Sam, como todos los Sion, era muy abierto; él se encontraba cómodo en cualquier cuerpo, pero el de Víctor tenía una protección neuronal demasiado buena. Tan buena que no pudo hacerse con el control de su inquilino; ahora no puede saltar a otro cuerpo sin ayuda de los suyos. Los Sion estaban en el último rincón de este miserable cuadrante, en Keppler 3, y ahora tenía que compartir cuerpo con ese humano aburrido.

Víctor andaba por la avenida principal de aquel espacio-puerto de tercera, pensando que llamar a esa roca atestada de lo peor del universo «espacio puerto», era un insulto para las estaciones espaciales. Nada de aquel sitio dejaba un descanso a los sentidos: la vista saturada por los luminosos y hologramas de casas de trato antiguo, el oído se desbordaba con el estruendo de los bares que invitaban a entrar con diferentes estilos de música, el olfato se constreñía ante el olor acre de la densa atmósfera recirculada, que, además, podías sentir en cualquiera de las partes expuestas del cuerpo. Un pedrusco lleno de tiendas donde se podía adquirir cualquier cosa prohibida por las leyes de medio universo, y sancionada por la otra mitad. Desde armas hasta animales modificados para ser muy cariñosos con sus dueños. La mirada de Víctor se posó fugazmente en lo que parecía una chica centauro que paseaba tras el cristal de un escaparate; tal como la miró se arrepintió de haberlo hecho.

«Víctor, corazón —dijo Sam con una voz femenina y sugerente dentro de su cabeza—. La has mirado, eres un pervertido y un reprimido. Tienes dinero suficiente para escucharla relinchar».

«No te voy a negar que me ha llamado la atención, pero lo que realmente me resulta curioso es cómo se podrá sentar en una silla, o cómo se acostará a dormir estando pegada al cuerpo de un equino» —respondió Víctor en su cabeza sin parar de andar.

«¡Joder, cariño, qué aburrido eres! Ve, paga los créditos y habla con ella, nos vendrá bien a los dos. ¿Sabes la de tiempo que no tengo un buen momento?».

Seguía hablando con esa voz de señorita de moral distraída; enfatizaba cada una de las sílabas de la palabra «momento».

«No tenemos tiempo, debemos estar en la Fuego en la Bodega dentro de treinta minutos estándar».

«¿Has mirado a tu alrededor, macho? —ahora hablaba como un afro del Bronx—. ¿Crees que aquí la puntualidad es importante? Ve y cabalga esa yegua, no ha dejado de mirarte desde que pusiste tus puñeteros ojos verdes en ella, chico».

EL ESPACIO ENTRE TUS OJOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora