Capitulo cuatro

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Los padres de Hiro brillaban por su ausencia, cuando murieron no hubo mucho drama por parte de la familia; lo único que dejaron fue un reloj de mano viejo, primero fue de Tadashi, después de su muerte pasó a Hiro. Es increíble como un objeto que ya no marca bien la hora y le falta una manecilla traiga consigo tantos recuerdos y sentimientos encontrados; Hiro juró con el alma cuidarlo toda la vida.

El día de la fiesta, entre luces de neón y botellas de alcohol se encontraba Hiro bebiendo más de lo que se creía capaz, el último trago empezó a saber a recuerdos amargos, el día donde murió Tadashi. Si solo se hubiera quedado en la cafetería y nunca hubiera querido ir a una nueva pelea, Tadashi seguiría ahí. Trago por trago, botella tras botella, los recuerdos y la conciencia de Hiro se fueron desvaneciendo y transformándose en fantasías, fantasías donde sus padres y Tadashi seguían vivos, con él y Cass, siendo una familia feliz donde nunca hubo alguna tristeza o accidente. No fue consiente cuando el reloj de bolsillo cayó de este y alguien lo recogió para darle unos golpesitos en el hombro a Hiro; Él volteó y vio el reloj que tanto adoraba en la mano de un desconocido. Lo único que recordaba eran sus nudillos llenos de sangre, alguien tirado en el suelo con la nariz rota y el labio reventado y Fred, su mejor amigo, deteniéndolo mientras le decía que se calmara. Hiro sentía como lágrimas y algo de sangre corrían por su rostro mientras las sirenas de la policía sonaban desde fuera del lugar donde se celebraba aquella fiesta, sus piernas actuaron por si solas, soltándose del agarre de Fred y corriendo al único lugar donde sabía que no lo buscarían, el departamento de Miguel Rivera.

Las calles se hacían cada vez más borrosas, lo único que lograba seguir distinguiendo eran los faroles y en dónde comenzaba la carretera, a la distancia pudo ver el instituto de San Fransokyo, donde estudió Tadashi, el lugar donde estudió y ahora aborrece con toda su vida, donde conoció a personas que en un inicio pensó que eran sus amigos, aunque al día de hoy solo conservaba a uno.

A lo lejos vió el lugar en donde Miguel vivía, era una casa grande de cinco pisos, con muchas ventanas (al parecer una por habitación), color rosa pastel y evidencia de que antes era de color naranja, la entrada principal era un portón de madera de roble con relieves de flores y ángeles, custodiada por rejas con gárgolas en cada pilar que adornaban las esquinas. Sin duda era una casa hermosa que fue víctima del paso del tiempo.

Eran ya las 10:00 p.m., Hiro tuvo problemas para que la dueña de la casa lo dejara entrar a ver a Miguel, y cómo no hiba a tener problemas si olía a más no poder a alcohol y más aparte se notaba que estuvo en una pelea, tras rogarle muchas veces, la señora lo dejo entrar.

El ambiente era frío, tal vez un poco más por el color gris de la pared que lo hacía ver más cómo un pasillo de una película dramática.

Estaba a punto de tocar la puerta pero una de sus piernas abandonó la partida haciendo que Hiro se apoyara en una de las paredes casi haciendo que se cayera la botella que tenía en una de las manos, por el impacto uno de los golpes en su costado comenzó a doler tanto como para que inconscientemente una de las manos se posara en este intentando calmar el dolor. La puerta se abrió, dando paso a la imagen de Miguel, primero cansada y con una notoria hambre, después sorprendida y por un momento a la defensiva.

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-¡Aléjate, hueles mucho a cigarro!- exclamó Miguel cuando Hamada se le acercó para saber si realmente era él. -... ¿Hiro?- sintió un peso leve en el pecho, cuando bajo la mirada noto unos desordenados cabellos negros descansando en su pecho con total tranquilidad. Él solo se limito a dejarlo recostado en la pequeña cama y salir por algo a una cafetería cercana.

Lucky cat café era un negocio pequeño pero con una vibra hogareña y un excelente menú. Lo primero que sintió el mexicano fue un exquisito olor proveniente de los panes que tenían en el mostrador, después vio a quien atendía el café, una mujer de aspecto mayor pero que no perdía ese aire de juventud, vestía una playera negra en donde un letrerito colgaba de esta con el nombre "Cass" escrito en letras cursivas de color dorado. Después de pedir dos cafés y dos sándwiches se dedicó a esperar, sus ojos inspeccionaban todo el lugar, hasta que se topo con una pared repleta de fotografías: una familia, un chico de más o menos 10 años, un bebé, dos personas antes o después de casarse y por último un chico de, al parecer, 14 años cuando se tomó aquella foto, con el cabello negro y despeinado, las mejillas rosadas, una pequeña línea que separaba sus dos dientes medios y atrás de él un campo de flores amarillas.

-Disculpe, ¿Él es Hiro Hamada?- preguntó con notable timidez.

-Si, es mi sobrino- dijo la mujer con tono de alegría y orgullo- ¿Lo conoces?- agregó.

-Eh, si... Viene a clases de guitarra conmigo- respondió el más joven.

-¡Entonces tú debes ser Miguel Rivera!- dijo claramente emocionada- Hiro me cuenta mucho de ti, aveces hasta parece grabadora- exageró.

-¿Perdón?- se sonrojo ligeramente, no esperaba que Hiro hiciera eso, en realidad no esperaba que alguien fuera de su familia hablara de él tanto como para que alguien desconocido lo conociera, aunque sea superficialmente.

Cass le acercó las dos bolsas de papel que contenían el pedido, le platico un par de minutos sobre el día que fue tomada esa fotografía, se despidió de él y Miguel camino hasta su departamento pensando que el mundo era tan pequeño como para conocer al familiar más cercano de Hamada en tan poco tiempo y tan solo a unas casas de dónde el habitaba.

Para que nadie se entere •H I G U E L•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora