Bienvenidos al salón No-Infernal

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La tensión se sentía muy pesada, el japonés seguía sin creer todo lo que ocurría a su alrededor; si acordaron ese trato era por algo; en la mañana estuvo algo distante pero excusándose en un "estoy bien, solo estaba pensando". Les llevó a la sala un plato con arroz tipo japonés –ese día ni le tocaba a él cocinar pero por alguna razón quería hacerlo, tal vez para despejar su mente un poco- que lucía bastante bien en realidad, eso de cocinar puro arroz en su niñez le había ayudado.

-Provecho

Habló un poco bajo Miguel, el japonés aunque estaba sentado, se inclinó un poco como agradecimiento; Marco por otro lado asintió de igual forma. Comenzaron a comer con algo de prisa, irían por los dichosos trajes y si quedaba tiempo practicarían algo.

Hace tiempo que no visitaban a la familia Rivera –Miguel sí pero a veces iba solo-, siempre les agradaron los miembros que la conformaban, los trataban muy bien; solo que a los dos acompañantes a veces les daba miedo la abuela, mamá Elena, de ahí en más todo bien con los otros. Los invitaron a desayunar pero les explicaron que por las prisas ya habían ingerido algo, siendo así los llevaron a la antigua habitación de Miguel; la señorita Luisa se dirigió al armario de su hijo para poder ver si es que tenía algún traje. Claro que para esto desde que llegaron les comentaron de la tocada en un evento y que les especificaron que irían de traje. Marco estando cerca de Miguel le dio un codazo susurrando un "mira wey de ahí saliste", el contrario se sonrojó un poco y lo empujó un poco.

Luisa había comprado un traje para Miguel por si había una situación elegante y justo le sirvió, se lo dio a su hijo; sin embargo en esa habitación ya no había vestimenta para los otros. Se los llevaron a dar literalmente una vuelta por todas las habitaciones de la familia Rivera; preguntando a tíos, primos y más. Al final consiguieron los trajes, se los probaron y al único al que no le quedaba grande era Miguel –vaya suerte tener un traje a tu medida ¿Eh?- ni modo, se agradecía.

No sabía ni cuántas horas habían gastado ahí, además a Marco y Kubo les quedaba más grande el traje; acomodaron sus trajes en ganchos para llevárselos. Se despidieron y volvieron a casa; apenas se habían percatado –que por las prisas ni se habían dado cuenta antes- que la pared estaba ahora rayada o eso parecía y con las letras de C y N.

-No puede ser, ya nos pintarrajearon en la noche, no mames, pinches morros sin cultura

Se quejó Marco, Kubo suspiró frustrado; su esfuerzo de intentar hacer las letras bonitas –que ni tanto había muchos manchones de pintura pero bueno- se fue al carajo solo porque a alguien se le ocurrió venir a pintar.

-No tenemos tiempo de quejarnos, tenemos que practicar mínimo un poco

Sin pensarlo entró, fue seguido por Marco quien aún fruncía el ceño; Miguel se quedó viendo las letras, se acercó un poco, estiró su mano para tocar la pared, parecía pintura negra pero el aspecto que brindaba le hacía dudar demasiado que fuera eso.

-¿Una C y una N?

Se preguntó para sí mismo pero el ojidorado fue por él tomándolo de la oreja y jalándolo; tal como una madre regañando a su hijo, el menor de ambos se quejó pero el otro no lo soltó hasta llegar dentro. Era hora de practicar canciones que fueran con el ambiente elegante.

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Se acomodó su chaleco negro que tenía unos diseños de huesos en él y se colocó un cinturón dorado; las botas con sus espuelas y llevaba su sombrero charro colgado en su espalda, se miró en su espejo, olvidaba cómo era verse como Leo y no como el Charro Negro. Se acercó un poco para apreciar sus iris cafés y su cabello castaño, hizo una leve mueca de asco al recordar el cómo era antes pero si quería que aquellos músicos avariciosos cayeran en su trampa, debía parecer humano; justo como sus esclavos aquellos.

Los músicos que tocaron en el inframundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora