Capítulo 40. Felices dieciocho, Shawn.

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CAPÍTULO CUARENTA
SEGUNDA PARTE

Tomo mi maleta a penas entro a mi habitación y comienzo a guardar ropa en ella tan rápido como mis manos me lo permiten. Ni siquiera sé que estoy empacando, pero mi vuelo sale en treinta minutos y dado que solo tengo veinticuatro horas antes de tener que volver, cada segundo cuenta.

—¿Si sabes que aún nos quedan tres meses de clases?

Ni siquiera debo voltearme para saber a quién pertenece esa voz.

—¿Si sabes que las puertas se tocan por una razón? —cuestiono.

—Tú la dejaste abierta —responde Valentín, lanzándose a mi cama con tanta fuerza que saca la mitad de mis cosas de la maleta—. ¿Me vas a decir qué te tiene tan estresada?

—No te incumbe.

—Dado que hemos formado una relación de amistad odio durante estos últimos seis meses, si, me interesa —afirma, tomando una de mis blusas.

Respiro profundamente antes de arrebatarle mi ropa.

—Shawn cumple años.

—¿Cuál era Shawn?

—Mi novio.

—¿Y el vecino cuál era?

—Quentin.

—¿Y quién demonios era Peter?

—No tengo tiempo para esto —afirmo, tomando al rubio por el antebrazo y arrastrándolo hasta la salida de mi dormitorio.

—¿Puedo ir? Dicen que soy el alma de la fiesta.

Entrecierro los ojos.

—No habrá queso bree, chardonnay ni canapés de veinte dólares el trozo.

Valentin hace una mueca. 

—Llámame cuando vuelvas para ir por ti.

Dicho esto, mi fastidioso compañero sale hacia el pasillo, desapareciendo de mi vista. En menos de veinte minutos, termino mi maleta, y luego de luchar contra el horrible tráfico de Los Ángeles, logro llegar al aeropuerto.

Una vez me encuentro sentada, esperando el despegue, saco mi celular y entro a mis mensajes de texto.

Dylan
No comiences sin mí.

Shawn
Angelito, es Arthur, el amigo de Shawn.

Dylan
Uh, hola.

Shawn
Le quitamos su celular para que disfrute su fiesta.

Dylan
Bueno, dile que estaré ahí tan pronto como pueda.

Shawn
Cuenta con ello.

Bloqueo el celular y dejo salir un suspiro. Bien, quizás me perdí el inicio de su cumpleaños, pero lo importante es que llegue antes de que termine. Con eso en mente, me coloco los audífonos y cierro los ojos, para no volver a abrirlos hasta que el avión aterriza en el aeropuerto internacional de Minneapolis. Por suerte, Crystal Lake está a solo hora y media.

—¿Necesita un taxi, señorita? —inquiere un hombre, a penas pongo un pie en el hobby.

—No, gracias. Mi ami...

—¡Skippy!

Volteo mi cabeza violentamente, tratando de encontrar el origen de aquella voz. Luego de pasear mi vista por todo el lugar, doy con el responsable, un pelinegro de metro ochenta con aspecto de vagabundo. Quentin podrá tener treinta años, y seguirá vistiéndose con ropa de segunda mano, llena de pintura y tierra.

Dos pasos atrás, ShawnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora