Capítulo 10

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El día del baile llegó y todas las chicas de la escuela iban como locas de parte a parte organizando todo el material, como maquillaje, vestido, joyas, tacones... Todo Hogwarts estaba decorado con motivos del baile, los músicos iban nerviosos, de aquí para allá dando golpes a los que pasaban por su lado con la funda del instrumento.

 Situación: parejas muy ilusionadas por el baile. Chicas llorando por los rincones al no tener pareja. Grupos de chicos intentando sabotear el baile. Maestros histéricos porque los pasillos andaban descontrolados...

Decidí irme lo antes posible a mi habitación, casi escupo bilis con tanto amor.

Bajando por las mazmorras, pasé por delante de una puerta que nunca había visto. Su madera podrida y su picaporte oxidado indicaba que hacía años que nadie entraba a aquella habitación y sin vacilar ni un instante, abrí la puerta.

 Al abrirla, un chirrido bastante agudo salió de ella, haciendo que hiciera una mueca por el sonido. Toda la habitación estaba completamente a oscuras, así que saqué mi varita y pronuncié las palabras mágicas para iluminar la habitación:

-Lumos.

La oscuridad me arropaba como una madre, y aunque la habitación era desoladora (una vieja cama de hospital maltrecha por los años, dos toallas limpias a sus pies, un aparador triste lleno de papeles emborronados y algún bolígrafo olvidado ya sin tinta, una lámpara de aluminio rota reparada con esparadrapo, paredes descorchadas y una rejilla justo encima del espinazo por donde salía una aire helador), tuve todavía un rato para acurrucarme entre las sábanas y taparme con 3 viejas mantas de lana que llevaban bordado el logotipo del hospital. 

Eran las 4 de la mañana. 

Desde fuera llegaban los sonidos de las enfermeras que transitaban por el pasillo, las alarmas de los monitores y ruidos inconexos varios que no lograba identificar. En la paz relativa de ese agujero personal, logré relajarme por fin unos momentos, aflojar los músculos, cerrar los ojos y dejarme llevar.

Y de pronto sentí.
Súbitamente.

Unas inmensas ganas de llorar, una soledad abrumadora, emociones retenidas, la sensación de no saber hacia dónde iba mi vida o de dónde quería que fuera.
Lloré como hacía tiempo que no lo hacía, a borbotones, rezando para que la enfermera no llamara a mi puerta en ese momento para interrumpir ese estado sagrado en el que el hombre conecta a veces consigo mismo, en el que se le permite flaquear y dejar la rigidez a un lado, en el que afloran a la conciencia, y a los ojos emociones bien guardadas durante el día cuando las fuerzas te mantienen alerta y en lucha.

No sé muy bien por qué lloré. Pero sé que me hizo mucho bien.

-Draco.

Se oía una voz detrás de la puerta del hospital.

-Draco.

Repitió.

-¡Draco! 

Mi nombre es Malfoy... Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora