C A P Í T U L O X X X V I I I

6.6K 818 762
                                    

—No quiero entrar, ¿qué tengo que hacer en ese lugar? ¡No, no quiero! — comienzo a luchar con él. 

Trata de meterme a la casa, alguien mantiene la puerta abierta y hace como que no ve nuestra pequeña guerra en la que salgo corriendo un par de metros, él me atrapa de la cintura, me sube a su hombro, lo golpeo en el estómago y casi, casi me suelta, sin embargo, se aferra a mis piernas apretándolas más de lo debido.

—¡Eso duele! — chillo, dejando de luchar.

—¿Y tú crees que yo soy de piedra o qué? — me da un último apretón con sus dedos medio y pulgar justo en esa parte de las piernas que te da un cosquilleo y dolor al mismo tiempo.

En cuanto atravesamos la puerta me baja de su hombro.

Me arreglo la blusa lentamente. Daven me da la espalda y aprovecho para salir corriendo hacia la puerta, pero el tipo que la mantenía abierta la cierra de golpe.

Lo miro con el ceño fruncido.

—Si la dejo salir, seguro el señor Daven me hace ir por usted y no estoy con ánimos de cazar chicas de nuevo.

¿Cazar chicas de nuevo? ¿Cómo se supone que debo de interpretar eso?

Observo a Daven en espera de un respuesta, se encoge de hombros y me hace una señal para que lo siga. Suspiro, rendida. ¿Qué puedo perder?

Camino detrás de él, apenas y puedo divisar unos cuantos detalles de su hogar. Ahora sé por qué hace unas semanas pensaba que yo era pobre, su casa es mucho más grande que la de mi mamá, aunque la de mi padre es un pico más grande que esta.

Tómala Daven, por presuntuoso.

—No te quedes atrás. — habla sacandome de mis pensamientos en los que pateo el orgullo de niño rico de Dave.

Enlaza nuestras manos unos segundos, me coloca delante de él y me toma de los hombros guiándome por los pasillos.

No presto mucha atención hacia donde le damos, me pierdo en las fotografías que hay en los muros. Parece una casa normal, con personas normales. No escucho un solo ruido, quizá solo estamos nosotros porque sus padres salieron a hacer... cosas de padres.

Salgo de mi ensoñación al darme cuenta de los peldaños que estamos bajando.

—¿Dónde vamos? Dime que no eres un psicópata que va a secuestrarme hasta desarrollar el síndrome de Estocolmo. — me detengo.

—Camina... — ordena, yo sigo sin moverme.

—No, más vale prevenir que lamentar.

—Estoy tratando de hacer algo bien por primera vez y tú te pones en tu plan.

Le saco la lengua y sigo andando. Por suerte hay buena iluminación o ya habría rodado escaleras abajo.

Llegamos frente a una puerta de madera, estoy por tomar el pomo.

—Espera. — me gira de los hombros quedando frente a frente.

Acomoda los mechones que se me salieron de la coleta colocándolos detrás de mis orejas, me baja un poco la sudadera, ni cuenta me di que estaba mostrando parte del abdomen, y al final, da un apretón a mis mejillas.

—Quita esa cara de funeral. — bromea.

Pongo los ojos en blanco.

—¿Por qué?

—¿Recuerdas cuando conocí a tu papá y dijiste que fuera lindo? — asiento con la cabeza —. Bueno, digamos que te pido lo mismo.

Entrelaza nuestras manos nuevamente, abre la puerta dando paso a una enorme habitación multiusos.

Un chico para el baileDonde viven las historias. Descúbrelo ahora