Capítulo 2: Pequeño demonio

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Miré a mi alrededor una vez más y después tiré la cabeza hacia atrás. Confundida miré lo que parecía ser un techo raso de color arena, pero bien podría ser la pintura pudriéndose por la humedad. Pensar en la decadencia del lugar me permitió dejar de pensar, al menos por un instante, en la peligrosa situación en la que me encontraba.

Quería saber que hora era, pero estaba segura de ellos no me lo diría. Yo no lo haría. Pero no saberlo era casi un tortura más. El ataque a la Mansión Malfoy había sido perpetrado casi al atardecer y no sabía exactamente cuanto tiempo estuve inconsciente, quería creer que no fue mucho tiempo en realidad. Aun así, la habitación donde fui encerrada no tenía ventanas y solo contaba con una molesta bombilla de luz amarilla que no me daba mucho indicio de si la noche había caído y si la madrugada ya había pasado en todo este tiempo que llevaba encerrada.

Estaba un poco desesperada por eso, no saber ni siquiera si el sol ya había salido era más perturbador ahora que yo era la prisionera, me hacía sentir más desubicada que nunca y mantener a raya mis nervios se iba haciendo cada vez más complicado, como si estos se retorcieran en mi estómago y luego empezaran a arañarme el pecho para salir por mi garganta. De lo que si estaba segura es que al menos un par de horas habían pasado desde que desperté, ¿cuantas? No estaba segura.

Habían pasado cosas interesantes durante este tiempo, manías y curiosidades de cada uno que me afané a notar en mi cabeza, porque los pequeños detalles eran muy valiosos en medio de las batallas. Cómo el que Sirius Black parecía ser un niño grande, o un hombre demasiado amargado y viejo que podía ser confundido como alguien con demasiado aire infantil y desesperante. Él había sido expulsado después de un largo rato, cuando se dio cuenta que ni gritando sus amenazas yo abriría la boca, que ni apuntándome con la varita conseguiría algo de mí, porque desde que le di mi respuesta a Granger, mis labios se sellaron y no importaba que tanto hablaran, que tanto me presionaran, sus intentos no eran nada comparados a los míos cuando deseaba obtener algo. Mis métodos eran crueles, rápidos, pero muy dolorosos.

Después de que él se fue, le siguió Weasley y lancé un suspiró de alivio, porque su voz definitivamente era la que más me irritaba, además de que hacía una y otra y otra vez la misma pregunta como una estúpida ave, y aunque dejé de escucharla después de la segunda vez, mi atención ausente se iba crispando ante el sonido de su voz, como si su voz fuera la punta de un cuchillo rajando la superficie de un plato. ¡No lo soportaba más! Pero lo que si me pude dar cuenta, es que ella actuaba por instinto y pude notar que cada vez que pensaba abrir la boca, miraba a Harry Potter y al terminar de hablar, volvía a mirarlo como si buscara su aprobación. Internamente me burle por su aún infantil e inútil enamoramiento por el niño dorado, ella definitivamente no dejaba de actuar como su mayor fan.

Granger había hecho preguntas más complejas, más elaboradas y había resuelto ser más amable que el resto, ofreciéndome agua o comida, a lo que ni siquiera parpadeé por el simple hecho que no pensaba aceptar ni un favor de ellos, aunque no tomar agua lo lamenté por todo el rato, la sequedad de mi boca me tenía casi vuelta loca. Pero no podía mostrar debilidad, ese era un error que muchos cometían y yo no lo haría. En todo caso, ella no tardó en seguir a la zanahorita menor cuando Potter le dijo que fuera a descansar, que después de todo el casi no dormía y podía seguir ahí.

Cuando ella se fue, caí en la cuenta de que en ningún momento Ronald Weasley hizo su aparición, y eso me sorprendía un poco, porque por lo que recordaba, los tres actuaban como el mismo ser, moviéndose al mismo ritmo como si de un ente de tres cabezas se tratara. Aun así, lo agradecía un poco, si su hermana me parecía fastidiosa, Ronald arañaba los cimientos de mi paciencia con más frecuencia y fuerza que todos lo miembros de la torre Gryffindor juntos.

El profesor y Potter fueron los últimos en acompañarme, ambos conjurando sillas en las cual acomodarse pero sin dejar de verme, y aunque tener la mirada clavada en Potter no era una cosa tan complicada, sinceramente empecé a sentir el agotamiento de toda la batalla, las consecuencia del estrés, y sin poder contenerme, empecé a bostezar y mis ojos se fueron cerrando, por más que luchaba por mantenerlos abiertos.

Demonio sin alas | HansyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora