El mundo antes de que todo pasara era muy aburrido, económicamente estable y con ciertas personas al mando pero nada más. Restricciones, celebraciones, personas a quien cuidar y un amplio equilibrio camuflado que a diario nos obligaban a ver, en fin. El mundo era lo que hasta ese momento fue, ahora no podría decir lo mismo. Cada persona, cada lugar en el planeta cambió y de cierta forma nosotros, los que aún quedamos, nos adaptamos.
Tardé mucho tiempo en descifrar la manera en cómo sucedió, cómo es que de la noche a la mañana el mundo se convirtió en un campo de inocentes creaturas sedientas, debí haber pensado mal pero nadie lo vio venir y eso fue nuestro peor error. A ciencia cierta, cada que sucedía un acontecimiento no era precisamente en el mismo lugar donde pasaría otro, hay casos que datan de alrededor de 40 o hasta 100 años y aún siguen pasando. Todo empezó con acontecimientos muy extraños por varias partes del mundo. Nadie podía controlar lo que pasaba así que solo dejaron que sucedieran. Hemos sido lo que queda de la última vacuna y, aunque ya nos creíamos vencedores y merecedores de la tierra que pisábamos, pasó de nuevo y esta vez me tocó verlo todo.
Comenzó cuando las nubes dejaron de moverse, el aire también lo hizo y con esto, millones de personas se fueron. No todos podían aguantar el aire por lo que prefirieron acabar de una vez por todas con todo este sufrimiento. Pasó años atrás cuando yo ni siquiera existía, me lo han contado mis padres y sus padres a ellos para que no nos confiemos. No estamos seguros en esto que llamamos mundo, no somos personas especiales para nadie ni ocupamos un espacio que antes no estuvo ya ocupado, al contrario, somos repeticiones de otros que ya no están, reemplazos a la espera de ser desechados. Todo ha sido una mentira y ahora, solo juegan con nosotros.
Desde aquel entonces han sucedido muchos otros acontecimientos que aunque no se explican, han dejado un vacío entre nosotros fácilmente llenado por otros que nadie conoce. Los llaman combatientes, personas que nadie conoce pero que algunos aseguran haber visto hace años. Clones que, dicen, han caminado por mucho tiempo los mismos lugares que nosotros los puros frecuentamos. Nadie se atreve a tocarlos, son peligrosos y a pesar de esto están en nuestras calles. Otros aseguran que ya no lo son, que se han vuelto buenos desde que Arún, nuestro creador, derrotó al tirado de Monar, pero no estoy segura, ya no confío en nadie.
Mi nombre es Ihonar, Ihonar Sioner Roscher, hija de Felia Sioner y Oltan Roscher, menciono muy poco el apellido de mi padre; decidí ser llamada por el materno para no tener problemas con nadie. Al parecer, mi ascendencia no es muy bien vista y aunque mis padres me repitan que todo eso pasó hace mucho tiempo, las personas no olvidan y mucho menos si soy una Roscher.
Mi tatarabuelo fue Mardin Roscher, desde que supe eso mi vida no ha vuelto a ser la misma, nunca lo ha sido pero intento que no me afecte. Se rumora que Mardin quien era el padre de Evenio, era una copia exacta de aquel tirano, lo que sucedió luego sencillamente fue una farsa creada por las personas de aquella época, las pocas que se quedaron luego de la derrota de Monar para hacernos creer que habían acabo con él pero estoy viva, y eso me rectifica lo contrario.
Aquella matanza entre humanos y los no humanos, terminó con la destrucción de toda Havendrá, pero no con el verdadero Monar. Al parecer sí podía verlo todo por lo que en un intento desesperado de hallar libertad, Monar encontró una forma de sobrevivir y le pidió a su clon, el padre impuesto de Evenio, que cambiaran de lugar mientras todo pasaba y así, le daría tiempo suficiente para huir. El tiempo pasó y no sé cómo fue que vino a parar a mi familia.
Soy una descendencia maldita, pero nadie lo sabe y espero que así se mantenga. Por lo que resta, vivo con mi madre y mis hermanos en un apartado de la ciudad. Es una especie de pueblo en el que toda mi familia ha aprendido a ocultarse. Nunca hemos sido señalados porque para nosotros el apellido de mi padre ya no existe. Solo hemos sido Sioner y ante los demás también. Nos hemos mantenido en bajo perfil y me atrevería a decir que somos una familia normal. Me gusta mucho salir, ir con mis amigos a los grandes charcos de agua y mirar la ciudad desde lejos pues sé que aunque me gustaría conocerla, no me quedaría.
También reconozco que son otros años, la modernidad y todas las cosas nuevas nos han cambiado, nos han vueltos otros y a diferencia de la ciudad, nosotros no convivimos con tantos combatientes y es bueno, los pocos que hay son los que se encargan de los grandes establecimientos de comida y quienes nos surten la gasolina para la gran Moly, la vieja camioneta de la familia. Hoy como cada fin de semana, mis vecinos, esos traviesos y divertidos vecinos irán a la costa, les gusta mucho pescar y pasarla bien y no me perdería eso por nada del mundo. El clima está perfecto y en casa no me van a necesitar así que empaqué unas cosas, desayuné y estoy a la espera de que pasen por mí.
