"El tiempo. Ese vaioso tesoro gratuito que todo el mundo posee, pero que todos escasean."
La calma era algo común en lugares como éste. La gente no solía hablar o murmurar entre sí, de hecho, todos los habitantes de Villa Nada eran un tanto reservados; en especial, cuando un extraño viajero, como Ramón Retolaza, hacía presencia durante los días obscuros.
Había pasado menos de un mes desde que la madre de Matthew y Roger Cárdenas feneció en un accidente desconocido. Nadie supo la verdadera causa de su muerte, pero todos aseguraban que fue un caso extraño. Esto rompió de cierta forma la tranquilidad de Villa Nada. Las muertes suelen llamar la atención de la gente de ley, en especial las muertes raras, esas siempre son sus favoritas. Los aldeanos sabían que cuando alguien de ley venía al pueblo, un arguende de papeles y palabreríos estaría asegurado. Ellos detestaban los arguendes, de cualquier tipo.
Fue el Coronel Sauceda quien llamó al agente Ramón Retolaza para que investigara lo que ocurrió en el pueblo mediocre de Villa Nada.
-. Oye Retolaza -llamó el coronel- necesito que le eches un ojo a los cuates de Sambrano. Dicen que una vieja estiró la pata en su condado. Ya vez como son estos cuates. Apenas sucede algo anormal y ya están llamando a los altos mandos.
Retolaza asintió.
Retolaza era un sujeto de buenos hábitos. No solía salir o ir a grandes reuniones, y pasaba gran parte de su tiempo libre leyendo novelas policiacas, y de vez en cuando, cuidando a sus tres sobrinos, "los buitres", como él les decía.
Retolaza sabía que Villa Nada era uno de los pocos pueblos de Colorado que más descendencia de mexicanos albergaba. Se calculaba con certeza que el cien por ciento de los habitantes era de sangre latina, y que sí hablaban inglés era por pura política.
Cuando Retolaza llegó al pequeño pueblo, el sheriff del condado lo recibió con un fuerte apretón de manos.
El hombre era de tez blanca; era ligeramente obeso, tenía un bigote de morsa, y su acento era tan marcado que delataba su origen; Además, tenía el clásico atuendo de alguacil.
-. Buenos días agente -Saludó el Sheriff Sambrano. Con un acento chicano- ¿Cómo le fue en el viaje?
-. Cansado comisario, ha sido un viaje cansado.
El sheriff sonrió.
-. Claro que sí. ¿Cómo no podría cansarse? Sí usted viene desde Cameron. El mejor agente de Texas, sin duda. Venga, le mostraré el lugar en donde dormirá durante esta semana.
Los dos sujetos comenzaron a caminar.
-. Espero y su estancia sea más agradable que la mía -murmuró el sheriff- Estos aldeanos como que son medio raros. Tenga cuidado agente. Como sea, me alegra contar con su apoyo.
Los dos sujetos siguieron caminando. Entraron a un pequeño hotel, en donde se hospedaba el sheriff.
-. No se preocupe -aclaró el sheriff- le aseguro que el estado pagará todos los gastos. Siéntese como en casa.
Retolaza entró a su cuarto. Se sentó en la cama y hojeó la libreta con los informes que el Sheriff había escrito.
Uno de los fragmentos que más sorprendió a Ramón Retolaza fue el siguiente.
No se encontró huellas dactilares en la zona del homicidio. A la víctima se le mutilaron los brazos y piernas. A la cabeza se le cortó el cabello, se hicieron puntadas [con el propio cabello de la víctima] en los parpados, orificios nasales y labios.
Ésto, claramente fue un homicidio efectuado por un asesino experimentado. Pensó Retolaza mientras caminaba hacía la ventana del hotel, para ver la luna.
Al día siguiente, Retolaza pidió al Sheriff Sambrano que lo llevase a ver el cuerpo.
En la morgue. Retolaza pudo comprobar lo que anoche él había leído, pero quedó mucho más sorprendido.
No solo habían sido amputadas las extremidades de la víctima, sino que fueron cortadas de una forma precisa y limpia, como solo un experto en medicina sabe hacer; lo mismo para los ojos, boca, y nariz, estaban cocidos por una mano firme y experta.
El agente decidió investigar un poco, por lo que fue, junto al Sheriff Sambrano y otros dos agentes locales, a la escena de crimen.
Era una vieja casa ubicada a las afueras del pueblo. Los arboles rodeaban las visibilidad de dicha casa, pero se podía ver directo a la ventana desde algún buen ángulo.
Los cuatro agentes entraron a la pequeña casa. No había muchas cosas de valor. En la entrada había un pequeño librero de seis estantes. Al fondo estaba el comedor. En él había cuatro sillas, pero había espacio suficiente como para más. En la sala de estar, había un sofá, un tapete, y un viejo televisor. El tapete estaba manchado de sangre.
-. ¿Cómo lo ve, agente?
-. ¿Aquí murió la señora Cárdenas?
El Sheriff asintió con una mueca de preocupación.
-. La encontramos aquí tendida. No encontramos las partes faltantes. Creemos que ya había pasado un par de días desde que murió. Si no hubiese sido por que un viejo campesino pasó y vio el cadáver por la ventana, nosotros ni siquiera lo hubiéramos sabido.
Retolaza se paseó por la habitación. Observó un hermoso reloj dorado que se encontraba arriba de la puerta.
-. ¿Vivía sola?
El sheriff negó con la cabeza.
-. Estaba casada. Tenía dos hijos pequeños.
Retolaza pensó en preguntar sobre el paradero de aquellas personas, pero el sheriff añadió contestando a su pregunta.
-. Se cree que huyeron. Algunos dicen que probablemente se fueron al condado de Eagle, pero yo no sé.
Los dos hombres que quedaron un rato analizando el caso.
Durante la noche, Retolaza no logró conciliar el sueño. Había algo que o perturbaba. Ya sea el caso o ya sea otra cosa, todo era extraño. Los aldeanos no daban buena pinta de ser amigables. Cada vez que Retolaza salía al exterior, aquellos sujetos le lanzaban miradas asesinas, algunos murmuraban a sus espaldas. Con los pocos que logró mantener una conversación -esto para reunir información sobre el caso- le contestaban con frases como, "Largo de aquí, lo único que harás es estropearlo todo." ¿Estropear qué? Retolaza no entendía nada.
Cuando creía estar a punto de dormirse, un ruido escalofriante se escuchó, y una sensación inquietante se apoderó del lugar. Retolaza abrió los ojos, se levantó, y se propuso a investigar. La habitación estaba cerrada, al igual que las ventanas, y al ser un cuarto pequeño y sin tantos artilugios, no podía haber sido más que un ruido externo el que lo había despertado. Retolaza pensó en husmear por la ventana, cuando su teléfono móvil timbró. Retolaza contestó, era el Sheriff.
-. Ocurrió otra muerte.
Retolaza se quedó pensando unos instantes. Después respondió.
-. Entendido. Supongo que...
Retolaza guipó hacía la ventana. Contempló a un hombre a lo lejos. Era alto, delgado; vestía una gabardina negra, y en la cabeza tenía un sombrero que ocultaba su rostro.
-. Mañana me reuniré con usted. ¿De acuerdo? -dijo el agente mientras miraba al hombre extraño desde su ventana.
El sheriff asintió y colgó.
Retolaza volvió a ver al hombre, poniendo más atención, pero éste ya no estaba. Había desaparecido.
Al alba, cuando Retolaza acudió al llamado del sheriff, descubrió que una muerte, idéntica a la que él había venido a resolver, fue ejecutada de nuevo.
-. Entonces es un asesino serial ¿eh?
-. Me temo que sí, agente. Lo peor de todo ésto, es que al parecer, el hombre sabe lo que hace.
Retolaza pensó.
-. ¿Tiene alguna idea de quién puede ser?
El sheriff negó.
-. Aunque tengo toda una vida de vivir en el condado, nunca había venido a este pueblo abandonado por dios. Quién sabe las cosas terribles que puedan haber ocurrido antes. De lo único que estoy seguro es que algo malo está ocurriendo aquí, algo malo y oscuro.
Pasaron tan solo tres días desde la segunda muerte. Retolaza no tenía pista. Los aldeanos se comportaban cada vez más reservados, inclusive, ya no se les veía en la calles.
Durante unas de las noches, Retolaza sintió la presencia de algo extraño. Cuando se percató de eso, se levantó. Se dirigió a la ventana. Allí, en el mismo lugar en donde había visto al hombre extraño hacía apenas cuatro días atrás, se encontraba el mismo. Con aquel sombrero y gabardina negra. El hombre estaba estático. Retolaza dudó, pero al final se animó a salir. Cuando Retolaza salió por la puerta del hotel, el hombre seguía ahí. Retoaza lo observó con cautela, acercándose. El hombre huyó. Retolaza persiguió al hombre por unas cuantas cuadras, hasta llegar a un callejón sin salida, ahí el hombre se desvaneció entre las sombras, como si fuese humo, dejando solo la gabardina y el sombrero ahí tirado. Esto desconcertó a Ramón Retolaza por completo.
Durante la tarde del día siguiente, mientras Retolaza merendaba un sándwich de atún, el sheriff sambrano le llamó.
-. ¿Sí? ¿Ha descubierto algo, comisario?
El sheriff alzó una risa misteriosa.
-. Claro, claro, agente. Me he encontrado algo fascinante. Venga a la comisaria del pueblo, esto es muy importante.
Retolaza asistió a la cita del sheriff.
-. ¿Y bien? -preguntó el agente.
-. Bueno -dijo el sheriff mientras se acomodaba en la silla de un viejo escritorio- Ayer fuimos a la casa de la señora Cárdenas a investigar por cuenta propia -vaciló- creímos, realmente lo hicimos, que no encontraríamos nada...
El sheriff hizo una pausa. Se levantó de su asiento y se dirigió a un archivero, lo abrió. De él sacó un bulto grande, como del tamaño de un libro.
-. Esto lo encontramos en el sótano de la casa -explicó el sheriff emocionado- lo sé, ni siquiera yo lo sabía -el sheriff ofreció el bulto al agente- supongo que esto le podría interesar un poco.
Retolaza dudó. Después tomó aquello. Lo desenvolvió de los trapos en el que estaba enrollado. Era un libro blanco, de cuero. Lucía muy viejo y ligeramente maltratado.
-. ¿Qué es? -preguntó Retolaza mientras analizaba el libro.
El sheriff negó con la cabeza.
-. Pienso que es una clase de libro de alguna religión satánica. Hojeé unas cuantas páginas. Lo que encontré fue un montón de palabras sin sentido, como escritas en latín.
Retolaza abrió el libro. En él había largas listas de palabras en un idioma desconocido, y aunque parecida latín, no lo era, esto porque Retolaza estudió latín durante sus años de universitario.
-. Tengo contactos en la facultad de letras de Stanford, les enviaré el libro, si me lo permite.
El sheriff asintió con una sonrisa.
-. Supongo que sabremos lo que es en unos días -añadió el Agente.
Retolaza regresó a su cuarto de hotel después de enviar por correspondencia el libro. Después recibió una llamada del coronel. Retolaza le explicó los detalles del operativo.
Tres días después, El agente obtuvo respuesta de sus contactos en Stanford. Retolaza llamó al sheriff para verse en privado y poder hablar. Se reunieron en una cafetería local. Se sentaron en un lugar alejado para que nadie pudiese escuchar su conversación.
Retolaza había pedido un café. El sheriff encargó un almuerzo.
-. Ya tengo los resultados del análisis. -Retolaza comenzó a explicar- Al parecer, está escrito en un idioma muerto, que no es latín. Se llama Graakhedd. Una lengua que se hablaba hace miles de años en el sur de escocia, aunque existen muchas variaciones de esta lengua alrededor del mundo, esta es en específico, la que fue escrita en el libro. El libro, se llama de la misma forma, Graakhedd.
Retolaza paró de hablar. Miró por la venta de alado. Dio un par de sorbos a su café, y continuó explicando.
