Demonio sin alas | Hansy

Capítulo 8: Pérdida en el páramo

Había sido liberada, al fin lo estaba. Estaba lejos por fin, libre de Potter y de su patética Orden. Lejos de aquella triste, pequeña, fría y húmeda habitación. Era libre, por fin era libre y podía ir con mis amigos, lo sabía.

Sabía que en algún momento el profesor Lupin me dejaría ir, sabía que Potter me odiaría tanto como para liberarme.

Jadeé con asombro y antes de que se me terminara el aire, quise correr a buscarlos, buscar a mis amigos, para avisarles que estaba bien, que era libre, pero mis piernas estaban tan pesadas que apenas podía moverlas y no era capaz de avanzar más que unos pocos centímetros al parecer. Aun así, sonreí sabiendo que, si yo no alcanzaba a encontrarlos, ellos me encontrarían a mí sin dudar, después de todo estaba en el mismo lugar de siempre, estaba en aquel salón que había tomado como mío, aquel pequeño salón en el tercer piso, en el lado norte de la mansión Malfoy.

Ellos sabían que siempre me podían encontrar aquí si es que no estaba en nuestra guarida, si es que no me hallaban en mi habitación.

Intenté correr una vez más rápido hacia la puerta, pero estaba muy lejos de alcanzarla todavía. Estiré un brazo, extendiendo los dedos todo lo que podía, pero estaba muy lejos de poder tomar la manija. El aire empezó a faltarne y el pecho se me apretó. Algo en mi interior me empezó a indicar que esto no estaba bien ni era correcto, algo se sentía tan incorrecto.

Sabía que estaba en el lugar exacto para ser encontrada por ellos, estaba en aquel sitio que había mirado mil veces antes, pero no estaba bien, no se sentía bien, algo en el aire y en el silencio se sentía contaminado, sucio, como si apenas uno pudiera vivir aquí.

Pero no tenía que ser así, no tenía que sentirse de esta manera. Este lugar se había salvado de los intrusos, de los hechizos, de las torturas, o al menos así lo había sentido cuando lo encontré en una de mis desesperadas huidas de todos. Por eso lo había convertido en mi refugio, en mi espacio, sabiendo que detrás de las puertas que quería alcanzar, se encontraba el verdadero caos, mi verdadera cárcel, aquella cárcel de la que Potter y los suyos me habían sacado, pero a la que bondadosamente me habían devuelto. Pero, ¿porqué me dejarían precisamente aquí? Ellos no sabían que este lugar existía o lo que significaba para mí.

No importaba cómo o porqué, eso ya no me interesaba, solo quería a mis amigos, ellos estaban allá afuera, seguían allá y necesitaba avisarles que ya no tenían que buscarme más, que ya estaba libre y con ellos, aunque muy en el fondo algo me dijera que ni siquiera debería estar aquí en primer lugar, al menos no todavía.

Todavía no había terminado, todavía estamos en peligro.

La guerra aún seguía.

Negué con la cabeza y me detuve de intentar alcanzar la puerta, porque estaba segura que, aunque me esforzara más, jamás la alcanzaría. Esto era un sueño o una pesadilla, al fin pude descifrarlo, porque asi era como se sentía, era solo una pesadilla, porque yo no podía estar aquí, todavía no podía estar aquí.

Ni el profesor Lupin me dejaría libre, ni Potter me odiaba lo suficiente como para liberarme.

Me mordí el índice izquierdo nerviosa, mirando rápido cuando escuché la puerta abrirse.

—Espero que quite su mano antes de que saqué mi varita, señorita Parkinson —una voz rompió al fin aquel silencio que me atormentaba y que solo hacía latir más rápido mi corazón.

Apreté los labios y sentí mi cuello arder ante el movimiento, y de mi mano derecha cayeron algunos papeles que no sabía que estaba sosteniendo. Lo sueños podía mezclarse con recuerdos, podían confundirse, a veces lo sueños se volvía recuerdos y viceversa. Pero yo hace mucho que no la pensaba, no la recordaba, no recordaba que tan azules podían ser sus ojos, unos ojos azul hielo que solo podían pertenecerle a Narcissa Malfoy, luciendo tan soberbia como siempre, atravesando el umbral de la puerta de aquel pequeño salón decorado tan exquisitamente por ella, y ka puerta se cerró antes de que pudiera ver hacia afuera.