A lo mejor el día había sido tan perfecto para que ser cierto, seguramente mis ganas no eran suficientes para que fuera real pero no pude ir, a decir verdad algo no me dejó y creo que ellos tampoco debieron de salir. Justo cuando estaba lista para salir, podía ver perfectamente el camión de los vecinos al frente de mi casa, me sentía ansiosa por divertirme, lo necesitaba y no se pudo. Salí para avisarles que casi bajaba, pero al despedirme de madre, observé por la ventana de su habitación que da al patio de la huerta, animales moverse de un lado a otro devorando toda nuestra comida, todo lo que había cosechado y que ahora nos haría falta. No podía distinguir qué eran exactamente, se movían como una masa, una gran cosa peluda que no se separaba pero que estaba ahí, no quise advertirle a mi madre ni menos decirle lo que estaba pasando por lo que decidí bajar y avisarles a mis vecinos que no iría.
Había perdido la oportunidad de una grata diversión pero nunca pensé que fuera ese día el principio de una catástrofe. Bajé de prisa con lo primero que pude tomar a la mano y me dirigí al huerto, sabía que algo así podía suceder pero nunca antes había pasado, creo que nos confiamos demasiado. Tomé una vara y me acerqué lo más que pude, podía verlos moverse y hacer ruido mientras se acababan todo. Yo estaba nerviosa pero no podía dejar que nuestros alimentos se esfumaran, así que tomé impulso e intenté herirlos con un golpe bien fuerte al centro de todo aquello. Esperaba que nada de lo que sucedió pudiera ocurrir, no estaba preparada por lo que al dar el golpe me alejé y esta gran masa se desvaneció en una espesa, arenosa y peluda atmósfera que cayó luego entre nuestros vegetales cubriendo cada hectárea.
No sabía qué hacer y solo me quedé a ver si habían quedado más de esas cosas. Estaba ansiosa por lo que me adentré a esta espesa bruma e intenté buscar la vara nuevamente, pero no había nada, ni la vara ni esas cosas.
Llegué al centro de todo y observé que nuestro huerto ahora estaba lleno de pelos, como si huera sido atacado por perros, lobos o gatos pero no, no habían huellas y comencé a pensar lo peor. De pie justo en el centro había un cúmulo de arena y en su punta un hueco, cavado como lo hace cualquier animal en busca de un lugar donde esconderse, era como una madriguera. Intenté ver qué había adentro pero no veía nada. Excavé subida en la cima, arrojando la tierra de un lado a otro para llegar al fondo y lo encontré, no solo el final de un gran hueco sino a aquel que parecía haber hecho todo esto, un conejo.
Algo no me parecía cierto y en un principio creí que todo había sido una ilusión. Me preguntaba cómo un solo conejo habría hecho todo esto. Un lindo, tierno y tan pequeño conejo, no tenía sentido. Lo tomé entre mis manos y me lo llevé a casa pero cuando estaba a punto de entrar, escuché en el cielo grandes estruendos como si lanzaran alguna bomba y me detuve para observar. Era extraño y muy poco creíble pero en el cielo se abrieron millones de agujeros que dejaban ver otros lugares y de ellos caían cajas de metal directo al suelo. Corrí para poder ver mejor en la calle, observaba como los vecinos también lo hacían y detrás de mí toda mi familia.
Todos veíamos como estas cajas al caer se enterraban en el suelo y creaban cúmulos de tierra como los que había visto en el huerto, no podía ser coincidencia por lo que solo esperé a ver qué sucedía después. Noté que de estos huecos salían muchos de estos animales y corrí a la puerta principal sin antes arrojar aquel conejo fuera de nuestra casa. Notaba a mi madre nerviosa y a mis hermanos queriéndolos tocar pero no los dejé. Como pude, hice que cada uno me siguiera y cerré todo mientras observaba como llovían animales afuera de la casa.
Todo era muy extraño y de alguna manera, uno logró entrar. Estaba asustada y corrí antes de que mis hermanos lo tomaran. Lo agarré de las orejas y entre mi desespero grité -¡por qué está pasando esto!, pero nunca pensé que el conejo pudiera hablar y aunque intenté ignorarlo, porque no podía ser cierto, todos en mi casa oímos cuando fríamente contestó:
-Y no tienes idea de lo que sucederá luego.
Pude haber escuchado esto de cualquier persona pero nunca creí que lo fuera a escuchar de estos animales. ¿Qué eran? ¿por qué estaban siendo arrojados desde el cielo? Hasta ahora nadie tenía respuestas pero el conejo tenía razón, no podía imaginarme lo que estaba por suceder.
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Yacer
Science-FictionNo todos los sueños dicen cosas, algunos incluso solo son pedazos de unos pocos reflejos de algo que pasó y que no debió convertirse en sueño. Otros, por su parte, llegan a nosotros por muchas razones, tantas que no entenderíamos nunca el funcionami...