-. Graakhedd, según explica la leyenda, es un libro maldito, escrito por un demonio burlón y mofo, con en el fin de hacer que los humanos tontos se hicieran añicos entre sí. En él vienen muchos hechizos y artilugios, cosas de ese tipo. Se supone que quien posea el libro, podrá tener una vida más fácil, sin embargo, tendrá que pagar con su juicio y su corazón. En fin, son puras patrañas. Cosas banales.
El sheriff asintió. Después abrió la boca, y comentó con un nudo en la garganta.
-. Entonces, agente. ¿Cree usted que la familia estuviese implicada en alguna secta satánica, o algo por el estilo?
Retolaza dio otros tragos a su café. Después respondió
-.Daré una nueva visita a la casa de la señora Cárdenas.
Al día siguiente, Retoaza y los anteriores agentes, y el sheriff, fueron a inspeccionar juntos, por segunda vez la casa de la señora Cárdenas. Bajaron al sótano. Retolaza comenzó a analizar el escenario.
Había muchas cajas de madera, pero estaban abiertas y se podía asegurar con certeza, que no había nada valioso en ellas; al fondo había algunas cajas con objetos personales. El lugar estaba atestado por volvo y suciedad. Retolaza caminó alrededor del escenario, buscando algo que lo ayudase a entender lo que sucedía. ¿Quién es el culpable? Sin sospechosos, sin ninguna pista fiable, sin ninguna suposición. Era más fácil para cualquiera explicar que la muerte de la mujer fue obra de un demonio perverso y mofo. Las ideas eran tan escasas, que aunque se intentara buscar una explicación, se terminaría abandonando cualquier rastro de esperanza. Retolaza cerró los ojos y suspiró.
Cuando Retolaza se giró para comprobar, de nuevo, que no hubiese espacio sin ser buscado, un ruido rechinante se escuchó. Era como si alguien estuviese comiéndose una manzana, ese sonido que se produce al morderá, el caso es que no había nadie más que el sheriff, él y... los agentes...
Retolaza abrió los ojos asombrado. Los agentes se encontraban descuartizados. No tenían los brazos ni las piernas. Aquellos cortes perfectamente hechos estaban presentes en ellos. Retolaza dio un paso atrás, tropezándose con unas cajas. Un hilo metálico flotaba en el aire, se movía como una serpiente, cociendo los parpados de las víctimas; al mismo tiempo, algo invisible arrancaba con furia la cabellera de los agentes.
Los dos agentes gritaban de terror. Era un lloriqueo mórbido, escalofriantes, producido por el dolor extremo. Uno de los agentes intentaba liberarse de la tortura, pero todo era en vano. Aquellos que sea que fuese, era fuerte. Fue un sentimiento de impotencia lo que sentían todos, incluso Retolaza. El agente texano levantó su arma (una colt, calibre 32) la apuntó hacía aquel ente. Su mano temblaba. Tragó saliva y gritó con furia, para liberar su miedo.
-. ¡DEJALOS IR!
Disparó. Las balas se dirigieron a donde se encontraba la presencia invisible, pero no se obtuvo ningún resultado. Las balas simplemente dieron contra el otro muro. Retolaza se quedó paralizado. Sus piernas se tensaron. «¿Qué ocurre?» Se preguntaba una y otra vez, mientras secaba el sudor de su frente. Retolaza perdió la conciencia.
Cuando Retolaza despertó, descubrió los cuerpos inertes de sus compañeros. Aquellos agentes locales que habían prestado sus servicios con honor, se habían reducido a troncos humanos. Vilmente asesinados. Retolaza se paró lentamente. Algo andaba mal. Desde el inicio de la tragedia, el sheriff Sambrano se había fugado. «¿Dónde estará?» se preguntó al salir del sótano.
Solo falto Retolaza saliera de la cabaña para que el terror se desatará. A fueras de la casa de la señora Cárdenas. Oculto entre la mórbida obscuridad del bosque, había un hombre. Una silueta extraña que observaba con atención al recién traumado agente.
Retolaza desenfundó su arma. Caminó con cautela a donde el hombre se encontraba. Lentamente. Retolaza gritó con una voz de autoridad -la cual, al principio, salió con un pequeño quiebre, producto del terror antes vivido,
-. ¿Quién es y qué quiere?
La silueta permaneció inmutable. Retolazó volvió a tratar.
-. ¡¡He dicho: ¿Quién es usted? Dígame. Es una orden!!
La silueta del presunto hombre extraño desaparecio entre las sombras de los altos pinos. Retolaza frunció el ceño. Con enojó, el agente decidió seguir a aquel extraño ser.
Los gigantescos pinos cubrían el sendero macabro en el cual el agente Retolaza se había embarcado. ¿Qué cosas terribles estarían a punto de surgir de las más mórbidas profundidades del tártaro? Retolaza detuvo un par de segundos para analizar la situación. Agachó la mirada. No tenía idea de a donde se había ido el misterioso hombre. Vio en el suelo unas pisadas frescas. Retolaza las siguió. Las huellas tornaban a la izquierda. Después de haber corrido con sigilo durante más de medio kilómetro. Retolaza llegó a un lugar en donde los pinos hacían un espacio. Era un círculo hecho a la perfección. La circunferencia tenía un radio de 15 metros. En el centro del círculo se encontraba un cuerpo, vestido con una gabardina negra, y un sombrero antiguo. Retolaza se agachó para inspeccionar el presunto cadáver. Era el sheriff Sambrano. El oficial mostraba las mismas señales que los anteriores cadáveres: Cabello arrancado con violencia; parpados, orificios nasales, labios, cocidos; brazos y piernas mutilados a la perfección. Retolaza se persignó y dio sus condolencias al difunto oficial.
Después de haber salido del círculo de pinos, Retolaza se dirigió, junto al cadáver del sheriff, al pueblo. Retolaza quería poder atrapar a aquella silueta misteriosa, pero en el fondo él sabía que aunque se hubiese quedado buscándole durante horas en el bosque, no la encontraría. Así que decidió llevar el cuerpo al pueblo -O lo que quedaba de él-. Pudo haber llamado al equipo forense del condado, sin embargo, Retolaza no tenía ni la más remota idea de donde se encontraba aquel lugar tenebrosamente mágico.
De pronto, en la carretera, un destello apareció, haciendo que Retolaza perdiese el control del vehículo. El agente intentó mantener el control sobre el volante, pero terminó por chocar contra un gigantesco árbol, que se encontraba a un lado de camino.
A partir de ese momento, Retoaza perdió cualquier parte de su voluntad. Él ya no supo que sucedía, quedó totalmente inconsciente. En ratos se despertaba, pero casi siempre se volvía a dormir de inmediato
Todo pasó tan rápido, como un día de verano que se propone transcurrir de una forma lenta, pero que por alguna razón desconocida, termina por consumirse en un abrir y cerrar de ojos. Como algo que es impredecible. Algo que aparenta ser una simple banalidad, para después terminar apuñalando cualquier razonamiento o duda con una nueva realidad, cruda y devastadora.
Las nubes que en otrora fueron un regalo divino, ahora, no eran más que penumbra y desolación. Disturbios dibujados en el olvido de un cielo manchado de sangre.
Un pequeño niño, se encontraba jugando en aquel mundo caótico, mientras que su fiel amigo canino moría de una enfermedad incurable. El pobre muchacho, con la angustia pegada a su garganta, lloraba en silencio. Se mantenía fuerte. Él chico seguía jugando con su fiel acompañante, aun sabiendo que éste encontraría la muerte dentro de poco. Cuando el perro murió al fin en un agonizante y triste día, el chico se perturbó. Ya no salía a jugar, y se prometió nunca volver a ver la luz de un día nuevo.
Repentinamente, en algún lugar extraño, en alguna ciudad alejada, al mismo tiempo que los sucesos del cielo caótico se hacían presentes, un hombre anciano golpeaba a su hija. «Perra mal parida» le gritaba el anciano histérico. El hombre claramente estaba hastiado de cualquier sufrimiento, estaba sediento de un nieto. «¿Por qué Mary? ¿Por qué no puedes casarte de una vez y darme a mi heredero?» preguntaba el anciano. Después de tanto reproche. El anciano golpeó con su bastón a su hija de no más de cuarenta años. El hombre volvió a golpearla una y otra vez, en la nuca, hasta que la mujer perdió la consciencia, y dejó en libertad litros y litros de sangre. El hombre al ver su hazaña, tomó una soga del jardín. El hombre ya nunca podrá agredir a nadie... A fin de cuentas, no era un mal tipo.
El cielo rojizo. Una lluvia de sangre comenzó a caer sobre este mundo caótico. El aire, de la nada, se transformó en un hielo ardiente. En algo, solo descriptible, como fuego en forma de hielo. Un fuego congelado.
Ramón Retolaza se paró en medio de una calle. Había muchos edificios alrededor de él. Se encontraba sin ropa. La sangre, que estaba caliente, cubría su cuerpo. Retolaza abrió los brazos, recibiendo con una bienvenida amistosa aquel extraño suceso. Millones de visiones inundaban los ojos del agente. Niños, hombres, mujeres, incluso animales, todos pecadores, todos asesinos, todos unos malditos. Nadie estaba a salvo, todos estaban bañados por la lluvia roja,
Retolaza abrió los ojos con estrepito. Se encontraba en un cuarto extraño. Era una sala de interrogatorio. El agente no tenía idea de lo que sucedía. Solo recordaba -y con dificultad- un sueño extraño. De pronto, un hombre entró por la puerta de la sala. Era un hombre bien parecido. Tenía el cabello corto, era de color castaño oscuro; su piel era bronceada, aperlada. Los ojos color miel de aquel hombre eran penetrantes. Cuando alzó la voz, ocurrió algo que a Retolaza le hizo palidecer por completo. Aquella voz, era conocida, él ya la había escuchado antes. Retolaza abrió los ojos aún más, y comenzó a hablar, pero su voz se rompió en un suspiro roncó. El hombre que acaba de llegar se sentó frente a Retolaza, le lanzó una sonrisa amistosa, e inició a hablar, con una voz firme.
-. Señor John Humberto Cárdenas -dijo el hombre- quiero que me diga exactamente lo que ocurrió en NeverTown -El hombre se quedó viendo durante un largo rato la silueta de Retolaza- No quiero rodeos como la vez anterior. ¡ME DIRÁ LO QUE SUCEDIÓ EN AQUEL MALDITO PUEBLO DE UNA VEZ!
Retolaza no entendía nada. ¿A qué se refería este hombre?
El sujeto se paró. La luz iluminó el rostro del hombre por completo. El hombre era idéntico a Retolaza.
Retolaza intentó habar de nuevo, pero la voz no salía, no podía decir nada.
El hombre que poseía una apariencia física idéntica a la del agente, dijo.
-. Llévenselo. Tal vez un tiempo en la celda le haga recordar al bastardo.
Entonces dos hombres armados llegaron a donde estaba Retolaza. El agente no sabía qué hacer. Estaba congelado.
Mientras los hombres escoltaban al agente a la celda, éste miró al hombre que poseía su cuerpo. Él estaba sonriendo. Entonces, en la mente del agente Ramón Retolaza, un mensaje, que se escuchaba lejano, rebotó una y otra vez en su mente.
«Dime, dime, ¿Qué es real? Dime, dime ¿Qué es mentira? Dime, dime ¿Cuándo te irás? Dime, dime ¿Nunca volverás? Dime, dime ¿Qué es real? Dime...dime...»
El mensaje se repitió durante toda la eternidad en la mente de agente Ramón Retolaza, recordándole lo que nunca había sucedido, una y otra vez. Aún ya muerto, la voz seguía, y seguirá retumbando en los oídos del agente, y de cualquiera que intente sobrepasar los límites del pueblo inexistente. La verdad solamente es tolerada por los pocos que han surcado hacía el mundo tangible, y han vuelto cuerdos -o al menos más cuerdos de lo que un desjuiciado puede estar... aunque... ¿Quién es cuerdo y quien es loco fuera del mundo tangible?
FIN
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Cuentos de Terror y Una Historia de Amor
Terror"Conjunto de historias" Prólogo Una ráfaga de diversas atrocidades, daba paso a una nueva era de terror en los lugares más desolados del cosmos. El planeta es un lugar de múltiples temores. Ningún ser es capaz de asimilar lo que pudiese existir real...