C A P Í T U L O X X X V I

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Podría comenzar con un largo texto reflexivo sobre lo que es sentir mariposas en el estómago, describir la grata sensación de sus labios en los míos, el escalofrío que recorre mi cuerpo o la pesades de las miradas en mi espalda, sin embargo solo puedo decir que si leyera lo que pasa ahora en un libro, me quedaría tipo "aww, voy a vomitar arcoíris y chocolates", lo cerraría, tal vez lo titaría a alguna esquina por ser predecible, cliché, una novela en la cual puedo predecir la próxima frase absurda.

Nunca, nunca critiquen las historias ficticias porque nada te asegura que te conviertas en una rayis cualquiera.

La diferencia entre ese personaje aburrido y yo, es que esto me causa una satisfacción interior, un sentimiento de superoridad.

Me hace sentir como si estuviera ganando una competencia imaginaria en la que Daven es el premio que, si bien es común y corriente para mi, es preciado para otra... aunque quizá para Danna signifique lo mismo que para mi, incluso menos.

Nos alejamos despacio por la falta de oxígeno y un dolor en mis piernas cansadas.

—Que agotador es fingir. — murmuro con sonrisa ladina.

—Finjamos de nuevo. — dice Daven mirandome directo a los ojos de una forma que no puedo explicar, es como si estuviera entre distraído y confundido, solo que no sé sobre qué.

O por qué.

—¿Qué...? — pregunto sin comprenderlo, él se hace hacia adelante y yo hacia atrás, alejándome, solo que olvido mi posición y caigo de culo.

—Creo que te caíste... — canturrea, volviendo a su pose despreocupada y divertida.

—¡No me digas! Yo pensé que esta era mi cama. — le doy un golpe a la mano que estiró para ayudarme.

Mala idea.

Resopla, se pone de pie con su sonrisa ladina, me toma de las muñecas y me levanta como sin nada. Apenas logro visualizar los pies de los presentes y la parte de abajo de las mesas debido a mi incómoda posición.

—No debías... ¡oye! — se agacha y en un dos por tres ya estoy sobre su hombro como un costal — ¡Bájame maldito hijo de...

—¡Cuidadito con decir algo de mi madre! — advierte caminando hacia la salida de la cafetería, me da una nalgada y yo se la regreso multiples veces.

—¡Esa es mi perra, mucho Andrea! — grita Georgina desde su lugar, aunque no puedo verla, la imagino con sus brazos levantados y una improvisada porra, como es su estilo.

Que vergüenza.

A Daven le da igual mis gritos, advertencias, amenazas de muerte, los chiflidos y buyas de los demás chicos.

En el camino, pasamos al lado del profesor Ariel, le pido ayuda pero él solo dice:

—Yo también quiero poder cargar a una chica y caminar así como sin nada. — suspiró con tristeza y siguió andando.

A veces creo que ese hombre tiene baja autoestima para ser tan lindo.

Llegamos al estacionamiento, más específico a su moto.

Me baja a un lado de ella con sumo cuidado, chequese el sarcásmo, y coloca el casco en mi cabeza.

—Tenemos clases. — le recuerdo intentando quitarme la cosa de la cabeza, Daven coloca una mano en la parte de arriba evitando que la mueva de su lugar.

—¿Y? — pregunta con sus cejas fruncidas.

—No pienso meterme en problemas por tu culpa, sea donde sea que quieras ir, puede ser luego de clases. — le entrego el casco y peino los cabellos que se me desordenaron.

Un chico para el baileDonde viven las historias. Descúbrelo ahora