Planeta X

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El planeta X, como se refería Víctor a él, era gélido. No tan frío como la bodega de la Fuego, pero lo suficiente para que Adam y los suyos no sintieran calor. Que se hubieran criado a temperaturas muy por debajo del cero, no ayudaba a la hora de encontrar un hogar donde pudieran empezar de nuevo. Ellos eran los primeros de su raza en escapar de las empresas peleteras, y, según Adam, no serían los últimos. Ahora tenían una tarea titánica entre manos; buscar una identidad, algo que los armiños pudieran hacer para encajar en el cosmos.

Estaban cerca del polo norte del planeta. A medida que fueran aclimatándose, irían más hacia el sur para poder trabajar con el resto de los colonos, los yakos. Más víctimas de la ingeniería genética, parecían minotauros, pero con mucho pelo. Al parecer, las hembras de su especie daban una leche muy nutritiva y sabrosa, ideal para crear raciones de combate. De nuevo, más productos de las compañías de seguros y su absoluta avaricia.

«Deja de enfurruñarte —dijo Sam—, no vale la pena. De aquí a que lleguemos a Keppler 3, vas a enterarte de más verdades incómodas. Intenta verle el lado positivo a todo esto».

«El lado positivo —respondió Víctor en un suspiro—. Esta gente será libre, puede que aporten algo al resto del cosmos. Estoy seguro que lucharán para que más de los suyos no sigan perdiendo el pellejo en las granjas».

«Eso es lo positivo. Pero dime, ¿qué te hace sentir esta situación?».

«Me entran ganas de enrolarme con ellos para quemar las factorías. Quiero hablar con Ezra. Pero antes tengo que reparar los pajaritos de Cetrero. Trabajar me mantendrá calmado».

«¿A quién intentas engañar, eh? —se rio Sam con cierta sorna—. Tú lo que quieres es ver el holograma que te ha mandado Roci a través de ella. Haces bien, pero he de advertirte que tal vez lo que veas, no te guste. Recuerda que es una esclava sexual, así que puede, incluso, que lo que te haya mandado sea material promocional o una escena pornográfica».

«Qué inocente soy. Solo quería saber cosas sobre su fisonomía. Si tengo que trabajar en el casco, seguro que no lo haremos aquí, el clima es peligroso para trabajar sin un traje de salto. Antes de marcharnos quiero hablar con Adam, me dijo algo que me ha dejado pensando».

«¡Ah, ya sé! Eso de que veía algo en ti. Son medio animales, tienen algunos sentidos distintos a los tuyos. Yo también tengo sentidos que el resto de las criaturas no llegarían a entender. No sé si te vendría bien escuchar lo que te diga. Me da la impresión de que vas a descubrir algo doloroso».

Víctor permanecía allí, de pie, cerca de la rampa de carga de la Fuego. Miraba como esos híbridos de humano y roedor hablaban con los yakos, oteando el paisaje, deleitándose con una perfecta estampa navideña. Árboles que parecían abetos colmados de nieve y casas de madera con afilados techos para que las nevadas no los tumbase.

En un momento de su conversación, Adam se volvió, cruzó un instante la vista con la de Víctor y se despidió de aquel ser. Fue directo a hablar con el humano. Andaba con paso firme pero ligero, el viento mecía el pelo de su cabeza, parecía suave como un abrigo de la mejor piel.

—Ven conmigo, demos un paseo. Creo que lo que tengo que decirte no os va a gustar —dijo Adam con un tono sereno mientras dirigía sus pasos entre los árboles.

—Será que no me va a gustar, aquí estoy yo solo.

—Fue uno como tú el que nos ayudó a escapar en primera instancia; estaba dentro de un guardia. Sin embargo, tu reacción no fue la que tendría uno de ellos. Son seres que viven muchísimos años, a alguien con tanta experiencia no le afectaría ver un grupo de productos refugiados.

—¿Qué sabes de ellos? —Tal como hizo la pregunta, Víctor sintió un dolor agudo de cabeza, el primer aviso de Sam para que no se pasara con lo que hablase.

EL ESPACIO ENTRE TUS OJOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora