Capítulo 4: Las mentiras de un ángel

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Si creía que la realidad de ser prisionera me había golpeado al segundo día de estar aquí a merced de la Orden del Fénix, luego de haber sido hechizada e insultada toda una tarde completa, no fue nada comparado después de que Severus Snape se fue y Potter y Black me dejaron sola por lo que restaba de la tarde y noche.

Muy dentro de mí sabía que probablemente Potter lo había hecho para que me revolcara en mi propia miseria y angustia que ese descubrimiento había causado, que él notó que causó, la enorme confusión y rabia que sentía como una enorme piedra en la garganta. Aun así, agradecí que lo hicieran, porque no quería que me vieran tan destruida como me sentía.

La sensación de haber sido traicionada y usada por alguien en que siempre confié era impresionante, era enorme, era pesada y también muy asquerosa, era como haber pisado un pantano y por más que me esforzaba en quedarme quieta para no hundirme, fingir que realmente no estaba ahí, que no había sucedido o que no me estaba afectando, sentía como poco a poco quedaba más y más atrapada, empezando a sentir como la humedad y el lodo llegaban a mi rostro hasta meterse en mi boca para ahogarme.

El resto de la tarde y noche, no pude parar de pensar y de repetir cada recuerdo que tenía de ese hombre, cada escena, cada imagen, intentando desbaratarla desde su cimientos para saber en qué momento, en que preciso instante, él decidió traicionarnos y abandonarnos en este infierno, y llegué la penosa conclusión que tal vez no fue en ninguno de esos momento, tal vez siempre lo había hecho y no fuimos más que un punto a salvar para que todos los demás, todos sus colegas mortífagos, creyeran que era un leal a la causa al entrenar a sus descendientes, al menos a los que pensara dignos de ser entrenados.

¡Oh, Merlín! Si es que hasta quise arrancarme el cabello y las uñas de pura frustración, de rabia y dolor.

Yo confié en él, era probable que nadie me lo creyera, que todos dieran por hecho que las serpientes no confiábamos y no somos confiables de ninguna manera, que la princesa de Slytherin, la dama de hielo no era capaz de eso; pero llegar a los once años a un colegio lleno de niños tan asustados como tú, te hacía aferrarte al adulto más próximo, al adulto que prometía y demostraba seguridad. Porque sí, no estaba sola, ahí estaban mis amigos, pasando por lo mismo que yo y dispuestos a brindar una mano, pero tener a esa figura de autoridad, asumiendo el cargo de proteger a todos los integrantes de una casa, te hacía creer, te hacía creer demasiado y confiabas en que siempre sería así, sin importar que tan frío y distante pudiera parecer el tipo, y aun cuando abandonabas ese lugar, aun cuando te arrebataban de él.

Además, a la confianza ciega de una niña de once años, debía sumarle el hecho de que ya lo conocía de antes, desde muchos años antes. Antes cuando visitaba la Mansión Malfoy en esas reuniones llenas de viejas estiradas que solo buscaban presumir ante las demás lo que tenían, lo que compraban o los maravillosos hijos que tenían sin realmente amarlos; y entonces Draco me pedía acompañarlo a sus clases de pociones con su padrino, a lo cual me negué muchas veces porque de verdad el hombre me parecía intimidante, oscuro y aterrador, pero Draco sonreía alabando al hombre y en ese tiempo yo estaba enganchada por la sonrisa y la personalidad de Draco, y con el tiempo acepté que tomar esas clases fue beneficioso, y aunque no era una fanática como Draco, era buena.

Draco se volvió un amante del arte y con el tiempo se volvió un experto, tanto que hacía brillar de pura satisfacción a su mentor, pero él, más que desear aprender en un principio, lo que más buscaba era pasar tiempo con el hombre, la persona que no lo obligaba a comportarse como un príncipe amaestrado a cómo sus padres lo hacían, que no lo presionaba a estar quieto, en silencio y obediente, que no lo castigaba sino cumplía con lo anterior o con alguna ridícula regla de etiqueta, porque si Draco preguntaba, Snape respondía; porque si él quería aprender, Snape le enseñaba; si él tenía duda, Snape lo resolvía; porque sí Draco sólo quería comportarse como lo que era, un niño, Snape lo dejaba.

Demonio sin alas | HansyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora