ESCALA A URUS

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No todas las noches que compartían Sam y Víctor eran plácidas. Tomó un tiempo para que ellos se sincronizaran a la hora del sueño. Al final de un mes estándar, llegaron a un acuerdo de no agresión. Sam se iría a dormir cuando Víctor cerrara los ojos, siempre que hablaran un rato de lo que había pasado durante el día o tuvieran una noche de «sano y placentero sexo sudoroso». En este caso, fue lo segundo. Sam se quedó dormido justo antes de que Víctor se acurrucase junto a Ezra.

Al abrir los ojos lo único que Víctor pudo ver era la cabeza de Ezra. Ella seguía muy pegada a su cuerpo, agarrando su brazo izquierdo con sus cuatro manos. Al intentar zafarse, ella hizo presa con mayor fuerza, con la suficiente como para dormirle la mano a Víctor. Era un fastidio, pero la única persona que podía ayudar a Víctor estaba dentro de su cabeza y seguía durmiendo.

«Sam, necesito que me ayudes, ¿sigues dormido?».

«Ni un "buenos días, cielo" o "cariño, ya es de día". Eres más desagradable que un despertador después de una noche de sexo». Hablaba con voz de estar recién levantada.

«Eres un molesto polizón en mi cuerpo, no mi novia. Pero ya que estamos, ¿has dormido bien?». Ezra seguía aferrada al brazo de Víctor y los dedos de su mano empezaban a ponerse azules.

«Me encanta cuando juegas conmigo al pasivo/agresivo. Me has despertado porque nuestra mariposa, que es una fiera en la cama, te va a arrancar el brazo. Sóplale en las antenas y di su nombre con mucha suavidad. Esa mano es con la que te tocas, no me gustaría que la perdieras».

Víctor hizo justo lo que Sam le dijo. Ezra dio un respingo, agachó la cabeza y utilizó sus cuatro brazos para rascarse. Él se quedó absorto mirando cómo hacía eso, era el gesto menos humano que le había visto hacer a un humanoide. Ella se volvió y le dio un beso en los labios.

—¿Sabes que no está bien despertar así a una nausicana? ¿No has tenido suficiente de mí esta noche? —soltó esas palabras con un tono de lo más sugerente.

«Se ha despertado de muy buen humor, ¿le damos otra ración de humano guapo y fornido?».

Sam seguía hablando con la voz de Aba y con un tono más sugerente aún.

Por un momento, Víctor barajó empezar el día con una sana dosis de hembra nausicana. Sus delicadas manos ya estaban recorriendo su cuerpo; desde el torso hasta un poco más abajo de la cintura, podía sentir sus cuatro manos, esas manos tan suaves. Ya estaba convencido de empezar la mañana entre sus brazos cuando del fondo de su camarote se escuchó un carraspeo metálico. Levantó la cabeza por encima de la de Ezra, justo cuando iba a besarla, para ver a Cetrero en cuclillas delante de la cama.

—¿Qué haces ahí? ¿Cuánto tiempo llevas ahí? Y lo más importante, ¿nadie en esta nave sabe llamar a la puerta? —dijo Víctor muy calmado. Por dentro Sam se estaba riendo de la situación.

—¿Qué hago aquí? Pues espero mi turno, tesoro —dijo el androide cruzando los brazos—. Digamos que llevo aquí desde el segundo o tercer orgasmo de la mariposona esa. Llamé a la puerta y pregunté si podía pasar, entonces ella dijo: «¡Sí, sí, vamos!». No sabes el chasco que me llevé cuando la vi cabalgándote cuan bello corcel... Ahora celebro mi condición de androide. Tengo un archivo de vídeo buenísimo, este material es oro puro.

«No sé cómo lo vamos a hacer, pero tenemos que tirarnos a este tío. Me cae muy bien» —dijo Sam entre risas.

—¡¿De nuevo vamos a tener esta conversación?! ¿Quieres que le diga a Francisco quién es «Dama de Acero 69»? ¡Ya estás borrando esos archivos! ¡Como los vea rulando en la Holoesfera, volveré a hackearte! ¡Te juro por mis ancestros que en esta ocasión te reprogramaré para que creas que eres hetero! —Ezra daba golpes en la cama, cada vez más fuertes mientras le hablaba.

EL ESPACIO ENTRE TUS OJOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora