Adelaide no pudo evitar sonreír. La mueca tembló en sus labios en un frágil intento por mantener una expresión serena y no resistió. Había llegado. Había encontrado su lugar en el mundo. Aquel de donde nunca debería haberse ido.
—Espero el viaje te haya sido ligero. —Patricia la observó con atención al dirigirse a ella, deteniéndose a analizar su aspecto. Addie se retorció con visible incomodidad, pero su sonrisa no se borraba. Todo iría de maravilla, ¿verdad? Ataviada con una falda recta unos centímetros más larga de lo que debería, con una camisa estampada de un color pardo que no la favorecía en lo absoluto, Patricia daba una imagen maternal que calmaba, en mayor o menor medida, sus nervios.
—Fue... Interesante. —No era capaz de mentir: había sido un camino largo y tedioso y el trecho final había conseguido que sus bostezos se replicaran con asiduidad. Sus ojos se habían humedecido estando tras el volante, aunque no descartaba la posibilidad de que su cansancio no jugara un papel en ello, sino que hubiera sido producto de sus pensamientos, invadidos todos ellos por su esposo muerto.
Muerto, sí, pero no olvidado. Era un pasado que cargaba a cuestas como las maletas que sostenía en sus manos, llevando el peso del arrepentimiento y de lo que no había tenido oportunidad de ser dicho. Y no alcanzaban sus dedos para contar las confesiones que se había guardado.
Estoy aquí, John. Sal a buscarme. Ven por mí.
—Bueno... Me alegra oírlo, Adelaide. Estamos muy contentos de tenerte aquí en Silent Meadows. Han pasado algunos años desde que arribó nuestro último residente —dijo mientras alzaba uno de sus brazos. De inmediato apareció un muchachito que no pasaría de su primera década y se colocó a su lado, su buena predisposición un tanto desconcertante para la recién llegada—. James se encargará de tu equipaje.
—Oh, no es necesario. —Se apresuró a responder, aunque fue inútil. El niño ya se había hecho con una de las valijas que llevaba y ya se estiraba para tomar la otra. Era tan pequeño, sus extremidades menudas, su rostro dibujado con líneas suaves e infantiles, con el toque inocente de la juventud sin mancillar. Solo un diente mellado perturbaba la delicadeza de sus facciones.
—Insisto. Hemos preparado una recepción especial para ti, Adelaide. Prometo que no nos extenderemos demasiado. No quisiéramos robarte la facultad de acceder a una merecida privacidad y tener un buen descanso. —Asintió para remarcar sus palabras, haciendo una vaga señal para que la acompañara. Addie trastabilló al dar su paso, tosiendo por lo bajo para intentar cubrir su vergüenza—. Pero, como debes saber, hoy es el Día de la Emancipación. Confío en que Margaret te lo haya mencionado.
—Lo hizo, sí.
Muy por encima y al pasar, si debía ser honesta. Los detalles que Margaret compartió con ella habían quedado en segundo plano, su mente repitiendo lo que le había dicho anteriormente. La algarabía que despertó en ella tal suceso —¿cómo no sentir felicidad al descubrir que sus ficciones de medianoche dejarían de ser tal?— había puesto un manta sobre la voz de Margo y lo que le contaba había entrado por un oído y salido por el otro, sin dejar registro. Patricia no tenía porqué enterarse de ello, no cuando había dado una impresión decente que podría arruinarse de un soplido.
—Excelente. Las celebraciones se llevarán a cabo durante todo el día, hasta que el lucero del atardecer sea visible. Por supuesto, eres una invitada de honor y nos encantaría que estuvieras presente. —Ladeó su rostro para dirigirse a ella de forma directa y Addie sintió que algo se perforaba en ella al recibir su mirada. Comenzaba a comprender por qué David se colocaba en el segundo escalón. Patricia, obviamente, había reservado el primero para ella—. No te preocupes. No es mandatorio, ni es nuestra intención presionarte para formar parte de las festividades. Queremos que tu inserción a nuestra comunidad sea tranquila y confortable tanto para ti como para el resto.
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Sanctus Spiritus
Mystery / Thriller«Pueblo chico, infierno grande». Silent Meadows era un pueblo de ensueño. Con su paisaje campestre y sus habitantes amables y alegres, Adelaide no era capaz de concebir un lugar mejor para rearmar su vida. Pero, como toda comunidad apartada de las g...