Capítulo 5: Ángel caído

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Me levanté de la cama y di un par de vueltas por el centro de mi pequeña e insulsa habitación, sintiendo la fría madera bajo mis pies desnudos, siendo tan consciente de cada crujido de la superficie casi podrida en la que caminaba. Estaba harta, hastiada y horriblemente cansada de estar encerrada, quería salir, quería correr muy lejos, ir con mis amigos, respirar otro aire que no fuera el de la humedad, pero se suponía que así tenía que ser, que era una maldita prisionera y esta habitación era mi celda, una mejor de lo que merecía y hasta más de lo que yo hubiera ofrecido a mis propios prisioneros.

¡Aun así, aun así, estaba harta!

Me detuve justamente en medio, mirando hacia la puerta, tentada una vez más de ir hacia ella y girar la manija para intentar escapar de aquí, aunque sabía que ni siquiera alcanzaría a abrirla, que alguna alarma sonaría y todos aparecerían. Y si por casualidad nada sonara y nadie viniera, no es como si pudiera ir lejos con tantos habitantes en este lugar, sin varita y sin un plan infalible. Oh, si la tuviera conmigo, si tuviera al menos tres minutos mi varita conmigo, ya los habría matado a todos.

Me pasé una mano por el cabello y me obligué a respirar con fuerzas y cerrar los ojos para no perder la paciencia, los estribos, intentando relajarme para no gritar y dejar mi mente tan en blanco y vacía como me fuera posible, empujando cada desesperada idea, cada caótico pensamiento atrás de mi casi completa barrera.

Además, no podía echar a perder mi trabajo, pues desde aquella noche de mi colapso, había empezado a trabajar nuevamente en mi barrera mental, como una principiante, una novata que tenía que ir paso a paso. Levantándola poco a poco, sobre todo para no agotarme y terminar más adolorida que aliviada, reforzándola como si de titanio se tratara. Y a pesar de que el hecho fuera tan insultante, debía reconocer Snape había hecho un buen trabajo cuando entró en mi mente, había sostenido los cimientos de mi barrera con su propia Oclumancia, un favor que le debería y pagaría tarde o temprano, lo sabía, después de todo, un Slytherin no hace nada a favor de un Slytherin sin recibir nada a cambio.

Pero no era momento de preocuparme por eso, pues lo que tenía que hacer ahora era mantener mi mente en su sitio y no dejar que la aparente locura y muerte se adueñara de ella una vez más. Porque si debía creer en algo que dijo Snape esa noche, era que Draco, Theo y Blaise confiaban en mí, confiaban en que me sabría mantener con vida, y yo no podía defraudarlos matándome.

Abrí los ojos y volví a respirar tan profundamente como mis pulmones lo permitieran. Me giré hacia la ventana, hacia la pálida luz del día entrando que apenas alcanzaba a iluminar la mitad de este diminuto cuarto. No pude evitar reprimir una vez más la desesperación, pues nuevamente no sabía cuánto tiempo había pasado, no sabía cuantos días más estuve en un aparente limbo entre el sueño y la vigilia, porque después de haber terminado de cenar en compañía del profesor Lupin y Snape, había caído dormida sin importarme nada más, sin importarme si se iban o quedaban, o si es que hablaban de algo importante, algo que pudiera ayudarme. Así de grande tuvo que ser mi cansancio para que no intentara obtener algo de ellos.

En los días siguientes, sólo fui consciente de abrir los ojos cuando alguien más me despertaba, normalmente el profesor Lupin que se había tomado en serio eso de cuidar de mí, vigilar que comiera tres veces al día, absolutamente todo lo que pusiera en el plato, para que recuperara mi salud. No sabía por qué lo hacía con tanta persistencia, pero sospechaba que era por aquellas palabras extrañas de Snape que él pareció acatar.

Pero, en fin, a mí todo este trato me resultó hasta cierto punto desconcertante y más de una vez me tuve que morder el labio o la lengua para no decirle al profesor que no debería ser tan bueno con una prisionera, que así no era como tenía que ser, que así no me debería de tratar. Pero eso sería tan estúpido de mi parte y una serpiente podía ser todo lo que estos leones pensaran, lo más malvado y cruel que imaginaran, pero jamás estúpidos, así que en vez de eso lo disfruté y aproveché, después de todo necesitaba recuperarme por si volvían a intentar sacarme información.

Demonio sin alas | HansyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora